German Rosa, s.j.
El martes 22 de noviembre del presente año, era un día laborable ordinario como todos los demás en la ciudad de Roma. Era una mañana otoñal fresca, y la vía de la Conciliación que se sitúa frente a la Plaza y la Basílica de San Pedro, siempre está visitada por turistas y cristianos de todo el mundo. Pero esa mañana había menos visitantes en esta parte de la ciudad de Roma. Ese día quedará grabado en mi memoria porque esa mañana nos hicimos presentes a la Congregación para las Causas de los Santos en el Vaticano: el P. Anton Witwer, postulador para la causa de los Santos de la Compañía de Jesús; el P. Fuyuki Hirabayashi, postulador de la causa de los Santos en el Japón; los representes diplomáticos de la República de El Salvador ante la Santa Sede y este servidor. Estábamos allí porque la Compañía de Jesús quería presentar toda la documentación necesaria para la causa de beatificación y canonización del P. Rutilio Grande y de sus amigos: Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus.
El proceso investigativo de la Arquidiócesis en El Salvador ya ha concluido. Ahora ha comenzado la fase siguiente en Roma, una vez que Mons. Giacomo Pappalardo, Canciller de la Congregación para la Causa de los Santos, ha recibido el decreto de apertura de esta fase que fue entregado por el P. Anton Witwer, S.J.
Fuimos testigos de la recepción y revisión de todos los documentos, entre consultas y diálogos de Mons. Giacomo Pappalardo y el P. Anton Witwer. Cada folder era un paquete de testimonios históricos de la vida de Rutilio Grande, Manuel Solórzano y Nelson Rutilio. Nos conmovimos profundamente en esa mañana porque en esos documentos estaban los registros del testimonio martirial de todos ellos. Son momentos que no se olvidan en toda la vida. Pudimos sentir la presencia viva de estos mártires, que junto con Mons. Romero, cambiaron el rumbo y fueron testigos del Evangelio en El Salvador.
1) ¿Cuándo nació la amistad de Mons. Romero y el P. Grande?
El P. Rutilio Grande era un gran personaje. Menos conocido que Mons. Romero, pero a ambos los vincula una experiencia de amistad hasta el punto que no se puede hablar de uno sin remitirnos al otro.
Mons. Romero, fue ordenado Obispo el 21 de junio de 1970 y también fue nombrado junto a Monseñor Arturo Rivera y Damas, auxiliar de Monseñor Luis Chávez y González. Vivió en el Seminario Mayor, centro de formación de los futuros sacerdotes del país, administrado en ese período por los padres jesuitas. Mons. Romero conoció en ese lugar al Padre Rutilio Grande y se hicieron amigos para el resto de sus vidas. Una amistad profunda que los llevará a una experiencia apostólica sellada por el martirio.
El P. Rutilio Grande es un mártir que conocemos por su amistad profunda con San Romero de América, como dice el poeta Pedro Casaldáliga. Esa mañana en la Congregación para las Causas de los Santos en el Vaticano, cada paquete que fue recibido, contenía una densidad testimonial única y original. Cada documento permitía recordar la grandeza de un hombre, cristiano y mártir hijo de un gran pueblo de América Latina. Un hombre grande, hijo de un país grande conocido como el “Pulgarcito de América”. Expresión literaria atribuida al escritor salvadoreño Julio Enrique Ávila, y a la poetisa Chilena Gabriela Mistral; expresión consagrada por el poeta salvadoreño Roque Dalton en su libro Historias prohibidas del Pulgarcito, publicado en 1974 (Cfr. http://www.afehc-historia-centroamericana.org/?action=fi_aff&id=2259).
Mons. Romero fue nombrado Arzobispo de San Salvador el 23 de febrero de 1977, en medio de un ambiente de injusticias, represión e incertidumbre. Un mes después, en ese mismo año, fue asesinado el Padre Rutilio Grande lo cual le causó a un gran impacto.
