Por Mauricio Vallejo Márquez
El día del padre mi madre siempre estuvo presente. Ella me acompañaba a las celebraciones del día del padre en los colegios en los que estudié. Allí estaba ella rodeada de hombres degustando un pan dulce o un pastel y conversando. Siempre con su dignidad erguida y su simpatía inundaba el salón.
Y como mi padre es un desaparecido político, crecí sin esa figura. Sin embargo, no me faltó esa madre valiente y fuerte que sin claudicar salió adelante. Eso no quiere decir que literalmente no tuviera una figura masculina en mi infancia, porque tuve dos abuelos amorosos y con carácter que me enseñaron con su ejemplo la esencia de ser buen hombre. Mi abuelo Mauro era un hombre honesto y honradísimo al punto de la exageración, con el cual tuve mucho contacto (incluso era el ilustrador de mis neófitos cuentos de niñez), pero la vida por medio de un trágico accidente automovilístico me lo arrebató un 21 de agosto de 1989. Mi abuelo Óscar Antonio me enseñó el porte y la identidad, en su autenticidad siempre se mostró muy digno, y a pesar de sus errores, él hizo su mejor intento por enmendarlos; pero murió un día después de la visita del Papa a El Salvador en febrero de 1996. No me puedo quejar de mis dos abuelos porque fueron hombres cariñosos y me mostraron ese amor paterno y masculino que me definió, el materno en mi infancia y el masculino en mi adolescencia.
En un país como el nuestro donde el machismo impera, así como la pobreza y la irresponsabilidad, es usual que niños y niñas crezcan sin su padre. Ya no se diga los que crecimos durante el Conflicto armado cuando los ideales y la injusticia dejaron truncas a nuestras familias. Sin embargo, esa figura no solo es llenada por los abuelos, también los tíos tienen protagonismo. Yo tengo dos tíos a los que veo como papás y a los que siento amigos. Mi tío Yomar, hermano menor de mi papá, ha sido compañero de aventuras y he tenido el tremendo gusto de trabajar junto a él y conocer algo de la esencia de mi papá y de mi abuelo en él; y mi tío Luis Manuel quien dedicó mucho de su tiempo en mi niñez, me llevaba a pasear y compartimos el gusto por los juegos de videos. Lujo de tíos. Y no puedo omitir a uno que con la pérdida de mi papá estuvo presente para que no me faltara la educación, el vestido y la alimentación y sobre todo los juguetes en esa ahora escondida niñez que me duró 16 años: mi tío Tony, quien a pesar de la distancia se encuentra presente.
Ahora los años siguen su curso y como el viento va dejando huellas. Hoy soy padre de un joven de 17 años. Procuro ser buen padre, hago mi mejor intento, tal como intento ser buena persona. Espero que mi hijo tenga esa visión de mí.
Dicen que hay ausencias que jamás se llenan con la presencia de otras personas. Es posible que eso sea verdad, pero al final no vale la pena llorar por una ausencia cuando tienes a otras personas que te brindan amor y lecciones. Cada persona en nuestras vidas es especial y deja su huella.
Y por supuesto que recuerdo la ausencia de mi padre, un jovencito que dio su vida por un El Salvador más justo, sabiendo que no se marchó por irresponsable sino por soñador y generoso al intentar construir un país mejor, y su ejemplo de amor y entrega es una lección que vale oro y me enorgullece. Así que mi padre ausente es el mayor referente del camino a seguir, junto a mis cinco padres y contando.