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¡Mírame!…Por Walter Balmorantes

Por Walter Balmorantes

A Miguel Orantes                                                                                   

VIII

 

Stephanie volvió a su casa frustrada por no poder escribir una palabra en su computadora. Se dirigió a su habitación como habitualmente hacía al llegar. Se cambió de ropa. Solía vestirse con ropa cómoda quizás llegando a verse como una indigente de unos de los típicos barrios de la capital. Con la firme determinación de terminar de ver la película The prisioner of Azkaban encendió el televisor. Mientras sacaba el disco de la película de su funda pudo escuchar la noticia de la masacre de San Juan. La que había ocurrido ese día.

La escena que presentaba el noticiero podía inferir sin ninguna duda que se trataba de una situación grave. Stephanie se quedó con la boca entreabierta sin poder pensar, solamente escuchaba lo que decían en el noticiero. Uno de los reporteros afirmaba que la presente masacre sentaba un precedente después de la firma de la Paz. Estas declaraciones fueron vertidas por los forenses del Instituto de Medicina Legal, que era la instancia del ministerio público responsable de procesar toda clase de procedimientos correspondientes a los cuerpos de las personas asesinadas.

-¡Mírame!

Cuando Stephanie escuchó nuevamente ese susurro estaba tan impactada por la noticia que veía y escuchaba a través del noticiero que por primera vez no la sobresalto, ni la hizo entrar en pánico. Todo lo contrario, la escuchó y supo que algo o quizás alguien quería comunicarle un mensaje que no entendía en ese momento.

 

IX

 

Avance lentamente para entrar en la habitación de mi padre. Lo primero que hice fue abrir la ventana ya que tenía semanas de estar cerrada y el aire se encontraba enrarecido. Amarré las cortinas y luego abrí la ventana. Rápidamente entró una ráfaga de aire que refrescó la habitación. Se escuchó el crujir de varios muebles. Mi Padre tenía muebles que en su mayoría eran viejos. Entró otra ráfaga de aire, un poco más intensa que la primera. Esto, hizo que algo cayera al piso. Sólo pude identificar que era de papel, pero no pude identificarlo sin precisión. Lo busqué debajo de la cama. Estiré el brazo con esfuerzo, pero no pude alcanzarlo. Hice dos intentos infructuosos. Cuando estaba a punto de desistir por alcanzar ese trozo de cartón cuando vi que había un objeto al fondo debajo de la cama. Tenía la apariencia de un zapato que estaba en una posición poco convencional, pero al mismo tiempo daba a entender que con propósito había sido colocado de esa manera. Definitivamente no podía alcanzarlo sin ayuda. Por ello, baje hasta la cocina para ir por una escoba que me ayudara como una extensión de mi brazo. Solamente seguí el aspecto filosófico de la invención de las herramientas. Yo creo que muchos de nuestras frustraciones pueden ser superadas si nos detenemos unos instantes a pensar en nuestras limitantes y capacidades.

Cuando regresaba a la habitación de mi Padre sonó el timbre de la puerta. “Y ahora quién será?” dije en voz sumamente suave. Abrí la puerta y no había nadie. Me resultó extraño porque por primera vez en 16 años nunca había ocurrido esto. En otros vecindarios, pero más aún en otra época los niños y jóvenes solían bromear de esta manera. Tocaban a la puerta o los timbres de las casas para que sus propietarios fueran abrir sin encontrar a nadie. Mi Padre solía contarme esto. Eran otros tiempos decía en donde la malicia estaba cargada de sencillez.

 

– ¡Mírame!

Volví a escuchar esa voz susurrándome al oído. Pero ahora, mi reacción fue diferente. Tuve la certeza de que la voz me llamaba desde la habitación de mi Padre. Por primera vez no sentí miedo, ni me estremeció en ninguna manera. Al contrario, tuve inexplicablemente la sensación de sentirme en confianza con esa voz. Pudo ser por haberla escuchado durante varios días y en repetidas ocasiones o porque me recordaba a alguien.

Caminé hacia las gradas, pero justo antes de dar mi primer paso volví a ver hacia arriba donde terminaba el último escalón. Sin pensar en nada me quede ahí absorto. Con la mirada fija como esperando de que alguien apareciera. Alguien que me diera información del paradero de mi padre, pero, no sucedió nada. Así, que con determinación inicié mi camino hacia la habitación de mi padre.

 

X

Entre a la habitación y me sentí conmovido casi llegando a sentir ternura por mi papá. Recordé inmediatamente que en algunas ocasiones lo veía como desamparado como cuando alguien tiene necesidad inmensa de un abrazo y una palabra de solidaridad y amor. Pero no fui capaz de decírselo y mucho menos de demostrárselo. A veces me arrepiento tanto de no haberle dicho lo mucho que lo amo que la culpa se anida en mí.

Encendí el televisor porque era hora del noticiero cuando escuché de la “masacre de San Juan.” Todos los noticieros de la noche iniciaron con esta información. No era para menos ya que el país se encontraba en una vorágine de muertes y desapariciones que ahuyentaba hasta el turismo nacional. En el noticiero se hacía referencia de que no se tenía mucha información porque el cuerpo policíaco había hecho un perímetro de un kilómetro de la escena de la masacre. Esto lo hacía frecuentemente cuando se trataba de un hecho que realmente era lamentable o grave en materia de seguridad. No se supo más. Los noticieros solamente iniciaron sus transmisiones con esta nota, pero con motivos sensacionalistas.