La presentación de los folios para la causa de beatificación y canonización de Rutilio Grande, Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus, revivió memorias inolvidables de uno de los períodos más violentos del país. La memoria histórica nos remitió a aquella fecha del 12 de marzo de 1977, en la cual, el padre Grande, acompañado por Manuel Solórzano, de 72 años, y Nelson Rutilio Lemus de 16 años de edad, manejaba el jeep otorgado por el arzobispado sobre la carretera que comunica el Municipio de Aguilares con el Municipio de El Paisnal. Rutilio y sus amigos iban a celebrar la misa vespertina de la novena de San José en la parroquia del Paisnal, cuando los tres quedaron emboscados y murieron ametrallados por los escuadrones de la muerte (Cfr. https://es.wikipedia.org/wiki/Rutilio_Grande).
Este acontecimiento marcó la vida y la labor episcopal de Mons. Romero. No podemos olvidar su determinación deliberada a partir de ese momento histórico: “Al saber de los asesinatos, monseñor Óscar Romero fue al templo donde reposaban los tres cuerpos y celebró la misa. En la mañana del día siguiente, después de reunirse con los sacerdotes y consejeros, Romero anunció que no asistiría a ninguna ocasión gubernamental ni a ninguna junta con el presidente — siendo ambas actividades tradicionales del puesto — hasta que la muerte se investigara. Ya que nunca se condujo ninguna investigación nacional, resultó que Romero no asistió a ninguna ceremonia de Estado, en absoluto, durante sus tres años como arzobispo. El domingo siguiente, para protestar por los asesinatos de Grande y sus compañeros, el recién instalado monseñor Romero canceló las misas en toda la arquidiócesis, para sustituirlas por una sola misa en la catedral de San Salvador. Oficiales de la iglesia criticaron la decisión, pero más de 150 sacerdotes concelebraron la misa y más de 100.000 personas acudieron a la catedral para escuchar el discurso de Romero, quien pidió el fin de la violencia” (https://es.wikipedia.org/wiki/Rutilio_Grande).
Sin embargo, desde el naciente del dolor brotó un río de esperanza para tantos salvadoreños y salvadoreñas que han sufrido por la violencia en el país. En el parto de la paz, dado el contexto de violencia que hoy vivimos en el país y en el mundo entero, la vida de hombres como Rutilio Grande y Mons. Romero se convierte en luz que brilla y da fortaleza inagotable de esperanza para superar esta noche oscura de la historia de la humanidad.
2) La consolación espiritual que nace de los mártires nos compromete a trabajar por la justicia, la paz y la reconciliación
Ser testigos de la recepción en el Vaticano de los testimonios que acreditan el martirio y la santidad del P. Rutilio Grande, Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus, generó en los allí presentes una consolación, como brisa cálida en las playas de la Libertad. Nos conmovió la presencia viva de todos ellos y la de San Romero de América. Nos ardía el pecho sintiendo la misma pasión que ellos vivieron a favor de los pobres, de los pequeños y de la justicia. Esta consolación nos impulsa a comprometernos para hacer posible la justicia, la paz y la reconciliación en el país y en el mundo, que tanto se necesita.
El comentario común era, ¡ojalá que Mons. Romero sea canonizado al mismo tiempo que Rutilio Grande, Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus sean beatificados! ¡Ojalá que su Santidad el Papa Francisco nos visite en El Salvador para Canonizar a Mons. Romero y beatificar a Rutilio Grande. Ambos amigos mártires!
El P. Rutilio Grande y Mons. Romero son una antorcha que ilumina a la Iglesia en el continente. Son testimonios vivos del cambio propiciado por el Concilio Vaticano II y la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Medellín. Ambos son símbolos de una Iglesia encarnada, con olor a oveja, como dice el Papa Francisco. Es decir, ambos personifican una Iglesia profética que acompaña a los humildes, los pobres, los excluidos y los sencillos…No es casualidad que el pueblo humilde y sencillo asistió al funeral de estos mártires. Lloró y veló a Mons. Romero y también al P. Rutilio Grande, Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus. La causa de beatificación del P. Rutilio Grande es una causa colectiva, pues también se quiere canonizar a los amigos que lo acompañaban en el momento en que ocurrió el martirio en el pueblo de Aguilares.
