Los Angeles / AFP
Agustin Paullier
Un coro de gritos se entrelaza en una calle de Los Ángeles: «¡aguacates, aguacates de Michoacán!», lanza un hombre con el pie encima de una caja llena de ellos. «¡Aguas frescas!», «¡Tacos!» replican otros.
Protegida del intenso sol californiano por toldos y sombrillas de colores, la gente avanza lentamente por una acera atiborrada de estos comercios que cada día se levantan y desarman. La escena se repite en varias áreas de esta extensa ciudad, que comienza a poner en práctica una ley estatal que despenaliza la venta ambulante.
La medida, que entró en vigor el 1 de enero, prohíbe el arresto e imposición de multas a los comerciantes ambulantes, muchos indocumentados, y deja en manos de los gobiernos municipales la posibilidad de emitir permisos y el diseño de normativas de sanidad y seguridad.
Muchos vendedores reciben esta ley con optimismo: les tranquiliza salir de la ilegalidad, de ya no tener que enfrentar el acoso de la policía que los multa y les decomisa su mercancía.
Pero, al mismo tiempo, otros tienen temor a las consecuencias de la legalización: aumento en costos de producción, mayores impuestos y reducción de las zonas de venta, lo que implicaría un descenso en las ganancias o la imposibilidad de cumplir con esos requisitos.
El distrito La Piñata, en el centro de Los Ángeles, es un buen ejemplo de cómo la legalidad no será tan fácil para algunos: los vendedores ambulantes pagan entre 1.000 y 5.000 dólares mensualmente a los dueños de los comercios formales para instalarse al frente de sus tiendas a vender.
Moisés Benítez es uno de ellos, con 35 años y casi 20 en Estados Unidos. Para llegar tuvo que cruzar el desierto: ahí cumplió sus 15 años, se montó al infame «Tren de la muerte», también conocido como «La Bestia», que atraviesa México, y fue abandonado por «coyotes», los traficantes que llevan a migrantes por la frontera.
«No podemos pagarle tanto a la ciudad como al propietario de la parte de la calzada. Y si nos movemos dos cuadras, donde no tengamos que pagar, no tendremos tampoco clientes después de las 2 de la tarde. Estamos en un limbo, no es tan fácil» dijo a la AFP.
– Áreas restringidas –
Los Ángeles tiene unos 50.000 vendedores ambulantes, que sostienen una industria de 504 millones de dólares, según The Economic Roundtable.
El condado que abarca a esta metrópoli, el mayor de California y de Estados Unidos, estableció un periodo de 1 año desde la legalización para implementar la ley.
Una ordenanza prohíbe que vendedores ambulantes operen en áreas muy concurridas y turísticas como el Paseo de la fama de Hollywood; el Staples Center, donde se juegan partidos de baloncesto, hockey y se hacen muchos conciertos; los estadios Dodger Stadium, Rose Bowl y el Memorial Coliseum.
«Hay muchos obstáculos con la legalización. La ciudad va a tener que ceder un poco, no torcer nuestros brazos por completo porque sino, no van a tener éxito», opinó Benítez, quien indicó que el caso del distrito La Piñata aún no ha sido tratado. De hecho, poco se habla de esta zona y su irregular sistema de alquiler de espacios públicos.
El comercio informal es muchas veces la única opción que tienen indocumentados para trabajar en el país.
El 80% del sector está representando por mujeres, la mayoría madres solteras que emigraron de México, Guatemala y El Salvador principalmente.
Natalia Muñoz vende pan de nueces y «gorditas de nata», una especie de pan dulce con crema que ella misma hace desde hace 17 años en el barrio latino Boyle Heights.
«Este es mi negocio, con el que he podido sacar a mi familia adelante», dijo esta mexicana, madre soltera con cinco hijos, que ve con optimismo la regulación.
«A lo mejor las ganancias no son las mismas, pero estoy dispuesta a pagar por mi permiso si me dejan trabajar tranquila y honestamente».