Luis Armando González2
Mi hipótesis es que las percepciones de las clases medias salvadoreñas (y latinoamericanas), desde los años noventa en adelante, han sido moldeadas fuertemente por las grandes empresas de comunicación de derecha. Eso no quiere decir que en su conjunto sean activamente de derecha, pero sus hábitos, consumo y creencias básicas sobre la sociedad y la economía, son propias de una visión de derecha.
Y, si lo anterior es cierto, por aquí estaría una de las claves para entender el impacto de los medios de derecha en las percepciones populares: no sólo se ha tratado de una incidencia directa, sino de la reproducción y difusión de sus mensajes (no siempre políticos) por parte de una clase media que los ha hecho propios.
La gente percibe la realidad según los marcos categoriales e interpretativos (palabras, conceptos, valores) que asimila en distintos contextos y desde distintas fuentes. Las grandes empresas mediáticas son una fuente indiscutible de marcos categoriales e interpreativos que, al atrapar a las clases medias, puede irradiar desde éstas a todos sectores de la sociedad.
En un esfuerzo sostenido en el tiempo, desde finales de los años ochenta en El Salvador, se fueron estructurando las percepciones de la clase media y con ello las del resto de la sociedad. De tal suerte que, en la actualidad, la clase media salvadoreña tiene unas notables afinidades electivas con la derecha oligárquica, lo cual se extiende a sectores significativos de la sociedad.
Por lo anterior, modificar, desde marcos críticos, las percepciones de la gente no es algo fácil. Sin embargo, trabajar críticamente las percepciones populares es crucial. También lo es el trabajo en las percepciones de las clases medias. Ambas cosas plantean dificultades.Esos retos deben ser encarados con creatividad y visión de largo plazo. La batalla por las percepciones es la batalla del presente para los proyectos de izquierda.
En tercer lugar, dificultades para dar significado político a los logros de los gobiernos de izquierda. Sin duda alguna, ahí donde los proyectos de izquierda se han hecho gobierno, las políticas y los programas sociales han tenido como destinatarios principales a los sectores sociales más vulnerables. Sin embargo, pareciera que esos sectores no han interpretado políticamente los beneficios recibidos, lo cual ha hecho de su apoyo a los gobiernos algo débil.
Quizás del lado de los proyectos de izquierda se asumió (y se asume) que eso sucedería automáticamente, sin caer en la cuenta de que era necesario un trabajo político en las percepciones ciudadanas, que ayudara a traducir políticamente los logros en materia social, educativa y económica. Cabe sospechar que la “trampa de las cifras” impide ver que éstas no hablan por sí mismas ni significan nada desde un punto de político, a menos que se las conecte con el proyecto político que las ha hecho realidad.
Es probable que los gobiernos de izquierda no hayan hecho (ni estén haciendo) lo que les corresponde para favorecer esa traducción política; esta hipótesis hace recaer la mayor responsabilidad en ellos, especialmente en sus estrategias de comunicación. Sin descartarla, hay que tomar en cuenta el enorme influjo de las grandes empresas mediáticas, las iglesias y los aparatos educativos cuya filosofía, desde los años ochenta y noventa, se inspira en el mercantilismo, el consumismo, la competitividad y el éxito fácil. Hacer mella en el andamiaje cultural construido desde esos hábitos y valores no ha sido ni es tarea fácil para ningún gobierno de izquierda, especialmente si las instancias que los cultivan y difunden siguen actuando como lo hacían bajo gobiernos neoliberales.
Las clases medias expresan, mejor que cualquier otro grupo social, la fuerza y persistencia de ese andamiaje cultural. Esto explica por qué a los gobiernos de izquierda les cuesta conectar políticamente con las clases medias, por más que un conjunto importante de obras gubernamentales las favorezcan. Su “lectura” de esas obras es, en el mejor de los casos, de indiferencia. A ello se superpone, con mayor fuerza, su malestar por los “gastos innecesarios” de los gobiernos en los sectores sociales más vulnerables, que las clases medias “leen” como un costo que recae sobre su bienestar.
