Puebla/Matías Romero/AFP
Germán Campos/Sofia Miselemen
El «Viacrucis Migrante» que desató el enojo del presidente Donald Trump empezaba a dispersarse el jueves en el sur de México y algunos de ellos comenzaron a llegar al céntrico estado de Puebla, donde abogados los esperaban para asesorarlos sobre la posibilidad de pedir asilo en México o Estados Unidos.
De los más de 1.000 migrantes que llegaron desde el pasado fin de semana a la comunidad Matías Romero, en el sureño estado de Oaxaca, solo quedaban unos cientos luego de que muchos emprendieran camino durante la noche y la madrugada.
«Esperamos que sean unos 500 o 600 los que se están desplazando a la Ciudad de México, donde terminan las actividades» de la caravana, dijo Irineo Mujica, de la organización Pueblo Sin Fronteras, organizadora de la movilización.
«Otros están viajando a otras ciudades mexicanas donde tienen conocidos o hacia la frontera norte», añadió Mujica.
Algunos migrantes esperan también el paso del tren conocido como La Bestia, en el que desde antaño cientos de migrantes se montan en ‘su lomo’ para llegar a la frontera con Estados Unidos.
A pie
Algunos de los migrantes de la caravana comenzaron a llegar a Puebla la tarde del jueves, entre ellos Amilkar, un campesino hondureño de 25 años que se negó a dar su apellido.
«Yo trabajaba en el campo, pero en Honduras hay mucha violencia, las pandillas te andan amenazando, y no tienes nada que darles, pero no entienden, además no hay trabajo», comentó a la AFP en la Parroquia Asunción, uno de los cuatro refugios preparados para recibir a los migrantes.
Camionetas llenas de alimentos y enormes tanques de agua portátiles para atender a los extranjeros se observaban afuera de la iglesia.
La caravana arrancó el 25 de marzo en Tapachula, en la frontera con Guatemala. Los migrantes centroamericanos que la integran han recibido del Instituto Nacional de Migración (INM) dos tipos de permisos de estancia.
Uno, por 20 días, fue entregado a quienes quieren salir del país; otro, de 30 días, para aquellos que sean candidatos a iniciar la solicitud de refugio en México, especialmente los que viajan con niños.
El hondureño Sebastián Alvarez, de 34 años, camina desconsolado entre bolsas de basura y montones de ropa. No tiene dinero para pagar el autobús. Llegó a México con su esposa y tres hijos.
«Ya nos dijeron que esta caravana se acaba aquí y yo sin dinero para moverme. De haber sabido ni vengo», se lamenta, aunque rechaza con decisión la posibilidad de regresar a su país.
Huellas de violencia
Apenas algunas colchas, unas cuantas prendas de vestir y botellas de agua amarradas con mecates conforman las pertenencias de los migrantes, entre los que se encuentran cientos de niños.
Shannel Smith es una transexual hondureña de 26 años. Viaja con tres compañeras y afirma que escapan de la violencia y la discriminación de que son objeto en su país. Piensan pedir asilo.
«Yo ya sufrí un atentado» a manos de los mareros (pandilleros), relata al mostrar heridas de bala. «Querían que vendiéramos drogas para ellos», dice al denunciar además que en Honduras la comunidad transexual es «como un cero a la izquierda y si no optas por la prostitución no vales en ese país».
Ella y su tres amigas no tienen aún el dinero para pagar autobuses y desconsoladas esperaban que los organizadores de la caravana les ayudaran.
Las autoridades de Matías Romero han anunciado que financiarán el transporte gratuito en autobuses a personas vulnerables, como niños, ancianos y enfermos. Vecinos de esta comunidad de unos 40.000 habitantes están donando comida enlatada para el viaje hasta la Ciudad de México, de unas nueve horas.
Este viacrucis, que tenía como intención inicial llegar hasta Estados Unidos, se realiza desde 2010 para visibilizar el dramático paso de los centroamericanos por México en su afán por llegar a la frontera norte.
Desde el domingo pasado, Donald Trump fustiga vía Twitter el avance de esta caravana y exige a México detenerla. El miércoles, el mandatario estadounidense firmó una orden para desplegar a la Guardia Nacional en la frontera sur.
Los organizadores de la caravana anunciaron el miércoles que desistían de llegar a Estados Unidos y que terminarían en la capital mexicana, pero aseguraron que no recibieron presiones del INM para disolver la caravana.