Autor: Leidys María Labrador Herrera
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Búsqueda profunda de causas más allá de una superficial visión de consecuencias, análisis estratégico de los procesos económicos y productivos, acercamiento constante a la sinceridad de la gente, problemas tocados con la mano. Así veo a mi Cuba hoy y la imagen es profundamente esperanzadora.
Lo que encarnizados enemigos intentaron tergiversar tras una supuesta ruptura generacional, ha devenido perfecta simbiosis entre las nuevas y pujantes energías, con la sabiduría y el hacer incansable de quienes levantaron esta obra desde sus cimientos. Es por eso que no temo, como respondí recientemente a alguien que intentaba convencerme de mi «ceguera».
Me preocupo, claro, qué cubano no lo haría ante tiempos adversos, ante una amenaza que se renueva ahora bajo el manto de un controversial y extraterritorial Título III de la Ley Helms-Burton, pero ¿miedo al futuro de la Patria?, no. Ese sentimiento no me habita, esencialmente porque creo que si aceptamos que se ponga a nuestro mañana el calificativo de incierto, habremos perdido, así de simple.
Innegable es el hecho de que el recuerdo de los duros años 90s es un fantasma con el que tenemos que lidiar. También es cierto que quienes intentan fomentar la desconfianza y el desánimo en nuestro pueblo, acuden a las sensibilidades que despierta aún ese periodo especial. Sin embargo, asumir tales argumentos sería caer en la necedad de negar, que somos un país mucho más sólido, con fuertes lazos económicos y comerciales alrededor del mundo, con una base productiva diversificada y mejor ordenada.
Creo sinceramente que a nuestras fortalezas históricas, hoy se suma una que ha devenido cauce para la toma de decisiones, para el establecimiento de prioridades y el desmontaje de los problemas que nos golpean: la objetividad. Una identificación minuciosa de lo que pudiéramos llamar la matriz DAFO (Debilidades, Amenazas, Fortalezas y Oportunidades), de nuestra sociedad, ha permitido que la eficiencia no sea únicamente un término vinculado a la producción de bienes y servicios, sino al funcionamiento del propio pensamiento humano.
Como miembro de una generación formada en el pensamiento martiano, fidelista, he aprendido a tener juicio propio, a polemizar, a tener visión crítica, pero esa que nace con el fin de construir. Es por eso que no estoy ajena a los problemas de mi país, a los retos más cotidianos de la familia cubana, a lo complejo que a veces resulta el día a día. Pero me abriga la confianza, la seguridad de que se trabaja, se piensa en el bien de todos, se buscan alternativas. No hay una distancia infranqueable entre líderes y pueblo, por el contrario, hay entendimiento y cercanía.
Me niego a aceptar valoraciones pesimistas, porque creo que si algo ha mediado siempre en esta Isla es la transparencia para expresar con claridad, la dimensión de las dificultades y los retos; este momento no ha sido la excepción. No he escuchado jamás de ninguno de los dirigentes de la Revolución frases destinadas a provocar un efecto placebo, a anestesiar las inquietudes de un pueblo, que se siente con derecho de preguntar lo que desconoce, de discutir francamente lo que le afecta.
Lo que he escuchado de ellos es siempre la palabra confianza, pero acompañada del imprescindible llamado de no sentarse a esperar, sino ponerse de pie y construir. Si estoy equivocada, que alguien me recuerde un solo momento en que se nos haya dicho que hacer el socialismo en un mundo mayoritariamente capitalista es cosa fácil.
Por eso pienso que las urgencias de la vida diaria, no pueden ser un motivo para la enajenación. Como pueblo nos toca también preocuparnos y ocuparnos, apelar a nuestra cultura, a la disciplina social. Nos toca escuchar, informarnos, y no creer en supuestas verdades, sino en argumentos sólidos.
Lo que se pone a prueba hoy más que nuestra resiliencia en el frente económico, es nuestra madurez de pueblo revolucionario. Apelar a las irrefutables pruebas de acompañamiento, que ha dado esta sociedad a sus hijos a lo largo de la historia, es un ejercicio saludable, si es que alguien intenta desvirtuar nuestra plena comprensión del presente.