Por Mauricio Vallejo Márquez
Mi primer cassette original de rock fue del grupo Anthrax, el nombre Sound of White noise. No me apetecía en demasía, pero estaba emocionado por ser mi primera compra de algo que me gustaba: El heavy metal. Había decidido ser metalero porque me encantaba la música (eso no podía negarlo), pero tampoco estaba para fingir que me llenaban todas las bandas, unas me llenaban más que otras. Sin embargo, compré aquel álbum gracias a una recomendación de Rafael Mendoza López. En esos días la manera para tener esos grupos era escuchar el programa de Guillermo “Dentro del Metal” de la radio Cabal. Ahí además de escuchar la música se realizaban trueques y venta con su compra de música, camisetas y otros enseres, además de anuncios para conciertos. Aquello era la entrada del universo.
Igual me sentí regocijante cuando fui a mis primeros conciertos en Zanzibar y Fenastras. En esos días de mil novecientos ayer eran los epicentros. En el primero un español daba pauta para aquello, mientras que Fenastras le prestaba o alquilaba el local al rockers club con Marinero para realizar los toques. No fui a muchos. Lo mío era más disfrutar de las bandas en casa o con los amigos. Eso de gastar me era limitado en esos años. No sé si por recibir poco dinero o porque procuraba ahorrar todo lo que cayera en mis manos.
Lo que sí me acuerdo es que disfrutaba ese mundo. Me gustaba la autenticidad de la asimilación de ese estilo de vida e incluso hasta valoré, además de dejarme crecer el cabello y hacerme piercings, tatuarme (algo que se difuminó con el pasar de los días). Me impresionaba ver las calaveras en los brazos de varios de ellos. Algunos tenían una colección variopinta de figuras como el Toky, quien fue bajista de Renegado, y otros personajes. En este saber aprendí mucho de José Roberto Henríquez Alas, quien tiene una cultura profunda y amplia, así como de Aldo Álvarez que ahora es embajador de El Salvador en China. Así como otros amigos que me enseñaron bandas, me compartieron música.
Cuando tenía catorce años quería tener camisetas de rock, así que cuando mi tío Tony me preguntó que quería, encontré la oportunidad perfecta. Me llevó a Metrocentro en donde había una tienda con esos elementos, casetes, discos, camisetas, aquello parecía una dulcería. Salí de ese sitio con dos camisetas de Metallica, una de Danzig y una de Pantera. Además del Somewhere in time de Iron Maiden. Me sentía realizado. Fueron mis primeros enseres para sentirme metalero, además de sentir esos riff y sentir aquella vibra que aún ahora me hacen sentir bien.
Con el tiempo llegaron los anillos y pulseras y fui entendiendo que aquello era más amplio y profundo que solo vestirse así. La cosa era sentirlo, igual que todo lo que uno ama. Así como sentía otras cosas que me apasionaban y me hacían sentirme vivo, como la literatura y el arte en general. Ser metalero era más que una postura, era un disfrute. Y aunque ahora camine por los tribunales en saco y corbata me detengo aún a disfrutar canciones como The writing in the Wall de Iron Maiden y me hace recordar quien soy y poder decir tal y como lo dice Barón rojo en su canción Los roqueros van al infierno: ¡Mi rollo es el rock!
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