Álvaro Darío Lara
Para los antiguos romanos, al igual que para muchos otros pueblos y culturas de la antigüedad, el solsticio de invierno revestía una particularidad no sólo estrictamente estacional, sino altamente simbólica, ya que la luz, el sol, ha sido siempre señal inequívoca de paz, vitalidad e iluminación interior.
Hay que recordar, que el solsticio invernal, ocurre, cuando la posición del astro rey es mayormente distante (en cuanto ángulo negativo) del ecuador celeste. Por lo regular, este fenómeno se produce entre el 20 y 23 de diciembre para el hemisferio norte; y el 20 y 23 de junio para el hemisferio sur. Y desde la noche de los tiempos, ha sido recibido con rituales, fiestas, y ceremonias donde no han faltado las ardientes hogueras, puesto que estamos frente a la noche más larga en el norte; y ante la más corta en el sur.
La escritora mística Nita Siegman, nos dice sobre este venerable fenómeno: “Los romanos celebraban el Natalis Solis Invicti, el ‘Nacimiento del Sol Invencible’, costumbre que adoptaron de los persas cuyo héroe-dios de la luz del día era Mitra. El mitraísmo tuvo muchas otras similitudes con el cristianismo, por ejemplo, la comunión simbólica comiendo pan de maíz junto con vino consagrado, el bautismo para el perdón de los pecados, la redención, la salvación, la gracia sacramental, el renacimiento del espíritu, la confirmación y la promesa de una vida eterna. Tanto la cristiandad como el mitraísmo son de índole personal y moral”.
De tal manera, que la fiesta de la Natividad del mundo cristiano, que acabamos de concluir, se encuentra por antecedente histórico, emparentada con una cantidad de tradiciones culturales y sociales que apuntan hacia el significado solar, por supuesto, representado a través del tiempo, por los llamados avatares. No es casual, que los fundamentos religiosos y espirituales de estas culturas, sitúen el aparecimiento terreno de los avatares, en el solsticio de invierno. Veamos, lo que refiere la autora en cuestión: “Muchos avatares que precedieron a Jesús nacieron alrededor del solsticio de invierno. Por ejemplo, Buda, hijo de la virgen Maya, nació por esta época. En el antiguo Egipto, Isis, Reina del Cielo, siendo virgen dio a luz a su hijo Horus, cuya imagen era sacada del santuario para las celebraciones, tal como se hace actualmente con la imagen del Niño Jesús en Italia. De igual manera, Osiris nació de la virgen Neith”. En este sentido, podríamos citar también a otros personajes míticos como Zaratustra, Dionisio y Krishna.
Por otra parte, debemos recordar que este mes de enero estaba dedicado para los antiguos latinos al dios Jano, el dios de doble rostro, el que veía hacia el pasado y también hacia el futuro prometedor.
Atrapados los efímeros, los humanos mortales, entre el pesado ayer, y el incierto mañana, perdemos, con frecuencia, la perspectiva del eterno presente. El saber que sólo contamos, en realidad, con el hoy, ya que lo que sucedió pasó, como todo en la vida, y lo que está por acontecer, pertenece, en la mayoría de casos, a lo impredecible. Por tanto, es el hoy, donde se deben librar los principales esfuerzos, donde se debe expandir la energía universal del amor bienhechor hacia todos.
Ojalá podamos en este 2024 dirigir todas nuestras mejores potencialidades hacia la construcción de nuevos escenarios de luz, entendimiento y concordia hacia nosotros mismos y hacia nuestra sociedad tan urgida de plena convivencia armónica y democrática.
Ante esto, lo que resulta ineludible es la constante humana por configurar una visión de mundo, basada en la luz.
Razón por la cual, Siegman, nos reitera, esta vibrante reflexión final sobre la navidad: “No es sólo la celebración tradicional del nacimiento del Niño Divino, sino también el nacimiento simbólico de la Consciencia Crística, o sea, de la Iluminación en cada uno de nosotros”.
¡Qué el Nacimiento del Sol Invencible, nos guíe siempre! ¡Y que este 2024 esté lleno de mucha esperanza, tolerancia y prosperidad, tanto a nivel personal como nacional!
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