Por Mauricio Vallejo Márquez
Amo el silencio de la mañana que es interrumpido por el canto de los pájaros. Despacio y como una ceremonia de agradecimiento inicia el día y bajo las gradas para iniciar la cotidianidad antes de ver el sol generando sombras. Preparo mi desayuno y me preparo para el día. Afuera inicia la vorágine de esa locura colectiva de ir al trabajo, a la cual me sumaré en una hora. Mientras sigo en la ruta del hacer recuerdo aquellos días cuando mi día iniciaba escribiendo.
No estaba satisfecho hasta que surgía una página que me complaciera y me hiciera sentir que escribir no solo era fundamental para vivir si no que valía la pena. Pienso al verter tres huevos en mi cacerola con tres pipianes cortados, un ajo en trozos y tomates rebanados. Tapo la cacerola y calculo bañarme mientras se cocinan mis huevos y el plátano en la freidora de aire.
Al salir de la ducha termino de cocinar y me visto, con la simplicidad de no variar por cuatro días mi uniforme, salvo alguno en que use tirantes, así como la camisa azul de los viernes. Y recuerdo cuando mi atuendo no era tan común y acostumbrado, sin embargo era tan propio y distintivo como mi sombrero y mi barba larga que me hacía sentir más libre de lo que me siento ahora. Después a seguir en ruta con mi cotidianidad, encerrar el león dentro de mí, y de vez en cuando dejar que el poeta surja por los estribos y se empecine en su libertad y en su visión de mundo que hasta Nietzsche estaría atento, digo yo.
Así voy en esta vida, procurando ese quisquilloso equilibrio que se sale de nuestras manos, como sucede con nuestro entorno y nuestros días. Sencillamente la vida es así y por eso nosotros los artistas, los filósofos y los científicos habitamos otra dimensión en la que nuestra curiosidad siempre nos lleva a otros confines, a otro entendimiento, a otra visión de la vida y creamos lo que la mayoría de veces es despreciado o pasado por alto, porque para comprendernos se debe tener sensibilidad y otras capacidades que la cotidianidad pretende matar para seguir con esta piedra de Sísifo sin fin en tanto se acaban nuestros ciento veinte años o menos que habitamos esta tierra para solo dejar un leve destello de lo que fuimos en el efímero soporte que quede (papel, lienzo y usb), además de la memoria de nuestros amigos y familiares que se extinguen al sumarse ellos a esa partida para encontrarnos en los confines del universo.
Tras un suspiro, me abotono el último botón de mi camisa, me pongo los zapatos y comienzo a andar.
Mtro. Mauricio Vallejo Márquez
Licenciado en Ciencias Jurídicas
Maestro en Docencia Universitaria
Escritor y editor
Coordinador Suplemento Cultural 3000