Myrna de Escobar
Al ver tras el sofá poso la mirada en la librera que guarda mis amigos predilectos, los libros, y no puedo más que pensar en su huella imborrable en mi memoria. Cada uno satisfizo mi curiosidad y la falta de compañía en momentos de soledad y hastío. A falta de paseos, estaba la lectura. Con una historia bajo el brazo era fácil volverte ausente, explorar realidades, suspirar por el futuro mejor, soñar con la libertad.
Estos aliados inseparables recrearon mi niñez y aunque fueron pocos estaban disponibles en el salón de clase. Luego, con la tía Ana llegó a mis manos el primer libro: El cuento Flor de Loto. Leí y releí esas historias al grado de soñar con sus dragones elevados por el aire, vomitando fuego como serpentinas de un festival. En casa, mi hermana y yo leíamos el periódico para la abuelita, religiosamente.
Leer en vacaciones, durante los largos desayunos domingueros al lado de la abuela, en mis recorridos en bus, y por qué no decirlo, cuando es preciso encontrar la paz entre sus hojas, es parte de mí. La lectura es como desgranar una carcajada en medio de la monotonía. Es necesaria, urgente, imperativa. Al leer ejercitamos el cerebro, activamos el pensamiento crítico, enriquecemos nuestro vocabulario y el alma, y por qué no decirlo, hasta podemos salvarnos de la locura. Leer un buen libro desnuda el subconsciente, traspasa la idea misma y nos hace reflexionar, suspirar, llorar o simplemente revivir ese instante del autor, y volverlo nuestro. He ahí lo maravilloso de los libros, que existen cuando los leemos, mientras tanto, no son más que entes muertos en el estante de una librera. Leerlos es sumergirse en una realidad paralela, aunque el tiempo y el espacio nos separe. Nos transportamos a eventos, situaciones o momentos vividos por otros. Los libros constituyen lumbreras capaces de iluminar las tinieblas más profundas. Con sus experiencias, el autor puede cambiar otras realidades y aliviar sus penas.
Por todo ello ahora me permito compartirles mi experiencia con algunas obras y sus autores.
Pérez Galdós y su obra Marianela impacta los sentidos al desentrañar a los personajes en un ambiente único: Las Minas de Socarte en Aldeacorba. La mina donde vive el ciego cuyo guía es Marianela. En la obra Pérez Galdós destaca las verdaderas intenciones, bondades y flaquezas de los personajes hasta descubrirnos el alma sublime de Marianela, cuya existencia es invisible hasta el momento de su muerte.
Edgar Alan Poe, el padre de la intriga y el suspenso que habita en la mente del hombre perturbado entretiene con sus cuentos e insta a la psique humana a resolver los conflictos planteados. Leerlo es un buen ejercicio mental, sin lugar a duda.
Napoleón Rodríguez Ruíz y su obra Jaragua enamora al descubrirnos el costumbrismo y la idiosincrasia de nuestros pueblos a inicios del siglo 20. En su obra el autor descubre las pasiones humanas en la riqueza de sus personajes.
Por otro lado, Vicente Rosales y Rosales interioriza en los sentimientos con una objetividad que invita a la reflexión. Su poema invierno desnuda la impotencia de sentirse solo y vulnerable ante el dolor de la enfermedad.
Claudia Lars, belleza en detalles. En su obra Tierra de Infancia nos lleva a contemplar la cotidianidad de las cosas y, recrear con ternura la niñez que se pierde al crecer; pero que palpita en cada relato suyo tan lleno de mágico encanto.
Alfredo Espino tiene un lugar especial en nuestro terruño pues en su mirada tierna la naturaleza se adueña de los sentidos en cada verso, en cada imagen que destila de su pluma. Jícaras Tristes es una joya en las manos del embeleso.
Claribel Alegría. Poesía meditativa que nos lleva a pensar en las experiencias humanas, escudriñando en la razón de ser de las cosas que a diario vivimos.
Pablo Neruda, romántico, sublime. La pasión aflora en cada verso con una versatilidad capaz de embrujarlo todo. Emotiva e inspiradora poesía cuyos versos nunca pasan de moda.
Jorge Luis Borges es un reto a la concentración. Llevar un seguimiento preciso de la historia es necesario para entender su obra. Sus historias son de un final que desconcierta. Es impredecible, capaz de mantener el interés del lector de principio a fin.
Cesar Vallejos seduce con sus versos góticos, espía el sentir humano con singular intensidad y en su poesía devela la vulnerabilidad del hombre ante las vicisitudes de la vida. Los Heraldos Negros es un clásico de su autoría. Mi favorito.
Madame Bovary expone la infidelidad con una narrativa descriptiva. En su novela escudriña los motivos y la psique de sus personajes sin piedad.
Oliver Twist y David Cooperfield, de Charles Dickens, al igual que todas sus obras, explora en la niñez destacando sus conflictos de manera vivida, autobiográfica.
Gabriel García Márquez reconstruye la historia de una generación al describir el día con un realismo mágico muy digno de admirar. Cien Años de Soledad y El Amor En Tiempos del Cólera, son obras que entretienen y perduran en la memoria del lector.
¿Y qué decir de Llano en Llamas y Pedro Paramo, o de Andanzas y Mal Andanzas? Clásicos infaltables de una lista interminable. El libro del Trópico, Cuentos de Barro, Crimen y Castigo, y tantos otros más.
Lo que leemos es lo único nuestro, es decir, de lo que nos apropiamos al leer. Para quien escribe los libros son inseparables e inherentes a su trabajo. Podemos enriquecernos leyendo o ignorarlos, pero nunca culparlos de nuestro vacío o pobreza mental. Los hay para todos los gustos, solo es cuestión de descubrirlos y perderse entre sus páginas.
Por ahora, me despido. Otro rato les cuento. Un par de libros me están guiñando el ojo.
- A propósito… ¿qué libro lee usted actualmente?
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