José M. Tojeira
El nombramiento como Cardenal de Mons. Gregorio Rosa ha sido noticia de primera página entre nosotros y ha llamado internacionalmente la atención por tratarse de un obispo auxiliar. Tampoco es frecuente que un obispo que rija un vicariato apostólico sea nombrado Cardenal. Y en Laos ha sido nombrado un obispo con ese cargo. El Papa Francisco tiene esa libertad y es interesante analizarla. Con el nombramiento de Mons. Rosa, además de expresar una gran confianza en la capacidad de consejo de nuestro obispo, Francisco está honrando a la Iglesia salvadoreña en él. En efecto, Mons. Rosa sirvió y estuvo cerca de obispos que hubieran merecido la púrpura, como Mons. Romero y Mons. Rivera. Dos obispos de una talla humana y religiosa extraordinaria. Nuestro obispo auxiliar estuvo siempre abierto a las necesidades de los pobres, fue un trabajador incansable a favor de la paz durante la guerra civil y supo integrar con una gran humildad y serenidad la permanencia en papeles secundarios dentro de su rango. Si el papa Francisco lo elige como consejero y como posible futuro elector de pontífices, no hay duda de que está haciendo una buena elección.
En definitiva Francisco nos está diciendo con los nombramientos fuera de costumbre que entre los seguidores de Jesús y su Evangelio lo que importa no son los puestos, sino la capacidad de servicio humilde y dedicado. Y es que en la Iglesia la ambición es pecaminosa, y eso de “hacer carrera” no tiene sentido. Ya en el año 2010 el papa Benedicto XVI se preguntaba: “¿No es una tentación el afán de hacer carrera o la ambición de poder?” Y se respondía a sí mismo diciendo que a esa tentación “no son inmunes ni siquiera los que tienen un papel de gobierno en la Iglesia”. El propio Francisco en una ordenación sacerdotal este mismo mes de mayo decía a los nuevos ordenandos y a sus familiares: “Estos nuestros hijos y hermanos fueron llamados al orden del presbiterado… Fueron elegidos por el Señor, no para hacer carrera, sino para este servicio”. El principio del servicio y del cuido del pueblo de Dios es fundamental, y exige reforma y renovación. No puede ser que no nos aflija que la Iglesia se contamine con el esquema mundano de poder. Ello llevaría, casi de un modo automático, a considerar a unos superiores y otros inferiores, a compararlos y a relegar a los más humildes y sencillos a condiciones secundarias o de marginación. Y eso se llama traición al Evangelio si se realizara en la Iglesia.
Mons. Rosa fue además un obispo amenazado y de alguna manera perseguido desde el poder, y no sólo durante la guerra. En 1989, tras la “ofensiva hasta el tope” de la guerrilla, el gobierno y los militares obligaron a una cadena nacional de radio en la que se desarrolló un falso programa de micrófono abierto dedicado a pedir la muerte entre otros de Mons Rivera, Mons. Rosa y los jesuitas de la UCA. Los dos monseñores mencionados fueron también víctimas de una agresión publicitaria del entonces fiscal general que, con razones espurias, pidió en carta pública al Papa Juan Pablo que sacara del país a ambos obispos en esa misma época. Campos pagados contra Mons. Rosa fueron bastante frecuentes durante la guerra civil. En ese sentido de nuevo tenemos que decir que Francisco está honrando en él a una Iglesia que fue perseguida y martirizada en el pasado y que ha visto en Mons. Rosa un excelente representante y testigo de esa Iglesia martirial y servidora, constructora de paz y de esperanza para los pobres. Afortunadamente el permanente esfuerzo de la Iglesia por la paz ha ido cambiando criterios en muchas personas, que hoy entienden mejor tanto este tipo labor pastoral como las decisiones del Papa.
En las redes sociales algunas personas insistían en cómo se iba a arreglar la supuesta contradicción de la convivencia entre dos personas, el arzobispo y su obispo auxiliar, que en distintos aspectos aparecen con mayor relieve uno sobre otro. En realidad no hay ningún problema en la relación. Como obispo auxiliar Mos. Rosa está sujeto a las disposiciones pastorales del arzobispo en la arquidiócesis de San Salvador, y como cardenal está en completa libertad para el ejercicio de consultas papales, colaboración con el gobierno de la Iglesia universal y participación en las reuniones derivadas de su responsabilidad cardenalicia. Ambos obispos tienen una muy buena relación entre ellos, son personas de gran categoría espiritual y madurez, y sin duda sabrán funcionar perfectamente, respetando las responsabilidades de cada campo. Quienes piensan en categorías de poder no entienden ni el funcionamiento de la Iglesia ni la capacidad de diálogo de nuestros dos pastores. Es muy posible en ese sentido que el Papa Francisco haya nombrado a Mons. Rosa cardenal, además de por lo que hemos dicho anteriormente, porque sabe que tanto él como el arzobispo manejarán adecuadamente sus respectivas funciones y su relación personal.
Ser cardenal es un servicio. La fraseología anticuada y digna de una sociedad feudal, que se refiere a estos cargos como “príncipes de la Iglesia”, confunde más que ayuda a entender el servicio que prestan.
De la tentación de poder no está exento nadie, como hemos citado anteriormente. Y todos en la Iglesia y en todos los niveles podemos tenerla. Pero si de alguien podemos dar testimonio de que si en algún momento tuvo tentaciones de poder, las ha rechazado con una gran dignidad y espíritu cristiano, es de Monseñor Rosa.
En ese sentido estamos seguros todos de que continuará sirviendo y defendiendo a los pobres, permanecerá tratando de contribuir a la paz y al diálogo en El Salvador y seguirá acercándose con sencillez y cariño a todos, al tiempo que sirve al Papa y a la Iglesia en las labores que se le encomienden.