Homilía del el cardenal Leonardo Sandri
Queridos Hermanos y Hermanas:
Terminaremos hoy nuestra Plenaria con esta última celebración eucarística en honor del Sagrado Corazón de Jesús. De este modo nuestra plenaria acaba con la mirada puesta en Cristo crucificado y resucitado, thumb núcleo esencial de nuestra fe y núcleo fundamental a proclamar en la emergencia educativa y en la “traditio” de la fe a nuestra juventud.
Aquí sobre el altar que guarda las reliquias de San Juan Crisóstomo reviviremos el sacrificio de la cruz, poniéndonos con nuestra mente y nuestro corazón frente al costado abierto de Cristo, traspasado por la lanza del soldado, para adorar el misterio de nuestra salvación y de aquí sacar el coraje necesario para el anuncio del Evangelio y para nuestro testimonio de discípulos.
Una constante de la historia cristiana es la persecución y la cruz que en este mundo y en este tiempo de la Iglesia toca a muchos de sus hijos.
Es la entrega de la propia vida en medio de la violencia y del desprecio de los valores de la dignidad de la persona humana, de los ataques a personas, a símbolos y a lugares sagrados de nuestra fe que han tenido por consecuencia no solamente el secuestro sino también el asesinato y la muerte de obispos, sacerdotes, religiosos, y religiosas.
Esta línea roja de la sangre de los mártires, ha sido registrada en veinte siglos de historia y las Iglesias Orientales Católicas como también las comunidades ortodoxas y otros cristianos han sido y son hoy protagonistas de esta evangélica nota de identidad del discípulo con su maestro y esta fue y es la garantía de la esperanza cierta del cielo nuevo y de la tierra nueva que esperamos ver y tocar con nuestras manos en la eternidad.
Benedicto XVI, en la Exhortación Apostólica “Ecclesia in Medio Oriente”, escribe: “La situación en Medio Oriente es en sí misma un llamamiento urgente a la santidad de vida. Los martirologios enseñan que los santos y los mártires, de cualquier pertenencia eclesial, han sido – y algunos lo son todavía – testigos vivos de esta unidad sin fronteras en Cristo glorioso, anticipando nuestro “estar reunidos” como pueblo finalmente reconciliado en él” (EMO n. 11).
De estos últimos años recuerdo a los 52 mártires de la Catedral Siro-católica de Bagdad, en cuya reconsagración participé en diciembre 2012, y recuerdo el dolor y, la mayoría de las veces, la muda impotencia con la que se tiene que asistir al avance del mal, al desprecio de Dios y de su ley y al desprecio de la dignidad de la persona humana. Y me he preguntado cual era el nexo que podía existir entre esta realidad y la de nuestra América Latina.
Es la sangre de Cristo, que ahora vemos derramada en la persona de nuestros hermanos, víctimas de persecución, del terrorismo en general, y del terrorismo de estado en particular, de la violencia irracional y de la del narcotráfico en particular o víctimas por ser fieles a la opción preferencial por los pobres, implícita en la fe cristológica, como indicado por el Papa Benedicto XVI en el discurso inaugural de la Conferencia de Aparecida (cfr también Aparecida nn. 391-392 y ss.) el nexo de nuestras dos realidades.
Leemos en Aparecida: “El cristiano corre la misma suerte del Señor, incluso hasta la cruz: “Si alguno quiere venir detrás de mí…”…. Nos alienta el testimonio de tantos misioneros y mártires de ayer y de hoy en nuestros pueblos que han llegado a compartir la cruz de Cristo hasta la entrega de su vida” (N. 140).
Prescindiendo del número abultado de obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas y hombres y mujeres que en nuestro continente han perdido la vida como discípulos de Cristo (es suficiente recordar que en el 2013 han sido asesinados en América Latina 15 sacerdotes), quisiera conmemorar a tres pastores concretos, desde luego sin anticiparme al juicio de la Iglesia y sin dar a las palabras “martirio” y “mártir” una significación canónica y teológica y evitando cualquier interpretación política. Ellos son:
1) el Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, Arzobispo de Guadalajara, México, asesinado el 24 de mayo 1993. El Beato Papa Juan Pablo II designó como su Representante Personal para la celebración de sus funerales al Siervo de Dios Cardenal Eduardo Pironio y en su mensaje, refiriéndose al pastor asesinado, escribió: “La figura de tan ejemplar Pastor, que con generosidad y abnegación dedicó su vida al servicio de Dios y de la Iglesia , es motivo de profunda acción de gracias al contemplar la fortaleza de su fe, la fecundidad de su ministerio, la solicitud y amor para con la grey que el Señor le había confiado.
