More than words (5)

 

Santiago Leiva

Periodista

Cruzaron mirada en la pupusería “Chusita”.  Ella estaba recién llegada de Suecia y Él  de Las Vegas, sildenafil un pequeño poblado sentado a la orilla del río Quezalapa, en Suchitoto.

Chicho pidió tres de loroco con queso, y Lenna Larson había ordenado en un papél dos revueltas. La espera por las pupusas duró apenas cinco minutos,  poco tiempo para contemplar aquel monumento de mujer, pero el suficiente para hacerse ojitos e intercambiar una leve sonrisa.

Fue amor a primera vista,  Chicho quedó embobado al ver aquella moza  con cuerpo de maniquí de la Calle Arce. Ojos color océano, melena de jilote, piernas largas y trasero de brasileña.  Era mucho pedir para un campesino que solo había probado las mieles y pieles de las mulatas.

La diosa escandinava no era la primera conquista para Narciso Serrano. A sus 23 años ya no era un novato en el amor. Su primer romance lo vivió con Lucía, una señora cuarentona, que enviudó pronto y vio en Chicho el clavo perfecto para sacarse el luto de  su marido Lencho.

También cuentan que se le vio consolando a Tere, una morenaza ojos verde que lloró a mares cuando su novio Chepe Salinas, un soldado razo,  fue enviado a Iraq.

Pero ni Lucía con su experiencia y caldo de gallina vieja, ni la morena con sus aires de potra salvaje habían conquistado el corazón de  Narciso.

Chicho mostró un alma indomable desde los 12 años cuando abandonó la escuela por la cuma y una vieja guitarra de conacaste. El gusto por la música lo heredó de su padre a quien acompañaba por la noches a llevar serenatas a los cantones y caseríos vecinos. Con el tiempo también se convirtió en un romántico empedernido.

Su talento con las cuerdas y su cuerpo de “Atlacatl”,  forjado a ritmo de la labranza, no pasaban inadvertidas para las pueblerinas, y  Lenna tampoco lo pasó por alto, vio en Chicho a Thor el del martillo. Tenía dientes blancos y una sonrisa de  Close-Up adornada con dos coronas de oro blanco.

Lucía y Tere lo lloraron cuando dejó el campo por la ciudad; pero era algo inevitable, el romanticismo de antaño entre parejas ya se extinguió y las serenatas solo habían quedado para acompañar en velorios, además las pandillas también sembraron sus futros en el campo y ya no era seguro caminar en la oscuridad de la noche.

Lenna en cambio llegó al barrio en labores comunitarios, venía por un año para hacer  su servicio social como profesora  en la escuela especial de la parroquia.

Después de aquella tarde-noche de enero en la pupusería, Chicho y Lenna coincidieron un par de veces más, pero nunca entablaron conversación. Chicho con sexto grado, apenas había aprendido a decir teybol, pencil y jelo en ingles y tenía  miedo quedar en evidencia ante aquel monumento. Lenna tampoco bosticaba palabras todo se lo escribian en papel. Claro no sería fácil hablar el idioma sueco.

Pasados unos meses Chicho se hizo de un empleo. Por las noches tocaba con la “Pulún Pulún” en la plaza del Trovador y los fines de semana hacía lo mismo con grupos artesanales que se movían de mesa en mesa en los chupaderos de Apulo.

Las noches libres se las pasaba en vela  buscando la estrategia para conquistar el amor de Lenna. Soñaba con recitarle un poema en ingles  a la “gringuita”, pero su intelecto no le daba para la literatura, ya más de alguna vez quedó en ridículo por osado durante su niñez.

Pensó en que podía llevarle chocolates o quizá un ramo de flores, pero al final optó por lo que mejor sabía hacer. Tomó la guitarra y comenzó a ensayar cada noche la letra y la tonada de More Than Words  (Más que palabras) hasta conseguir la afinación y el correcto pronunciamiento de palabras.

Llegado el día de la conquista se puso la ropa de casa nova, tomó la guitarra y se paró frente a la ventana del cuarto de Lenna . Al ruido y al ladrar de “Zeus”, la familia se puso en pie. También se levantó Lenna, ya enfundada en ropa de dormir, y miró  por la ventana.

Chicho era un mar de nervios, tartamudeó y desafinó al momento de la cantada, pero enseguida bajó un solidario manto de aplausos para ocultar su bochorno. Lenna también aplaudió y le regaló una amplia sonrisa. Minutos después bajó el sacerdote de la parroquia, que era el dueño de la casa, con una nota: Gracias por la velada. Soy sordomuda.

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