Ollantay Itzamná*
El pasado domingo, 14 de octubre, Oscar Arnulfo Romero y Galdámez, arzobispo de El Salvador, asesinado a tiros en 1980 mientras presidía la eucaristía en una capilla, fue declarado Santo por el papa Francisco I.
De esta manera, este defensor de derechos humanos no solo entra a formar parte de los cerca de 8 mil santos que tiene el santoral católico, sino también, con su canonización, el Vaticano busca reconciliarse y “hacer justicia histórica” con los empobrecidos católicos conscientes de América Latina.
Oscar Romero buscaba la conversión de la Iglesia Católica.
El mayor peligro evidente de la canonización de San Romero de las Américas fue y es invisibilizar su legado profético (dentro y fuera de la Iglesia) y su opción preferencial por la justicia. Al fin de cuentas, en la tradición católica un santo es un creyente virtuoso que hace milagros personales.
Inclusos sus asesinos y detractores (dentro y fuera de la Iglesia) celebran la canonización de Romero porque consideran que finalmente el incómodo Oscar Romero resucitará en el pueblo salvadoreño y latinoamericano como un santo de palo más. De esta manera, la catolicidad oficial intenta desactivar la mística subversiva que aún habita bajo las cenizas de los sufridos pueblos católicos de la región.
¿Quiénes y por qué asesinaron a Oscar Romero?
Como bien dice Francisco I, lo torturaron antes de matarlo, luego de matarlo lo remataron con calumnias y difamaciones. Le hicieron bullying sus colegas obispos y sacerdotes. Hasta el entonces papa Juan Pablo II lo humilló tratándolo peor que un mendigo en Roma (1979), cuando clamaba solidaridad para con la iglesia salvadoreña. La jerarquía católica siempre sospechó de Romero, al grado de aislarlo y dejarlo solo y abandonado. Y así, abandonado por la jerarquía, se mantuvo firme en su opción evangélica y en su profetismo, hasta su inmolación.
Entonces, llegó el fatídico 24 de marzo de 1980. En plena Eucaristía lo fulminaron los militares católicos (defendidos por Juan Pablo II). En su sepelio, apenas estuvo presente un obispo, el resto de mitrados asumió la versión oficial: Romero es un peligro, un enemigo interno de la Santa Iglesia.
Ahora, esos mismos militares y empresarios católicos, enriquecidos con el sufrimiento y el empobrecimiento del pueblo salvadoreño, junto a la jerarquía cómplice, se agolpan en las iglesias clamando letanías al nuevo santo del santoral. Quizás buscando tranquilizar sus conciencias criminales, quizás buscando fijar la idea sobre Romero como un santo milagrero en el pueblo creyente.
Pero, para las y los defensores de derechos humanos y de la Madre Tierra que bebimos de las enseñanzas y testimonio de Oscar Romero, las causas estructurales que llevaron a la inmolación a este defensor de derechos, después de 38 años, siguen vigentes: el imperialismo criminal sigue prohijando gobiernos criminales anti derechos humanos en Centro y Sur América. El violento sistema neoliberal continúa empobreciendo y expulsando a salvadoreños y latinoamericanos fuera de sus países. El clericalismo cómplice y expoliador continúa distrayendo a creyentes católicos con la “salvación espiritual al final de los tiempos”, mientras los empresarios católicos o evangélicos continúan saqueando a los pueblos.
¿Cuál debe ser la actitud consecuente de la Jerarquía Católica con Romero?
Romero gastó su vida y se inmoló proclamando la humanización y cristianización de la Iglesia Católica. Su profetismo intraeclesial exigía a la cómoda e insensible Jerarquía Católica un compromiso consecuente y evangélico para con los despojados y saqueados de los pueblos de América Latina.
Romero enseñó que la liberación y la construcción del Reino de Dios comienza en la tierra, y pasa por una opción política que asiente las bases históricas de la plenitud del reino escatológico. No se puede ser auténtico cristiano comulgando o bendiciendo a gobiernos proimperiales. Mucho menos, compartiendo el banquete neoliberal con aroma a sangre popular, diría Oscar Romero en el lenguaje de su tiempo.
A Romero lo mató un proyectil made in USA, disparado por militares gobernantes en defensa de los intereses norteamericanos, ahora impunes. En consecuencia, lo mínimo que se espera de la Jerarquía Católica, y de Francisco I, en particular, es una actitud profética antimperial, antineoliberal, una opción preferencial por el cumplimiento de los derechos humanos y derechos de la Madre Tierra, y exigir justicia por Romero. De lo contrario, la canonización de Romero suena a un intento del vaciamiento de la mística ético política del Santo de las Américas.
*Defensor latinoamericano de los Derechos de la Madre Tierra y Derechos Humanos