Iosu Perales
Ernesto Cardenal, sacerdote, poeta, sandinista, exministro de cultura de Nicaragua ha muerto a los 95 años. El amigo de los pobres que nunca dudó de su militancia política, resistiendo incluso las sanciones en su contra del Vaticano, era el alma de Nicaragua, sobre todo de la Nicaragua huérfana de los últimos años. Su Canto Cósmico lo elevó a la cumbre de las letras y lo llevó a la altura de la fama de Rubén Darío. La escritora nicaragüense Gioconda Belli lo ha definido como poeta del Universo. Él nos definió a los seres humanos como polvo de estrellas.
Pero tal vez su fama se extendió de manera inevitable por el mundo cuando arrodillado ante Juan Pablo II recibió un duro castigo. Aquel 4 de marzo de 1983, el comportamiento del papa Juan Pablo II ante el cura-poeta Ernesto Cardenal no fue cristiano. Fue el propio de un monarca absolutista. Con un dedo índice acusador le reprendió por su compromiso sandinista y lo suspendió a ad divinis. En respuesta, el creador de Solentiname se arrodilló en señal de respeto a la autoridad papal. Quiso besar la mano de Juan Pablo II, pero el papa la retiró abruptamente. Sin embargo, a Wojtyla no le salió gratis aquel viaje ideado para condenar a la Teología de Liberación y a la Iglesia Popular. Tuvo que escuchar de las bocas de una multitud gritos en su contra por negarse a orar por los asesinados por la contra nicaragüense.
Ernesto Cardenal, como su hermano Fernando siguieron siendo ministros, de cultura el primero y de educación el segundo. Tuvo que esperar 35 años hasta que el papa Francisco lo rehabilitara. Rehabilitación que llegó también para la Teología de la Liberación a través de un gesto significativo: Francisco felicitó en junio de 2018 al sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez con motivo de su noventa cumpleaños, expresándole su gratitud “por haber contribuido a la Iglesia y a la humanidad, a través de su servicio teológico y de su amor preferencial por los pobres y los descartados de la sociedad”.
Ernesto Cardenal vivió siempre sandinista desde que abrazara un compromiso político con la revolución en tiempos de la dictadura de Somoza, y siguió siendo sandinista hasta el final de su vida, a pesar de que había abandonado el FSLN por discrepancias con Daniel Ortega.
Fue en 1994 cuando abandonó el partido sandinista. En el mes de mayo de ese año, en el congreso extraordinario sandinista se impuso la candidatura y Ortega inició un proceso que supuso la marginación del escritor Sergio Ramírez. Cardenal y Ramírez estaban muy unidos por la literatura y las luchas antisomocistas; vivían en el mismo barrio y se veían casi cada día a poco de amanecer para intercambiar sus trabajos literarios.
La marcha de las filas del FSLN no supuso la renuncia a sus ideales. El sacerdote trapense escribió entonces: “Continuaré siendo sandinista y revolucionario, con los ideales de Sandino y del Frente Sandinista de antes, y también marxista y cristiano”. Ahora bien, sumido en el dolor se distanció de la política y centró su atención en la ciencia y en particular en la contemplación y estudio del universo. Su arma pasó a ser un telescopio que le permitía atravesar la noche oscura y descubrir a su Dios en un universo en permanente extensión que lo fascinaba.
Como poeta, siendo ministro fomentó la poesía en los barrios populares y de manera singular lo hizo en los acuartelamientos de la policía y el ejército. En su sueño libertario quería extender la sensibilidad poética entre hombres y mujeres cuyas vidas estaban ligadas a las armas. Para ello organizó certámenes y fundó talleres. Como sacerdote fue un referente estelar de la Teología de la Liberación en Centroamérica. Amante de la Misa Campesina su visión y vida evangélica la quiso concretar con noventa familias de pescadores y agricultores en el archipiélago de Solentiname, en el lago Cocibolca. Allí vivía su fe, en una comunidad participativa que reflexionaba sobre el evangelio y cultivaba las artes pictóricas. Solentiname era su lugar, donde fue feliz. Fue también el lugar del que salió para hacer la revolución y a donde volvió tras la caída de Anastasio Somoza, el dictador, el 19 de julio de 1979.
Ernesto Cardenal supo unir su fe cristiana con su insaciable formación científica. Vivía la emoción de la Iglesia Popular y, a la vez, leía y estudiaba la revista Scientific American. Le interesaba nuestro mundo y la fascinaba el universo. Es probable que antes de morir haya planeado crear un nuevo Solentiname en la Vía Láctea. Cosa de poetas.