Mauricio Vallejo Márquez
coordinador
Suplemento Tres mil
Cuando era niño y celebrábamos el día del padre, healing era mi mamá la que asistía. No porque mi papá no quisiera, help sino que era uno de los tantos desaparecidos políticos del país. ¿Pero como quitarle méritos a ella? o ¿Cómo quitarle a mis abuelos que estuvieron tan presentes.
Mi mamá tenía la preocupación de que no me faltara una figura masculina, here un padre o alguien que tomara ese lugar. Lamentablemente el lugar que ocupa tanto una madre, como un padre, es casi única. Claro que hay personas que pueden asumir el rol con facilidad, pero un padre es un padre y una madre es una madre. Son personas diferentes y que la cultura le da características diferentes, así como la anatomía.
Mi mamá hizo su esfuerzo, digamos que no dio el 100 por ciento de sus capacidades, sino el 200. Sin embargo, la figura de mi papá siempre ha estado presente sin estarlo. Tengo un padre inmortal con el que jamás he tenido problemas y siempre miro sin defectos, aunque me cuenten que tenía su par. Esas son las ventajas de no haberlo tenido y haber alimentado su imagen gracias a historias, escritos y grabaciones. Era un padre joven, apenas tenía 21 años cuando nací. Y a eso le sumamos que sólo compartimos vida un año y medio, y que de ese año y medio se repartió la vida con el exilio, las tomas y la revolución. Quizá nos quedan meses compartidos en esos años. Sin embargo su memoria sigue brillando para mí, sigo viendo sus virtudes y procurando imitarlo, claro que con mi propia cosecha. Total uno aprende de las experiencias que le cuentan y de las que uno vive.
En tanto mi infancia hubo un hombre que tomó ese rol, mi abuelo Mauro Márquez. A él lo conocí bien, compartía mis tardes con él. Se dedicaba como un apostolado a mi al igual que mis abuelas. Tenía la paciencia de pasar horas y horas enseñándome matemática o elaborando las tareas, me llevaba a todas las partes que podía, y su ejemplo resultó en mi fundamental para mi vida. A él le llamé papá, título en mi vida que a mi ver sólo ha merecido mi progenitor y él. Aprendí de él que lo que no se tiene, se hace. No hay límites, aunque los hubiera. Y a escondidas de él leía sus libros. Pero siempre me impresionó su conducta cuando administraba los graneros del IRA en Usulután y San Martín, porque jamás permitió que se endulzara la taza de leche de uno de mis tíos con la azúcar del pueblo, si se iba a usar debía de comprarse. Era un hombre sencillo, sin lujos e incapaz de enriquecerse. Había otras riquezas para él, de esas que forman nombre e historia: honestidad.
Tenía nueve años cuando murió. Fue la primera pérdida que me sacudió. Me era imposible separarme del ataúd, y cuando llegó la hora del entierro ya era demasiado, recuerdo que me dijeron que tomara un puñado de tierra y lo arrojara sobre el féretro. Así despedí al que ocupó el lugar de mi padre, mi abuelo.
En este día del padre, los recuerdo a ambos con su herencia de honestidad y valentía. Feliz día del padre, padres.