MI NOMBRE SÓLO LO PUEDO PRONUNCIAR YO
4 microrrelatos de Elena Román
Por Wilfredo Arriola
La siguiente selección es a partir del libro Fragmentos de una niña decapitada de Elena Román a excepción del microrrelato “El robo”. Román es una de las voces contemporáneas más destacadas en las letras españolas, su esencia se deja ver en cada uno de sus escritos, con la puntualidad de su honda mirada. Para te de su biografía es la siguiente: nacida en Córdoba y residente en Toledo, ha sido premiada, entre otros, en el III Premio de Poesía Blas de Otero – Villa de Bilbao, en el XXV Certamen de Poesía Villa de Peligros, XIV certamen de poesía María del Villar, XIV certamen de poesía Marco Fabio Quintiiano, XVII premio de poesía Elvira Castañón, V certamen de relatos Luis del Val, XIV certamen de poesía Villa de Pasaia y V certamen de poesía Nené Losada Rico. Ha colaborado en varias antologías y, además, en las revistas literarias El Problema de Yorick, Nayagua, Boronía, Bolsa de pipas, Ágora, Naif magazine y Cuadernos del minotauro, así como publicado los libros individuales Ocho paradas en la arena, Lo circense, A propósito de los cuerpos y Veintiún bisontes.
El robo
Mientras estaba siendo atendido un joven repartidor de pizzas bastante afectado, el siguiente en la cola rememoraba los años en los que la gente denunciaba la sustracción de su vehículo o de sus tarjetas de crédito, o el asalto a su vivienda… tiempos en los que se robaba lo material. Siendo al fin su turno, fue atendido por el oficial, que tomó nota de los hechos acontecidos: a las ocho y media de la tarde el denunciante salía de trabajar del taller mecánico sin haberse quitado su grasiento mono, cuando dos hombres le cerraron el paso en una callejuela. Le amenazaron. Él se mantuvo firme, negándose a darles lo que a voces le pedían. A cambio les ofreció su reloj, su cartera, su muela de oro, pero no querían nada de esto. La emprendieron con él a puñetazos y a patadas. Aguantó como pudo, pero al final accedió a sus pretensiones: les entregó su trabajo, les explicó en qué consistía, cuál era el horario y cuál el sueldo. No satisfechos con esto, le pidieron las claves. ¿Qué claves?, preguntó, ingenuo. Las claves de su éxito laboral, de lograr mantener su empleo en medio de aquella crisis, le respondieron. Tuvo que dárselas, gimoteaba, mientras el oficial le daba unas palmaditas en el hombro. Firmó la denuncia y se alejó observando la cola que dejaba tras de sí y en la que había, entre otros, un bombero, una prostituta y un proctólogo.
Un vaso de agua
No sé qué hora es. Está oscuro. Ha llegado papá, que salió hace horas. Viene con alguien. Esa risa., esas eses. Es ella: la mamá de Ezequiel. ¿Por qué la ha traído papá, tan tarde? Encienden la luz. Ella se sienta, es toda piernas. Papá va a la cocina a por una botella de vino y dos copas. Ella le pide agua. Él le trae un vaso, pero ella ya no la quiere, sugiriéndole que sirva el vino cuanto antes. Él obedece con ninguna voz. Brindan. Beben. Hablan. Ríen. No me gusta esa mujer, pero a papá sí. Se besan, se abrazan. De pronto, él echa la cabeza hacia atrás, y la de ella se pierde abajo. No sé qué le estará haciendo a papá que, con los ojos cerrados, la bendice constantemente y emite gruñidos extraños. Al fin la veo, despeinada y con la boca brillante. Se levanta el vestido y se sienta sobre papá. Sube y baja. Baja y sube. Como los caballitos del tiovivo, no, más rápido, como los jinetes de verdad. Se dicen unas cosas que… Tiemblan el sofá y la mesa. Caen al suelo las copas, la botella, el cenicero, el mando a distancia de la televisión, el florero. Cae todo lo que había en la mesa, excepto el agua. Grita papá. Grita ella.
A lo mejor se creen que, como soy pequeña y estoy muerta, no me entero de lo que están haciendo. Como si no supiera lo que es el sexo.
No imaginan que mamá está viéndoles. Mamá, en la mesa. Mamá, ya no en blanco y negro sino en sepia. Mamá dentro del vaso, reducida al tamaño del hijo benjamín de Pulgarcito. Mamá ahogándose en un vaso de agua.
Mi nombre sólo lo puedo pronunciar yo
¿Y yo? ¿Cómo me llamo yo?: Yo no me llamo, porque siempre estoy a mi lado. A mí no me llama nadie, porque puedo acudir.
Es broma. Estaba jugando, dando rodeos, imitando a los adultos. Me llamo Mía. Soy Mía.
Cruzar la puerta
¿Qué es lo que me pasa ahora? Me da miedo cruzar la puerta en la oscuridad, ir a esperar a papá al salón o escondida bajo su cama. Me da miedo salir de mi cuarto. ¿Por qué? ¿Qué puede haber ahí fuera peor que yo?