En los sectores sociales populares no es tanto la indiferencia o el malestar, sino tentación de leer lo que reciben como algo que se agota en sí mismo, sin conexión con un proyecto que tiene como meta su humanización.
En cualquier caso, la “distancia” entre los proyectos y gobiernos de izquierda, y sectores sociales amplios es preocupante, especialmemte cuando las políticas y los programas sociales están cambiando la vida de esos sectores. Se trata de una distancia política, que es crucial superar para la defensa y renovación de los mandatos electorales.
Dicho lo anterior, también hay que destacar la presencia de sectores sociales específicos y núcleos de clase media con los cuales los proyectos de izquierda tienen unas afininidades extraordinarias.
Desde estos sectores, la visión de la izquierda en el gobierno no es uniforme, aunque un rasgo característico es la insatisfacción por lo poco que se ha avanzado en la solución de problemas estructurales. Aquí, las demandas políticas son las predominantes, no tanto las demandas económicas o sociales para beneficio sectorial. Cabe la sospecha de que tampoco respecto de estos sectores ni se han cultivado las alianzas oportunas ni se ha podido construir, con ellos, una lectura política de las obras y acciones de los gobiernos de izquierda.
Por último, la facilidad para caer en un campo de juego político, económico y cultural, con sus reglas, hábitos y prácticas, diseñado por las derechas. Una cosa que se sabe desde hace mucho tiempo es que en cualquier disputa una de las claves para triunfar es llevar al rival al terreno en el que se es fuerte, pues es un contrasentido hacerlo en el que se es débil. O, lo que es lo mismo, en una disputa no se puede ganar cuando se exponen los flancos más indefensos, que son justamente los que tienen que ser mejor resguardados.
Cuando se reflexiona sobre muchas acciones de las izquierdas latinoamericanas en el gobierno es imposible no darse cuenta de cómo, muchas veces, no han podido o no han sabido llevar las disputas políticas (económicas, sociales, culturales) a terrenos en el que son más fuertes o en el que sus flancos más débiles queden menos expuestos.
En no pocas ocasiones, han jugado en el terreno en el que las derechas son más fuertes o en los que éstas han quedado menos expuestas. Por ejemplo, éstas son fuertes en el ámbito mediático, y débiles en el trabajo cara a cara con el pueblo: sus disputas las libran en aquel ámbito, no en éste. Y los gobiernos de izquierda han caído en la trampa, yendo casi siempre cuesta arriba a partir de desventajas iniciales prácticamente insuperables, aprendiendo a jugar sin contar con los mejores recursos. Las tradiciones orales y de escritura de la izquierda –de reflexión, producción escrita y vínculo directo con la gente–, sin desparecer, han perdido peso a cambio de una apuesta por un trabajo mediático según los usos y los estilos predominantes.
Se pueden citar otros ejemplos: gestión del Estado, ejercicio parlamentario, relaciones con los empresarios, relaciones con las grandes empresas mediáticas, discurso económico… Jugar en los espacios elegidos por la derecha, según sus reglas y discurso, ha sido y es contraproducente… porque se refuerzan y fomentan los valores, estilos de vida y opciones de la derecha, incluso en las filas de la misma izquierda.
Es un gran desafío para la izquierda latinoamericana recuperar la “iniciativa estratégica”, lo cual significa hacer todo lo que está a su alcance para librar las batallas por la justicia, según los ideales socialistas, en los terrenos en lo que es más fuerte: en el contacto con la gente, en el fomento de la participación popular, en el uso de la palabra, en el trabajo codo a codo con obreros, campesinos, intelectuales, gente de Iglesia. La izquierda debe cuidar sus flancos débiles, reforzarlos, pero no hacer descansar en ellos su capacidad ofensiva. Debe obligar, pues, a la derecha a desplazarse a un terreno que no es el suyo.