José M. Tojeira
El hecho de que se haya mencionado públicamente la frase de “no se muerde la mano de quien te da de comer”, puede darnos la oportunidad de reflexionar sobre manos y mordiscos que se dan habitualmente en El Salvador. Para empezar, hay que decir que la frase es buena para aplicarla a los perros o a los animales domésticos, pero no a las personas. Dar de comer lo hacen los padres con los hijos y alguna persona generosa con otra, que carece de alimentación. Los políticos generalmente no dan de comer. Cumplen con deberes de justicia estipulados en las Constituciones Políticas de los Estados, que obligan a dar una serie de prestaciones básicas a la gente en el campo de los derechos humanos básicos. Incluso con bastante frecuencia incumplen sus obligaciones en lo que respecta a la justicia social, dificultando el acceso al pan y a la tortilla de mucha gente empobrecida, por injusticias tanto seculares como actuales. Por poner un ejemplo, basta hablar del salario mínimo. Si dijéramos que el Estado da de comer a la gente, subiendo el salario mínimo nos engañaríamos. La gente se da de comer con su trabajo. Y si tiene problemas con la comida, no es porque no quiera trabajar o porque no sude trabajando, sino por una serie de situaciones en las que se mezclan la injusticia social, la explotación y la falta de responsabilidad de las élites les impiden comer. Al Estado les toca protegerlos y darle lo que la OIT, llama un salario decente.
Si quisiéramos interpretar metafóricamente esa frase y aplicarla a seres humanos, tendríamos que darle la vuelta a las aplicaciones normales. Éstas suelen insistir en que es el pobre el que muerde la mano del rico, que supuestamente le da de comer. La realidad es la contraria; son los campesinos pobres los que nos dan de comer, y nosotros los que les mordemos la mano cuando los mantenemos en la pobreza con salarios o ingresos deficientes. Quienes pagan bajos salarios a quienes producen riqueza con su trabajo, son realmente quienes no solo muerden manos, sino condenan a personas a situaciones muchas veces inhumanas.
La semana pasada estuvo en El Salvador el Relator de Justicia Transicional de las Naciones Unidas, leyendo su comunicado final, que es un resumen de lo que comunicará al Estado más extensamente en un futuro próximo, podríamos decir que el Estado le muerde la mano y los derechos al ciudadano, cuando no respeta la dignidad de la persona y cuando no se atreve a ratificar instrumentos de protección de los derechos personales. En el entorno de la sentencia de inconstitucionalidad de la Ley de Amnistía y del intento de elaborar una Ley de Reconciliación, que en la práctica vuelve a imponer una amnistía, el Relator ha sido muy claro: lo que se necesita es una ley de justicia transicional coherente con los principios jurídicos de las Naciones Unidas. Quienes desean impunidad sí muerden a las víctimas inocentes de una guerra fratricida, si por morder entendemos simbólicamente hacerles daño.
La utilización coloquial de estas frases debe ser siempre analizada críticamente, porque de lo contrario podemos caer en una defensa sistemática del poderoso frente a los reclamos del débil. Es como la famosa frase del vaso medio lleno y medio vacío. Las más de las veces quienes recomiendan verlo medio lleno lo tiene personalmente bastante lleno. Si les hacemos caso corremos el peligro de conformarnos con el medio lleno, dejando a quienes lo tienen vacío en el desamparo, porque los vasos de la riqueza, aunque se pueda sacar un promedio, nunca están llenos de la misma manera para los poderoso o para los débiles. Al contrario, en países de alta desigualdad como el nuestro los promedios, tienden a ser algo engañosos. Por eso lo que hay que ver críticamente en el lenguaje coloquial, conviene no usarlo fácilmente en el lenguaje político, porque nos exponemos a justificar situaciones injustas.
En el lenguaje coloquial todos nos equivocamos algunas veces.
En el lenguaje político conviene ser más exigente y no caer en los errores de algunos abogados, que cuando defienden las amnistías no hacen más que defender la ley del más fuerte.