Mauricio Vallejo Márquez
coordinador
Suplemento Tres mil
Hoy es 4 de julio. Nunca ha sido una fecha cualquiera para mí, nurse no por la celebración de la Independencia de Estados Unidos, check sino porque mi papá desapareció este día a la 1:45 de la tarde en Antiguo Cuscatlán en 1981. No es algo raro, buy viagra miles de personas tuvieron experiencias similares. Así como tantas familias sufrieron en la incertidumbre si los encontrarían vivos o al menos encontrarían sus cuerpos. En el caso de mi familia aún no tenemos certeza de lo que sucedió, de lo que tenemos toda la seguridad es que fue un intelectual valiente y un escritor.
Así que si no podía encontrar su cuerpo, al menos encontraría su historia. Y así me di a la tarea de reconstruir por medio de anécdotas y fotografías quién fue mi padre.
Eran años turbulentos, la muerte se paseaba con habitualidad por las calles; pero también eran años intensos en que la pasión era la medalla suficiente para salir con el pecho orgulloso: había razones para luchar.
Mi papá era una incógnita mayúscula, de esas que difícilmente tienen respuesta.
Su nombre y tema era algo vedado, casi censurado en casa. A pesar de ello, yo igual pregunté, pregunté y seguí preguntando hasta que logré darle lugar en mi vida. Mi mamá al principio me decía que me quería, pero hasta ahí. ¿Y porqué no está con nosotros? Siempre la respuesta era que estaba lejos, en otro país. Claro que en su momento la mentira fue insostenible y me di cuenta de la verdad, de esa verdad que conocíamos: había sido secuestrado, torturado y asesinado.
No sé si traía en el instinto eso de honrar a mi padre como manda la Biblia, porque mientras lo iba conociendo lo respetaba aún más. Me di cuenta de sus enormes virtudes, su humanidad y su amor. Él no estaba conmigo, así que lo único que podía moldear de él era su memoria. Creo que por eso no tuve tanto problema para creer en Dios, si creía en un papá inmortal que era mortal, Dios no me resultó difícil de comprender.
Poco a poco Ursula se dedicó a darme pistas de él. Tras ella mi familia materna pudo darme más luces. En mi adolescencia y con los Acuerdos de paz y las libertades que comenzaban sus amigos y compañeros comenzaron a regresar. Algunos me buscaron y me ayudaron a poner piezas que faltaban, uno de ellos fue Roberto Palencia. La mayoría evocaron su recuerdo con cariño y admiración, otros como Donald Paz se dedicaron a darme hasta sus versiones. Todos contribuyeron mucho. Con algunos aún tenemos pláticas pendientes, como José Roberto Cea y Dimas Castellón. Con otros jamás habrá luz, como con Francisco Andrés Escobar que sabía buena parte y se llevó el secreto.
Hace algunos años decidí perdonar a sus asesinos. No valía la pena hacerme como ellos y anidar resentimiento, ya la vida tiene sus propias dificultades para seguir trenzándola más. Sin embargo, aún quiero justicia. La justicia llegará, a su tiempo. Mientras llega, seguiremos de pie en este barco.