La santidad de todos ellos personifica las bienaventuranzas selladas con la sangre del martirio. Uno de los milagros de estos hombres de Dios es hacer que nazca la esperanza desde lo más profundo de nuestros corazones a pesar de tantas noticias que siembran la desolación o la desesperanza en el país o en el mundo. Por esta razón, las vidas de San Romero de América y de Rutilio y sus amigos Manuel y Nelson, son una buena noticia en un mundo donde a diario escuchamos malas noticias.
El teólogo norteamericano de corazón salvadoreño, P. Dean Brackley, S.J., decía: “El Salvador exporta fe no solo café…”. Nosotros podemos agregar a su gran intuición teológica que también es pesebre de amor y esperanza para un mundo roto, cuando somos testigos de la vida de hombres como Mons. Romero y el P. Rutilio Grande con sus amigos Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus.
3) La amistad de Mons. Óscar Romero y del P. Rutilio Grande cambió la historia…
El Salvador es cuna de pensamiento teológico. Una muestra de esto son los grandes aportes de la homilética de Mons. Romero y del P. Rutilio Grande, o sus reflexiones sobre el Evangelio. Otro gran aporte universal son las vidas de hombres y mujeres que encarnan una fe comprometida con la justicia, con la paz y con la reconciliación. Además, gracias a su testimonio El Salvador se ha convertido en uno de los pioneros de un proceso de paz, con sus límites o imperfecciones, pero que sirve para iluminar otros procesos políticos parecidos o semejantes para firmar acuerdos de paz en contextos de transición de un período de guerra a la participación y concertación política de grupos que se han confrontado bélicamente entre sí durante un período histórico.
No son pocas las voces que indican que El Salvador puede ayudar a iluminar el proceso de paz en Colombia, o para orientar el diálogo y la negociación que vive nuestra hermana República de Venezuela.
¿Por qué la amistad de Mons. Romero y del P. Rutilio Grande cambió la historia de la Iglesia en el país? Porque se conmovieron al ver tanto sufrimiento y tanto dolor del pueblo salvadoreño ante las injusticias; porque su amistad estaba arraigada en el Evangelio; porque su amistad estaba fundada en la amistad con un amigo común: Jesús de Nazaret. El hijo de Dios encarnado en nuestra humanidad y en nuestra historia. Porque hombres como Mons. Romero y el P. Rutilio Grande fueron profundamente humanos viviendo a fondo su vocación cristiana y sacerdotal. La amistad del P. Rutilio y de Mons. Romero con los humildes, los sencillos, los pobres y los excluidos, los convirtió en auténticos profetas. Tanto uno como el otro fueron seducidos por Dios para plantar la fe y la justicia en contextos de un ateísmo práctico y de una realidad de injusticia.
Su martirio es garantía de la santidad de sus vidas. Han vivido análogamente la pasión y la muerte de Jesucristo en nuestro tiempo, ofreciendo el horizonte de la esperanza de la resurrección histórica de un mundo libre de la injusticia y la violencia.
Al igual que Jesús entregaron su vida. No se las arrebataron. Con esa certeza querían hacer posible el reino de Dios en la historia (Cfr. Jn 10,18); la experiencia de su martirio en un primer momento es incomprensible. Luego descubrimos que ellos verdaderamente eran hombres y testigos de Dios (Cfr. Lc 23); su muerte se asemeja a la de Jesús porque siguieron la voz de Dios interpretando los signos de los tiempos y anunciando con su vida, sus palabras y sus acciones el Evangelio (Cfr. Lc 23; Hch 6,8-7,60). El P. Rutilio Grande, Manuel Solórzano, Nelson Rutilio Lemus y Mons. Romero fueron víctimas de la persecución, y con su entrega “lavaron y blanquearon sus vestidos en la sangre del Cordero” (Ap 7,14). Así como todos los cristianos que han vencido el mal en la historia.
Agradecemos a Dios por su hijo Jesús de Nazaret, pero también por la vida y el testimonio de San Romero de América y de Rutilio Grande, Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus.
Pedimos a Dios que su Santidad el Papa Francisco nos visite en el El Salvador y en Centroamérica. También, que nos haga los regalos maravillosos de la canonización de Mons. Romero y la Beatificación del P. Rutilio Grande con sus amigos Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus. Hijos de un gran pueblo, del pulgarcito de América, tal como lo dicen los poetas.