Una pequeña mística
Tiene 10 años, es una especie de clarividente. Todo lugar que visitamos juntas siempre termina en conglomerado. Si salimos de paseo, una multitud aparece, sonríe divertida y dice; ¿Viste? Otra vez la mágia. Muchas veces despierta aturdida sollozando por alguna pesadilla o por un sueño incómodo, casi siempre suceden, contarlos le alivia como decía su abuelita.
Sus viajes a la tienda son escoltados por su séquito de gatos Kaomaní, seis en total. La escolta felina llama la atención. Más de uno se frota entre sus piernas haciéndola parte de su manada. Los cura y alimenta religiosamente. Conoce cada parte de su anatomía, y de sus gustos.
En el barrio le dicen; La niña de los gatos. Una de estas noches no podía dormir de un dolor de muelas. Desperté al escucharla quejarse y le pedí que se tomara un analgésico. Ella negó con la cabeza y con sus pequeños dedos tomó suavemente la muela, la arrancó de un tirón y la mostró orgullosa ante mi asombro.
Nada me complace tanto como sentirla cerca, parece que no le tiene miedo a nada y eso es contagioso. Aquella tarde leyó un hermoso cuento sobre un lugar en Japón y comenzó a dibujar gatos- tigres de Bengala y kimonos. La vi revisando en internet hasta el anochecer imágenes de búhos y costumbres asiáticas.
-¿Qué hacés? – le pregunté inquieta.
-Me preparo para mi viaje a Japón, mami- me dijo con una seguridad enorme. Yo rezaba para lo que venía.
Fantasma
Se enamoró de sus ojos, por eso desaparecía cada vez que él los cerraba.
Coco
No imaginas al verla, que minutos antes ha decapitado un pajarito o ha torturado cruelmente a un insecto. Cada mañana salta de la cama y se enreda entre mis piernas, haciéndome saber que está ahí.
Hoy, después de 2 años, recobré mi libertad. Hubo que dividir los objetos materiales acumulados durante este tiempo, como dictaba la sentencia legal. En medio de la discusión de que si el auto es mío o el ordenador es tuyo, Coco saltó a mis brazos. Era evidente que aquel hermoso felino decidía irse conmigo.
Había ganado otra batalla. Tomé la autopista sin un lugar definido, mientras ronroneábamos juntas un diálogo infinito. Nadie podía imaginar al verme, que recién esa tarde, yo también había decapitado, por fin, aquella relación.
Recipientes
“Encuentran en unas macetas cadáveres de bebés que enfermera abortaba”
De un periódico en Estados Unidos
En el balcón de la casa el viento movía las Begonias. Cinco macetas sostenían con dificultad los manojos que colgaban desde la ventana del comedor. Rubén se acercó a respirar el aroma y disfrutar el extraño encanto de aquellas flores. Cortó una de ellas para su aturdida esposa que le esperaba en el desayunador. Ella abstraída y frotando sus manos con muchos nervios le dio la noticia; un nuevo bebé se gestaba. La esperanza de ser padre reapareció en Rubén y la abrazó conmovido. Ella –pensativa y perturbada- pensó en comprar la sexta maceta.
La tregua
Esperaba a mis chicos de tercer grado que regresaban del taller de arte. Algunos venían en fila, otros corrían apurados pues el recreo comenzaría en cinco minutos. Un grito se escuchó desde el fondo del pasillo. Marcos acababa de dar un golpe en la cara a Ester. La pequeña lloraba inconsolable y mientras sus compañeras la atendían, Marcos escuchaba impasible su castigo; otra vez sin recreo durante una semana.
Los chicos salieron al recreo. Marcos se sentó en su pupitre y sacó una pequeña cajita con la merienda. Me observó fijamente y pese a mi enojo, con mucha amabilidad me ofreció una de sus tortillas con quesillo. La colocó en una servilleta y me sirvió un poco de jugo de Jamaica. Acepté y creí en su especie de arrepentimiento.
Aproveché para conversar y hacerle ver lo importante de practicar la disciplina y el orden, de llevarse bien con sus compañeros. Él me escuchaba atentamente y me abrazó después de terminar su desayuno. El timbre anunció la entrada y Marcos salió corriendo hacia la fila. Un grito sonó en el fondo del pasillo. La tregua había terminado. Marcos había vuelto a las andadas.
La otra historia
El viaje era a las siete de la mañana. Salimos con dos horas de retraso hacia una ciudad colonial del centro de Honduras. Abordamos el autobús y conversamos sobre diversos temas para aligerar las agujas del reloj.
Al llegar, recorrimos la ciudad. El ambiente nos atrapó. La historia que contaban sus edificios antiguos y sus monumentos nos sedujo. Observamos las fachadas decoradas con motivos barrocos de algunas casas, desde los balcones de hierro forjado, los remaches de las puertas realizados con clavos moldeados a mano, hasta las bisagras y baldosas. Un espectáculo ante nuestros ojos.
Con curiosidad vimos que frente al atrio de la catedral se celebraba un evento. La elección de la madrina de la ciudad. Mucha gente distinguida se acomodaba frente al llamativo escenario. Damas de la alta sociedad mostraban sus regios vestidos y aplaudían la belleza de las candidatas.
Desde un café veíamos todo el panorama. Noté que mi amigo, en otro escenario menos regio, observaba detenidamente a un perrito callejero que ajeno a todo el esplendor del momento, buscaba un hueso para poder comer esa noche.
Su cuerpo esquelético era un mapa de su historial nutritivo. Nos miramos con tristeza y seguimos con la vista a aquel animalito que en contraste con tanto lujo, solo buscaba una oportunidad para calmar su hambre, en aquel viejo hueso.