¡Mírame!

Escuche nuevamente esa voz en mi oído. Sentí un golpe como de esos que describen esa palabra que mi amigo Bruce le gustaba expresar en momentos del Kairós de Dios: EPIFANIA!! Casi sentí que algo o quizás alguien me catapulto de inmediato. Baje las gradas sin apagar el televisor. Casi en piloto automático me dirigí hacia el municipio de San Juan con la firme determinación de buscar a mi Padre. Algo me decía que ahí lo encontraría.

 

XI

 

¡Te vas ya…pero ya! Le gritó el jefe de prensa del noticiero mientras que le cortaba la llamada a Stephanie. Ella se mantuvo con calma, a diferencia de las veces anteriores. Hizo las coordinaciones correspondientes para que la llegasen a traerle para acudir al municipio de San Juan y hacer las primeras indagaciones sobre lo ocurrido.

Llegó al lugar alrededor de las 10:00 pm. El sitio estaba abarrotado de técnicos y peritos del ministerio público: fiscalía, procuraduría, instituto forense, jueces, policías, soldados y periodistas, muchos periodistas. Radios, periódicos y telenoticieros estaban presentes en el lugar porque era una situación que se perfilaba como “masacre”. Por ello, el gobierno central quería evitar el acceso a la prensa porque resultaría que esto detonaría la alarma en el pueblo. Si el gobierno a través de sus aparatos represivos no era capaz de neutralizar a las estructuras criminales tampoco sería capaz de evitar este tipo de masacres. Dejaría evidente su incapacidad o también pudiese evidenciar la complicidad con esas estructuras.

Stephanie al llegar al lugar de los hechos asumió una actitud también poco ortodoxa en ella. Fue muy protagónica. Nadie que la haya visto en su desempeño pudo evidenciar que era una inexperta en cobertura de noticias de este tipo. Se fue filtrando entre barreras de contención y paredones humanos de retenes policiales y militares. “Mantener a la prensa lo más lejos posible” era la misión que había ordenado el titular gubernamental de seguridad. A pesar de la nocturnidad la luz de muchos faroles incandescentes era casi imperceptible en el perímetro. Los motores de los generadores eléctricos ahogaban todo sonido de la naturaleza. Era como si el “ser humano” se había posicionado del lugar. Stephanie tenía una leve idea de dónde estaba. Esto solamente fue posible ya que ella sin la aplicación Waze no era capaz de llegar ni a su apartamento. Empezó a abordar de manera casual a personal de la policía con la esperanza que le brindaran información, pero esto no fue posible. Sin embargo, lo que sí logro fue que le permitieran ir acercándose paso a paso al lugar preciso donde estaban los cadáveres.

 

 

  • ¡Mírame…Mírame!

Era primera vez que Stephanie escuchaba dos veces pronunciar esa palabra que ya le estaba resultando familiar. Volvió a ver para todos lados, pero como las veces anteriores no había nadie, aunque si estaba rodeada de personas ella supo que la voz no provenía de nadie cercano. No la asustó sino más bien le provocó una actitud pensativa…intrigada de tal manera que tuvo la certeza que la estaba conduciendo a algo. Por ello determinó averiguarlo siguiéndola.

 

XII

 

Me dispuse viajar a San Juan para saber…bueno realmente no sabía a qué iba. Pero sí sentía una corazonada de que estaba yendo para algo importante. Muy en el fondo presentía que me encontraría con algo importante que me ayudaría a dar con el paradero de mi padre. Pero con certeza lo que sentía era una expectativa. Encendí el radio del carro, pero no había noticieros a esta hora de la noche. Un trayecto que no tomaría más de 20 minutos se me hizo eterno. No había tráfico ya que era muy tarde. La noche se encontraba más oscura que de siempre, por lo menos esa sensación me dio. Pasé por aquella pradera que contemplaba mi Papá. No pude percibir nada. Siempre tuve la curiosidad de por qué le gustaba tanto a mi Papá, pero nunca le pregunté. Recientemente supe que hay una teoría que ahí fueron a enterrar miembros del ex ERP el cuerpo del poeta Roque Dalton.

Seguí avanzando, pero cada kilómetro recorrido me provocaba un aumento de ansiedad. No quise conducir a más velocidad por temor a perder el control del carro y así perderme esta oportunidad de saber algo sobre el viejo. Disminuí la velocidad porque vislumbre a distancia el resplandor de las luces que habían instalado para iluminar la zona de la tragedia. Deje el carro a una distancia prudencial por la cantidad de policías y soldados. Aunque estos solamente eran superados por los periodistas de diferentes medios radio, televisión, prensa y redes sociales. Si que algo grueso estaba pasando o había pasado en la zona de San Juan. Caminé unos metros cuando fui interrumpido nuevamente por la voz…voz misteriosa

(Continuará…)

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Leer las anteriores:

¡Mírame!…Por Walter Balmorantes (Primera entrega)

Mírame. Por Walter Balmorantes (2a entrega)

 

¡Mírame! Por Walter Balmorantes (3a Entrega)

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