Su entrega sin reservas a la misión de hacer presente el mensaje salvador de Jesucristo lo hizo acreedor del cariño de sus diocesanos y del respeto de los hombres de buena voluntad” y continúa: “ (…) Las trágicas circunstancias de la muerte del querido Arzobispo de Guadalajara, junto con otras seis personas, han de ser un apremiante llamado a todos para erradicar tan execrable violencia, causa de tanto dolor y muerte, como es el caso de abominable crimen del narcotráfico” (27 de mayo de 1993, Giovanni Paolo II, Insegnamenti XVI, I, 1993 pp. 1341-1342, cf. también ib. pp. 1326-1327).
2) El Arzobispo Oscar Arnulfo Romero, Arzobispo de San Salvador, asesinado el 24 de marzo 1980 y de quien el Beato Papa Juan Pablo II escribió una vez conocida la noticia del crimen: “Al conocer con ánimo traspasado de dolor y aflicción la infausta noticia del sacrílego asesinato de Monseñor Oscar A. Romero y Galdamez, cuyo servicio sacerdotal a la Iglesia ha quedado sellado con la inmolación de su vida mientras ofrecía la víctima eucarística, no puedo menos de expresar mi más profunda reprobación de Pastor universal ante este crimen execrable que, además de flagelar de manera cruel la dignidad de la persona, hiere en lo más hondo la conciencia de comunión eclesial y de quienes abrigan sentimientos de fraternidad humana” (25 de marzo 1980, Giovanni Paolo II, Insegnamenti III, 1, 1980, p. 734). La causa de canonización de Mons.
Romero ha sido introducida y esperamos pronto verlo como modelo para toda la Iglesia.
3) El Obispo Enrique Angelelli, Obispo de La Rioja, Argentina, muerto el 4 de agosto 1976, en un sospechoso accidente de auto y en un contexto de valentía del Obispo. De él recuerdo hoy no solamente la pasión y el convencimiento de que su muerte fue por ser defensor de Dios, de la persona humana y del Evangelio que me expresaba el Arzobispo Carmelo Juan Giaquinta, Arzobispo de Resistencia, sino también la homilía pronunciada por el entonces Cardenal Jorge M. Bergoglio el 4 de agosto del 2006 en Punta de los Llanos, lugar donde cayó Angelelli. Un periodista refiere así la homilía del Cardenal Bergoglio (Guillermo Alfieri, Semanario Digital, como también el libro “E’ l’amore che apre gli occhi”, ed. Rizzoli): el Arzobispo de Buenos Aires “rescató(…) la convicción de que la Iglesia riojana era perseguida pero se encontraba entera, con un diálogo de amor entre el pueblo y su pastor. Comparó los ataques sufridos por Angelelli con el maltrato padecido por Pablo, en Filipos, “a través de los consabidos métodos de la desinformación, la difamación y la calumnia”. El Arzobispo de Buenos Aires abordó las muertes de la represión y sostuvo que “Wenceslao, Carlos, Gabriel (nota: nombre de tres sacerdotes aesinados) y el Obispo Enrique fueron testigos de la Fe, derramando su sangre”.
Reflexionó que si alguien “se puso contento, creyó que era su triunfo” en realidad fue la derrota de los adversarios. (…) sangre de los cristianos, semilla de cristianos”. Del Obispo Angelelli está introducida también la causa de canonización.
Citando los ejemplos de estos tres pastores, vienen a la memoria las palabras de Benedicto XVI: “El màrtir es una persona sumamente libre, libre frente al poder, libre frente al mundo; una persona libre, que en un acto definitivo dona a Dios toda su vida” (Catequesis del miércoles 11 de agosto 2010).
A la luz de la Palabra de Dios y de los numerosos testigos que nos han precedido, podemos entretejer con el hilo rojo de la sangre de los mártires, la historia común de nuestra América con las Iglesias Orientales: Es Cristo Crucificado quien conecta, con un paralelismo sorprendente, ambas porciones del Pueblo de Dios.
La del Pueblo de Dios en América Latina, que Aparecida convoca para ser discípulos y misioneros y la del Oriente cristiano, convocado, después del Sínodo especial para el Medio Oriente, a la comunión y al testimonio. Para nuestra plenaria nos queda la convicción que la “Emergencia educativa y la traditio de la fe en la juventud latinoamericana”, será afrontada a través de todos los estudios y recursos sobrenaturales y humanos de los que gracias a Dios disponemos en nuestro continente, pero sobre todo a través de los maestros y testigos que iluminan con su oblación nuestro cielo estrellado. Brilla María, Madre de la Iglesia, quien acompañó con su cariño y ternura hasta el supremo momento a nuestros hermanos y amigos que están ya con su Hijo en la eternidad, y pedimos que brille para nosotros esta corona de pastores puros y valientes que serán el mejor lenguaje, incontrovertible, de una fe vivida y “tradita”, entregada, hoy, hasta la asimilación a Cristo, Pastor supremo, cordero inmolado para la salvación del mundo. Amén.
Debe estar conectado para enviar un comentario.