Por David Alfaro
17/01/2025
En los últimos años, hemos visto cómo miles de salvadoreños han empacado sus vidas en una mochila y se han lanzado al abismo de la incertidumbre, buscando algo mejor fuera de las fronteras. Desde 2019, más de 500,000 personas han abandonado El Salvador. La casi totalidad son jóvenes, personas llenas de energía, sueños y potencial. Este fenómeno es doloroso y alarmante: familias separadas, pueblos despoblados, un país que se queda sin su fuerza vital.
Pero, ¿qué significa esto para el gobierno de Nayib Bukele? ¿La fuga masiva de capital humano y mano de obra puede ser, paradójicamente, una ventaja para un régimen autoritario? ¿Es posible que la emigración masiva, en lugar de ser un problema, esté funcionando como una herramienta política para estabilizar un sistema que, de otro modo, enfrentaría una presión social mucho mayor?
La emigración como constante en sociedades desiguales
En países tercermundistas como El Salvador, la emigración no es un fenómeno aislado, sino una constante profundamente enraizada en las injustas estructuras sociales y económicas. Las condiciones de desigualdad, pobreza y exclusión no solo generan un clima de desesperanza, sino que también propician la salida masiva de personas que buscan oportunidades que sus países no les ofrecen. Esta dinámica tiene su origen en décadas, incluso siglos, de políticas que concentran el poder y los recursos en manos de unos pocos, dejando a la mayoría sin acceso a servicios básicos, educación de calidad o empleos dignos.
La emigración, entonces, se convierte en una especie de respuesta colectiva: para quienes no tienen la posibilidad de cambiar estas estructuras desde dentro, la única alternativa es escapar de ellas. Sin embargo, este éxodo masivo de talento y fuerza laboral agrava aún más la desigualdad. Las sociedades pierden no solo a su población joven y productiva, sino también a profesionales capacitados y mentes brillantes que podrían liderar transformaciones sociales. En este contexto, los regímenes autoritarios, como el de Bukele, se benefician de la emigración, ya que disipa la presión social y deja intactos los sistemas que perpetúan la injusticia.
La válvula de escape: Menos personas, menos problemas
Imagina una olla de presión en la que el descontento social hierve. Las fallas en la economía, la falta de empleos, la represión, persecución a vendedores informales, los recortes en salud y educación, etc. Todo eso genera presión. Ahora, imagina que quitas la válvula y dejas escapar el vapor para que la olla no explote. Eso es, en esencia, lo que está sucediendo con la emigración masiva en El Salvador. Los jóvenes, quienes deberían ser la columna vertebral del cambio, están dejando el país. Son ellos quienes suelen protagonizar las protestas, quienes exigen derechos y quienes empujan hacia un futuro mejor. Sin ellos, la presión sobre el gobierno disminuye. Y esa es la paradoja: mientras más salvadoreños se van, más se desactiva la posibilidad de una oposición interna fuerte. Los problemas estructurales, en lugar de enfrentarse, se alivian temporalmente porque quienes más sufren, simplemente se marchan.
El salvavidas de las remesas
Cada mes, millones de salvadoreños en el extranjero envían dinero a sus familias. Ese dinero paga la comida, los uniformes escolares, las medicinas, los recibos. Y, lo más importante, calma el descontento social. Las remesas representan más del 24 % del Producto Interno Bruto (PIB) del país. En otras palabras, sin ellas, la economía colapsaría. Desde el punto de vista del gobierno, estas transferencias son un salvavidas perfecto: estabilizan a las familias más vulnerables, reducen la presión social y permiten al gobierno captar IVA. Sin embargo, este modelo tiene un costo altísimo: las remesas no generan desarrollo sostenible. Las familias dependen de un ingreso externo mientras el tejido económico interno se desmorona. Es como si el país viviera de respiración asistida: funcional en el corto plazo, pero insostenible en el largo plazo.
Las heridas invisibles: Qué perdemos con la emigración?
Cada persona que se va de El Salvador deja un vacío que va más allá de lo económico. Pensemos en los médicos, ingenieros, maestros, agricultores, artesanos, jóvenes con talentos por explotar. Cuando ellos se van, se llevan consigo las posibilidades de construir un mejor país. El Salvador ya enfrenta una crisis demográfica grave: nacen menos niños (la tasa de natalidad está en 1.8 hijos por mujer, por debajo del nivel de reemplazo), y cada vez hay menos personas en edad de trabajar. Esto significa que en unas décadas habrá menos personas contribuyendo al sistema de pensiones y más personas dependiendo de él. Es una ecuación insostenible. Además, la emigración destruye familias. L
os hijos crecen sin uno o ambos padres, a menudo bajo el cuidado de abuelos o familiares lejanos. Esto genera problemas emocionales, aumenta la deserción escolar y, en algunos casos, lleva a los jóvenes a involucrarse en actividades delictivas. Es una espiral de pérdida que afecta no sólo a las familias, sino a toda la sociedad.
¿Y la dictadura? ¿Qué riesgos enfrenta?
A pesar de los beneficios inmediatos que la emigración y las remesas pueden traer a la dictadura, esta dinámica también conlleva riesgos que no pueden ignorarse.
La diáspora podría convertirse en oposición activa.
Muchos salvadoreños en el extranjero, especialmente en Estados Unidos, están comenzando a darse cuenta de lo nefasto de las políticas bukeleanas. Desde la distancia, tienen la libertad de criticar al régimen y presionar a la comunidad internacional para que tome medidas. La diáspora puede convertirse en una fuerza poderosa contra el gobierno.
Colapso económico a largo plazo:
Depender de las remesas no es un plan sostenible. Si las condiciones en el extranjero cambian (como una recesión en Estados Unidos), las remesas podrían disminuir, dejando al país sin su principal fuente de ingresos.
Pérdida de legitimidad internacional:
La emigración masiva es vista como una señal de fracaso de las políticas internas. Para los organismos internacionales y los países vecinos, este fenómeno debilita la imagen del gobierno y del país en general.
Conclusión: Una ilusión peligrosa
La emigración masiva puede parecer una solución temporal para un gobierno autoritario: menos presión social, más ingresos por remesas, y una oposición interna debilitada. Pero esta estrategia es una ilusión peligrosa. Cada salvadoreño que se va deja al país un poco más vacío, un poco más débil, un poco más lejos de la posibilidad de un futuro mejor. El Salvador hipoteca su futuro al depender de las remesas y permitir que su juventud se marche. Esto no es desarrollo, es una fuga desesperada. Si este gobierno ilegítimo no cambia el rumbo, si no invierte en educación, empleo y desarrollo humano, la historia recordará esta etapa no como un renacimiento, sino como el momento en que dejamos de luchar por nuestro país. Porque al final, un país sin jóvenes, sin familias y sin sueños, no es un país. Es solo un espacio vacío, esperando que alguien lo rescate.
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