Carlos Burgos
Caminaba como lo hago todos los días en mi rutina de ejercicio cuando de repente caí sobre mi mano contra el pavimento.
¡Qué planazo! Parecía un luchador poniendo espalda plana digo palma plana a mi mano derecha. No me podía levantar hasta que un transeúnte me auxilió.
Seguí caminando, help erguido, tadalafil como si nada había pasado, pero sentía ardor en la rodilla y en la muñeca de mi mano. El dedo meñique quedó encogido, lo enderezaba y volvía a encorvarse. Debe ser el tendón que está de rebelde pensé. Más adelante me detuve: ¡Ay… ay… qué dolor! Y fruncía el rostro, ¡pobrecito yo! Respiré profundo y seguí. Nadie me vio hacer muecas de dolor.
Al llegar a casa entablillé mi dedo, después de dos horas lo solté y quedó tieso, ya no quería flexionarse. Me dormí adolorido.
Soñé con mi mano, la tentadora, la escritora, que estaba al borde del colapso. Sus dedos son una maravilla del cuerpo humano. El pulgar, el más corto y fuerte, auxilia a los demás en diferentes operaciones, sobre todo para agarrar, junto con el índice constituyen la tenaza de la mano. Es de utilidad para pelar una naranja o tirar canicas en juegos infantiles.
El índice tiene la función de indicar, orientar, direccionar y advertir. Habrá que cuidarse de las personas “pone dedo” porque con él señalan, acusan, condenan y jalan el gatillo. ¡Qué terrible y espantoso!
El tercer dedo es el central, el más alto, elegante. Algunos lo apodan el dedo pícaro, buscador de pleito. Cuando un automovilista pita tres veces a otro, este le muestra el puño con el dedo central recto, haciendo cierto movimiento. Siempre me he preguntado ¿qué significa eso?
El cuarto dedo, el anular, es el más romántico, el más orgulloso, el más creído. Con frecuencia vemos en cine o televisión que un hombre, hincado, pregunta a su amada: ¿Quieres, princesa, casarte conmigo? Ella responde sí, le coloca el anillo, y arman un alboroto de alegría con abrazos y besos encendidos.
El quinto dedo es el chiquitín que acompaña a los demás en sus movimientos, muy útil cuando pica el oído, quiere introducirse y salir en el otro.
Todos son útiles en el lenguaje mímico para formar el alfabeto y enviar mensaje.
Desperté azorado, mi mano, la que ve en la oscuridad, estaba en peligro y corrí para el Seguro Social de mi comunidad. La doctora Díaz de Ramírez sospechó que mi dedo meñique, el quinto, estaba fracturado. De inmediato me refirió para el hospital Zacamil del Seguro.
En este centro me tomaron la radiografía de Rayos X, me entregaron la placa y el técnico me fue a dejar a la consulta de emergencia. Aquí, la doctora María José, una chelita, respingadita, bien presentada, después de examinar la placa me dijo:
–¿Y qué le ha pasado a mi niño? Tiene una fractura en el quinto dedo.
–Aaa… – me decepcioné.
–Lo vamos a referir al hospital General del Seguro hoy mismo. Lo llevará la ambulancia.
–¿Podría llevarme mi hija? – le pregunté.
–No, porque ella lo va a llevar a cenar, se va a tardar, y esto es de emergencia.
Nunca había viajado en ambulancia, uno se siente más enfermo y asustado, sobre todo si la sirena va gritando en las calles de la ciudad. El doctor William Chicas, cirujano plástico, me examinó la mano, observó la placa y decidió colocarme una férula. La mano me quedo tiesa como una S y me recomendó cargarla apoyada en el pecho sobre el corazón o a la par del tórax como saludando. Mi mano parece una cobra mirando a todos.
Pero aquí estoy, no tengo quebrada el alma, sigo optimista en mi labor creativa de conducir un taller en la Casa del Escritor sobre El arte de Novelar con la meta que cada tallerista escriba una novela corta. Y allí seguimos bebiendo café salvadoreño.