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Monseñor Romero, el Santo de los salvadoreños

Juan Vicente Chopin

El culto a los santos en la Iglesia Católica inició con el culto a los mártires. Ellos constituyen la más alta expresión de la santidad en la historia de la Iglesia. Esto es así porque la forma de muerte del mártir se asemeja a la de Jesús. De hecho, patient el libro del Apocalipsis llama a Jesús «el Testigo fiel, unhealthy el Primogénito de entre los muertos» (1, shop 5). Y este principio originario y fundante de la fe cristiana tiene su despliegue en la misión de los discípulo, así lo expresa el libro de los Hechos de los Apóstoles: «recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (1,8).

Ahora bien, los salvadoreños contamos con un santo mártir: Mons. Oscar Arnulfo Romero. Su beatificación constituye una buena noticia para la Iglesia y para el pueblo salvadoreño. Su santidad es reconocida en todo el mundo, ya sea por sus virtudes heroicas —paz, justicia, defensa de los pobres, solidaridad—, como por el modo en que vivió su ministerio episcopal. Ambas características son ampliamente admitidas en ambientes evangélicos y seculares, lo cual hace de Mons. Romero un santo contemporáneo. Conviene, pues, preguntarse cuáles son los frutos de su santidad.

En primer lugar, Mons. Romero es el faro de luz que debe guiar nuestro modo de vivir nuestra fe cristiana. En él, la vivencia de la fe no tiene nada de superficial, no pacta con la corrupción del mundo. A partir de su testimonio y del consiguiente reconocimiento oficial de su martirio por parte de la Iglesia, él se constituye en el ejemplo y el modelo a seguir en la vivencia de nuestra fe cristiana.

En segundo lugar, Mons. Romero es esperanza para las víctimas que la acción del mal va dejando en la historia. Víctimas del tiempo de la guerra civil y también las víctimas de nuestros días. En el caso de Mons. Romero, como en el caso de Jesús, no tuvieron la razón sus detractores, es decir, el verdugo no ha triunfado sobre la víctima. Así como la resurrección de Jesús es la restitución de la dignidad de la víctima injustamente crucificada, así el reconocimiento del martirio de Mons. Romero es la restitución de la dignidad de tantas personas que fueron asesinadas a partir de acusaciones interesadas y, en definitiva, falsas.

En tercer lugar, la santidad de Mons. Romero nos interpela, es decir, nos lleva a preguntarnos acerca de la manera cómo vivimos nuestra fe. En este sentido, la beatificación de Mons. Romero no solo es punto de llegada, sino también punto de partida. A partir de la sangre bendita del mártir debe alzarse una nueva Iglesia, más cercana a los pobres, más acorde con la aplicación de la justicia, no solo respetuosa de los sectores indefensos, sino abiertamente defensora de ellos; en definitiva, una Iglesia más responsable, una Iglesia samaritana, una Iglesia servidora.

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