Iván Escobar/Colaborador
Este 15 de agosto El Salvador se vuelve a vestir de fiesta. La alegría y entusiasmo en el pueblo se expresa en los miles de hombres y mujeres, unhealthy que a 34 años de su martirio siguen el rostro humilde del mensajero de paz, viagra Monseñor Oscar Arnulfo Romero Galdámez, verdadero testimonio de vida para cada salvadoreño.
Fueron los escuadrones de la muerte que en El Salvador impulsaron una sistemática represión en contra de toda voz que pedía libertad para este pueblo, los que terminaron con la vida del Arzobispo de San Salvador.
La voz del Obispo Mártir o San Romero de América, como le llaman muchos, golpeó a los sectores del poder y a las fuerzas represivas de los años 70, quienes tomaron aquella decisión, ese histórico 24 de marzo de 1980, de asestarle una bala en el corazón durante una celebración eucarística que él oficiaba, en la capilla del hospital para enfermos terminales de cáncer La Divina Providencia, en la capital salvadoreña.
Su muerte, lejos de silenciar su voz, se levantó entre los pobres, sí, entre los hombres y mujeres humildes que él siempre defendió desde el púlpito, desde la interpretación de la palabra de Dios, para hacerle ver al país, y al mundo, que la pobreza no se hereda, ni es humillante, pero también para alertar a los sectores excluidos que pueden seguir sus ideales y superar esa marginación, esa exclusión, que acostumbran los sectores poderosos, los sectores económicos.
Hoy Mons. Romero estaría cumpliendo 97 años de edad. Estamos a tres años exactamente para que se cumpla el centenario del Obispo Mártir.
La iglesia Católica, aún analiza y estudia el proceso de canonización de Mons. Romero.
Sin embargo, su gente, su pueblo, las nuevas generaciones salvadoreñas y en el resto del mundo ya lo hizo Santo, y le llaman así.
No es extraño escuchar las plegarias de mujeres adultas mayores que le vieron en vida, y presenciaron su cruel asesinato. También lo siguen jóvenes generaciones, quienes a pesar de no conocerle físicamente, han ido conociendo poco a poco su vida, su obra, su legado.
Y es que hablar de Mons. Romero, no es hablar solo de religión. Es hablar, de diálogo, es hablar del contexto y realidad de nuestro pueblo, de las causas de los grandes problemas que sigue sufriendo el país.
Mons. Romero a pesar de su muerte sigue presente, nos sigue hablando y analizando esa realidad, tal y como lo hacía cada domingo en el púlpito de Catedral, de la Basílica Sagrado Corazón, o todo templo o espacio desde donde enviaba sus mensajes.
Originario de Ciudad Barrios, en el oriental departamento de San Miguel, nació aquel 15 de agosto de 1917, Mons. Romero, el segundo de ocho hermanos. Su padre se llamaba Santos Romero y su madre Guadalupe de Jesús Galdámez.
Era una familia humilde y modesta.
Su padre empleado de correos y telegrafista; su madre se ocupaba de las tareas domésticas.
Su disciplina y constante documentación de todo hecho que vivía, ha permitido hoy en día contar con información propia de su vida. Heredó sus homilías, y ha sido inspiración para los escritores.
Hoy en día, aún muchos le odian y sufren con solo escuchar su nombre.
Dicen que es más conocido en el extranjero que entre su gente. Sin embargo, al hablar con las familias humildes de las diferentes comunidades, uno se da cuenta que no es así, en El Salvador muchos le siguen, muchos le extrañan, muchos siguen su voz para encontrar respuestas en la convulsionada sociedad que se tiene.
Mons. Romero inició su recorrido muy joven en el mundo religioso, fue en el año de 1937 que ingresó al Seminario Mayor de San José de la Montaña en San Salvador, y siete meses más tarde fue enviado a Roma para proseguir sus estudios de teología. Mons. Romero fue ordenado sacerdote a la edad de 24 años en Roma, un 4 de abril de 1942.
En medio de momentos de mucha injusticia social, represión e incertidumbre en el país, Mons. Romero es nombrado Arzobispo de San Salvador, el 3 de febrero de 1977.
Nunca gustó de los lujos o pompas, sino del contacto con la gente. Era un comunicador nato, y su vida estaba dedicada a escuchar y orientar a los demás.
Así lo dejó en claro en su mensaje pronunciado durante la celebración de la Homilía del 15 de julio de 1979. “¡Qué sabio es el Señor Jesucristo al decirle a los apóstoles que vayan a evangelizar con la figura de un peregrino pobre! Y la Iglesia de hoy tiene que convertirse a ese mandato de Cristo. Ya no es tiempo de los grandes atuendos, de los grandes edificios inútiles, de las grandes pompas de nuestra Iglesia. Todo eso, tal vez en otro tiempo, tuvo su función y hay que seguírsela dando en función de la evangelización, servicio.
Pero ahora, más que todo, la Iglesia quiere presentarse pobre entre los pobres y pobre entre los ricos, para evangelizar a pobres y ricos”, expresó.