Licenciada Norma Fidelia Guevara de Ramirios
El 8 de marzo, declarado por la ONU como Día Internacional de la Mujer, representa una conquista que sintetiza decenios de lucha sacrificada de mujeres dignas, luchadoras, visionarias, generosas y solidarias; es deber de todos y todas preservar esa conquista y avanzar en vez de retroceder.
El 8 de marzo es un día para reflexionar, para analizar nuestra realidad y decidir como debemos actuar. Desafortunadamente ahora las y los salvadoreños estamos frente al resurgimiento de un régimen dictatorial, eso busca establecer el presidente de la República, eso indican sus hechos, sus actitudes; eso se deduce de sus opiniones y las opiniones de sus seguidores fanáticos y antes que se consolide debemos abrir los ojos y luchar para impedirlo.
Las mujeres en El Salvador, en otras épocas se sacrificaron esperanzadas en la independencia destacándose como verdaderas próceres de la patria, han luchado por la justicia y la democracia, mujeres que fueron masacradas en 1922; como Prudencia Ayala que puso en evidencia los limites que a ese momento tenía el ejercicio del sufragio; o las de Fraternidad de Mujeres Salvadoreñas que junto a los obreros e intelectuales hicieron obra para que se extendiera el campus universitario y pudiera abrirse a jóvenes de origen humilde.
Ninguna conquista para el bien de la sociedad y especialmente para el reconocimiento de las mujeres ha costado poco; siempre representó y representa sacrificio. Fidelina Raymundo entre las obreras, Mélida Anaya Montes entre las maestras y lideresas revolucionarias, Lil Milagro Ramírez entre las guerrilleras, Marianela García Villas entre las diputadas y defensoras de los derechos humanos; Febe Elizabeth Velázquez y tantas otras nos marcaron camino hasta llegar con los Acuerdos de Paz a una etapa nueva.
En el contexto de la democracia abierta en 1992 hemos podido hacer visible la discriminación, y la desigualdad, y lograr que se asuma la lucha contra esos males, hemos logrado que se establezcan leyes, políticas e instituciones que promuevan el efectivo ejercicio de los derechos humanos de las mujeres; Ciudad Mujer, La Ley Especial para una vida libre de violencia para las mujeres, entre otras.
Si una dictadura se consolida, esa tendencia de avances no solo se frenará, sino que retrocederíamos como sociedad y principalmente las mujeres. La hipnosis colectiva no nos librará de las acciones violentas como la que vivimos el 9 de febrero en las calles del gran San Salvador y especialmente en los alrededores del Centro de Gobierno, condenados por la prensa internacional, gobiernos, parlamentos y organismos multilaterales.
La hipnosis colectiva no librará a las personas detenidas y a sus familiares de la violación a derechos humanos por una orden ilegal del presidente para martillar sobre su objetivo de destruir a un órgano de gobierno como es la Asamblea Legislativa; fijémonos en la forma de ordenar: “Que no haya un rayo de sol (…)”. Quizá quisiera tener el poder para privatizar la luz solar, el aire y más. Es el lenguaje dictatorial.
La hipnosis colectiva que promueve el presidente con mensajes de odio en redes, medios y con sus activistas no nos librará de los nocivos efectos de la tolerancia al crimen organizado que puede sentirse como pez en el agua, mientras él se dedica a perseguir opositores y mentir. Lo visible es que ya no capturan droga ni traficantes de droga, ni por mar, ni aire ni tierra; pero si tiene recursos públicos para campañas anticipadas y ataques a sus opositores.
Los dictadores se afianzan con gran parte de apoyo popular, se vuelcan contra toda la sociedad y se terminan llevando a parte de quienes les ayudaron a establecerse; eso nos enseña la historia y es lo que ahora vemos retoñar en nuestra querida patria; por expresar críticas, por analizar esas conductas somos objeto de ataques que recuerdan tiempos de la vieja dictadura.
Aunque seamos minoría quienes advertimos este peligro, debemos hacerlo, al fin y al cabo no es la primera vez. Personalmente recuerdo la tarde del 30 de julio de 1975 cuando los estudiantes que protestábamos fuimos reprimidos; creí que moriría bajo las balas y una tanqueta, pensé en la fe cristiana de mi abuela y deseaba que entendiera que la maldad no es obra de Dios, sino de aquellos militares, y le pedía a Dios que mis hermanos no fueran a ser instrumentos del fascismo que vendría.
La vida, la lucha, el pueblo, Dios nos permite ahora ser testigo de tantas cosas y por esas cosas buenas y malas vividas, por esos logros que para unos son pocos, pero que sabemos cuánto ha costado alcanzarlos; pido a las mujeres que abramos los ojos, defendamos la democracia, impidamos que la dictadura se consolide.