Víctor Manuel Guerra Reyes
Con la beatificación de Monseñor Romero, purchase el próximo 23 de mayo de 2015, viagra sale el pueblo salvadoreño y con él los pueblos pobres del mundo, pero especialmente los centroamericanos, asistimos a la plenitud de los tiempos en términos teologales.
Con la beatificación de Monseñor Romero, la Iglesia oficial vaticana, se limpia el rostro de vieja Iglesia y vuelve la mirada renovada a aquel que luchó por la justicia y que en nombre del Dios de Jesús se propuso defender a aquellos que no se podían defender por sí mismos, los empobrecidos por el régimen capitalista en su más cruda expresión y representación, la oligarquía salvadoreña. Aquel grupo privilegiado de salvadoreños que estaban acostumbrados a ponerle nombre a todo lo que Dios ha creado en El Salvador; es decir, a dominarlo todo en este país centroamericano.
La Iglesia católica vaticana, ha reconocido que se opuso a Monseñor Romero y que se intentó, infructuosamente, esconder y arrinconar la figura de Monseñor Romero. Pero se olvidaron que nada queda oculto por siempre y que la mentira, o el ocultamiento de la verdad, tiene patas cortas en cualquier parte del mundo.
Ahora bien, el significado trascendental para todo salvadoreño cristiano, en la línea teológica es que con Monseñor Romero, asistimos a la plenitud de los tiempos en el modo salvadoreño porque con él, las víctimas inocentes de la violencia, cobran rostro y se disponen a escuchar la sentencia y a concretar la justicia; una justicia que todo lo cree, todo lo espera y todo lo perdona, porque ciertamente su esencia es ser una justicia amorosa y vivificante, que a la manera de Jesús, muere perdonando.
Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador, como afirmara Ignacio Ellacuría. Pero además, con Monseñor Romero, Dios se encarnó en El Salvador, padeció con el pueblo salvadoreño, fue martirizado por el pecado de los malos salvadoreños, pero así como Jesús, Monseñor Romero también fue resucitado por el Espíritu de Santo y por el pueblo pobre y humilde salvadoreño. El mismo pueblo que después de ver asesinado a su pastor en el Hospital La Divina Providencia, no dejó de acompañar su memoria con un acompañamiento fiel y sincero, desde el sufrimiento y desde el refugio simbólico que cobró fuerza en la cripta de la catedral metropolitana de El Salvador. El pueblo acompañó amorosamente a Monseñor Romero, desde lo más profundo de sus hogares y desde lo más profundo de su ser y quehacer.
Ahora, en este 2015, y con el acto simbólico de la beatificación de Monseñor Romero, este se convierte en la figura más viva de la expresión evangélica que expresa que el mesías ha de venir a liberar a los que están cautivos, a darle vista a los ciegos y a liberar a los oprimidos (Lc 4, 16-22) y aquella que afirma que lo que es de Dios, nada ni nadie lo podrá detener. Con esto se ratifica lo que muchos ya sabíamos: que la ejemplaridad de la vida de práctica y de servicio de Monseñor Romero era, sin lugar a dudas una praxis radicalmente evangélica y eminentemente cristiana.
Ahora bien, con la beatificación de Monseñor Romero, la Iglesia oficial ha radicalizado la utopía y ahora, el paradigma de la santidad, entendida esta como la concreción ejemplar y ejemplarizante del modo de ser cristiano para el mundo en el siglo veintiuno, ha colocado un peldaño más en el seguimiento de Cristo en el modo salvadoreño. Porque ahora, para ser santo, un modo singular es el ejemplo ofrecido por Monseñor Romero; es decir, haciendo una opción preferencial por los empobrecidos y por aquellos que no pueden defenderse por sí mismos. Ese es el camino del seguimiento de Cristo aquí y ahora.
Esto indica que aunque se viva incomprendido y estorbado por aquellos que por opción y misión tendrían que apoyar la causa de los pobres, aun en contra de ellos, la radical y absoluta misión se impone. Es decir que aunque asesinen a aquellos que participan oficialmente del mismo misterio y ministerio, el mandato se mantiene: la defensa del pobre, a la manera de Jesucristo, a la manera de Monseñor Romero. Con él se impone en modo radical la manera propia de ser obispo, de ser sacerdote y cristiano. Ese modo es, sin lugar a dudas, poniéndose del lado del pueblo. Así quiere el pueblo a sus obispos. De lado del pueblo.
De ahí que una Iglesia que no se ponga del lado de los pobres, del lado del pueblo, no es una Iglesia de Jesucristo como no lo es aquella Iglesia que aun hoy no ve en Monseñor Romero el modo salvadoreño de ser obispo de la Iglesia católica.
Como se ha dicho ya, hoy se ha radicalizado aun más, el seguimiento de Cristo, porque retoma nuevamente el seguimiento martirial como un don de Dios, pero también como una donación de la vida a una causa justa: que los pobres vivan plenamente. Eso hizo Monseñor Romero y eso fue lo que hizo de él un profeta de los nuevos tiempos y un santo al modo salvadoreño. Eso lo reconocieron muchas personalidades a nivel mundial; pero por desgracia, no lo reconocieron muchos clérigos salvadoreños; y no lo logran ver todavía. Pero esto es así porque no están del lado del pueblo. No obstante, ese mismo pueblo, sí espera su conversión y que con ella, comiencen a ver con ojos de pueblo, con ojos de pobre. Es decir, con los ojos y corazón de aquel que se sabe necesitado de amor y redención.