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¡Mírame!…Por Walter Balmorantes (Primera entrega)

Por Walter Balmorantes

A Miguel Orantes

 

I

 

– “Mírame.”

Escuché una voz susurrando a mis oídos. Pero cuando me volví, no había nadie. Me quedé en silencio tomado del mango de la puerta justo en posición de abrir. Como esperando un acontecimiento paranormal que me indicara el paradero de mi padre. Pero no ocurrió tal cosa. Nada de señales divinas, ni mensajeros celestiales, ni luces brillantes que rompieran la oscuridad de la noche ni mucho menos voces sepulcrales. Nada.

 

Entré a mi casa, mejor dicho, a la casa de mi padre. Dejé caer las llaves sobre la librera de cedro que daba la bienvenida a los visitantes. Me quedé frente al espejo observando cada uno de mis rasgos faciales. Rápidamente mis ojos se concentraron en… mis ojos. Hasta ese momento pude descubrir que tan tristes y solos se veían mis ojos. No era para menos. Mi padre tenía siete meses de haber sido desaparecido y yo sin ninguna pista de él.

Seguí mi camino directo a la sala. Me senté en el sofá y encendí el televisor para ver el noticiero nocturno. Viendo la televisión y no viéndola al mismo tiempo. una persona en esta situación no sabe si hace o no hace las cosas. No sabe si está o está ausente. Inicié el viaje introspectivo que cada vez se hacía más frecuente a pesar de mí. Observé detenidamente esta sala que me parecía intolerable en aquel tiempo cuando vivía aquí. Veía aquí a mi viejo pasar la mayor parte del día viendo televisión. Él, gastaba tanto tiempo viendo sus películas principalmente si eran de acción y drama. ¡No sé cómo hacía para no aburrirse!

Mi padre pasó mucho tiempo albergando la idea de comprarse un equipo de sonido: teatro en casa. Este aparato le permitiría escuchar sus películas con mayor potencia y fidelidad de sonido. Pienso que, de haberlo logrado, lo hubiese hecho tan feliz al viejo. Cómo me hubiese gustado verlo. Ver su cara de contentura extrema. Pero, a veces me parecía que no lo era. Casi nunca reía. Aunque cuando se juntaba con sus amigos se transformaba completamente. Él bromeaba mucho con ellos. Le gustaba bromear, a veces excesivamente, que mi mamá le decía de vez en cuando que se calmara. Ya que las personas se molestaban con sus bromas. Pero él era malo para percatarse de que los estaba fastidiando. Ahora que lo recuerdo mi padre no era mal intencionado con sus bromas, sino que no sabía controlar su sentido del humor sarcástico. A veces pienso que las personas juzgan el sarcasmo injustamente.

Hoy, que he vuelto a esta casa puedo darme cuenta de que después de tantos años casi nada ha cambiado. En la sala están los mismos muebles flanqueados por dos paredes blanco marfil y dos de color azul oscuro que le gustaban tanto a él. La colección de cruces de diferentes diseños y colores que cuidaba con tanto esmero está ahí en la pared opuesta a la ventana con vistas al jardín. Todo sigue prácticamente igual. Tantos recuerdos que acuden a mi mente al ver cada detalle de esta sala.

Mi padre veía los noticieros en dos canales de televisión en la noche y luego por la mañana repetía la misma rutina. Cómo era posible que le gustara ver las mismas noticias transmitidas por la noche a la mañana siguiente. Me burlaba de eso sin decirle una palabra. Siempre pensé que mi viejo estaba un poco loco. Sin embargo, yo hago lo mismo ahora. En ocasiones, veo su sillón favorito y me encantaría volverle a ver ahí… cruzado, sentado viendo sus películas o sus noticieros. Reconozco que un par de veces, de tanto imaginarlo o quizás de tanto desear verlo nuevamente, que hasta lo he visto en ese sillón.

 

II

Fui a la oficina de la Fiscalía General. Estaba tratando de hablar con el fiscal que lleva el caso de la búsqueda de mi padre. Luego de tres horas de esperar me hicieron pasar por un enjambre de cubículos en donde se escuchaba el tableteo de personas escribiendo en computadoras.

-Pase por aquí. – Me dijo amablemente el fiscal del caso. Era una oficina pequeña. Extremadamente iluminada y carente de humanidad.

 

-Gracias-le respondí al momento de sentarme.

-¿Dígame Señor…señor…Jorge en qué le puedo ayudar?-Me preguntó viendo los papeles del expediente.

– ¿Perdón…me pregunta en qué puede ayudarme? -le pregunté sarcásticamente. ¿Tengo siete meses de haber puesto la denuncia del desaparecimiento de mi padre y ud me hace esa pregunta? Debo suponer entonces, que ud no ha hecho ¡nada! – le dije poniéndome en pie.

-No señor Jorge…quiero decir sí…por supuesto que hemos avanzado en la búsqueda de su padre…-Dijo torpemente el fiscal tratando de encontrar una salida a su error.

-Mi nombre es Miguel, mi padre se llama Jorge…. Le aclaré fastidiado.

El fiscal no dijo más. Se limitó a verme y guardar silencio. En ese instante comprendí que el ministerio público no busca a los desaparecidos de mi país porque no les importa. Sin dejar de verle y resignado a quedarme solo en la búsqueda me retiré sin despedirme. Salí inmediatamente con una sensación de desamparo inmenso.

– “Mírame”

Escuché nuevamente esa voz al salir del edificio del ministerio público. Volví a ver a todos lados, tratando de ubicar el origen de la voz, pero… nada. Nuevamente estaba solo. No estaba nadie en los 50 metros alrededor. Una ráfaga de viento fresco me hizo salir de mi estado de introspección. Y luego, volvió esa sensación de desamparo y soledad para emprender la búsqueda de mi padre.

.

 

(Continuará en próxima entrega…)

 

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