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Durante la misa dominical celebrada en la Cripta de Catedral Metropolitana, el sacerdote Mauricio Merino recalcó que monseñor Romero, al igual que muchos mártires de la Iglesia salvadoreña, es el rostro de Cristo viviente, que hoy en su memoria continúa evocando a Jesús y haciéndolo presente en su pueblo.
“Es el espíritu de vida el mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos, el que ahora actúa dando vida a otros. Monseñor Romero se convierte en un instrumento para que el espíritu pueda regalar la vida, los creyentes debemos ser instrumentos del espíritu al igual que lo fue el beato Romero”, dijo el padre Merino.
Asimismo, en la homilía enfatizó que es mejor padecer haciendo el bien, que padecer haciendo el mal, en la figura de Monseñor Romero se encuentra este signo de personas que viven dando las fuentes de esperanza y haciendo el bien con el pueblo sufriente, ya que fue una voz que invitó a mantener viva la esperanza que toma cuerpo en las actitudes y comportamientos de la vida cotidiana.
Según el religioso, la fe, la esperanza y el amor, son el motor de vida en un mundo desesperanzado. Dios actúa por medio de hombres y mujeres que viven una conducta llena de esperanza, a pesar de las dificultades y errores personales y sociales.
“Necesitamos creer y confiar en los demás, necesitamos amarnos, esta conducta esperanzadora es que tuvo Monseñor Romero a lo largo de su trabajo pastoral”, afirmó Merino.
El beato Monseñor Romero es el que habló, actuó, luchó y murió, como “el que pasó haciendo el bien y fue asesinado a manos de los impíos”, tuvo el coraje de denunciar la represión, defendió a los campesinos sacerdotes amenazados.
Monseñor Romero hizo una honda decisión de reaccionar como Dios se lo pidiera; hizo una opción verdadera por los pobres, representados por centenares de campesinos indefensos ante la represión que ya sufrían, se convirtió en su defensor, en la voz de los sin voz.
El beato siempre mantuvo un corazón limpio y una reserva ética que no lograron sofocar ni su ideología conservadora ni la actuación retrógrada de una buena parte de la jerarquía. Jamás predicó la violencia, solamente la violencia del amor, la que dejó a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre todos; esa violencia no es la de la espada, la del odio, es la violencia del amor, la de la fraternidad, la que quiere convertir las armas en hoces para el trabajo.