Cuando hablabas de entrar a la insurrección,
a la que te metiste demasiado joven,
y conversábamos de la ora insurrección
que también tenía que llegar
sabías, amiga, por tus padres
y tus abuelos, de la necesidad
y te fue difícil tener que escoger,
y te decidiste por lo que urgía
porque esos eran los tiempos,
porque esos eran los vientos.
No duraste muchos años,
como tantas otras
quedaste en la montaña
eternamente con tus veintidós años.
¿Qué habría sido de ti
si la vida te hubiera dejado crecer,
si la historia no te hubiera
arrancado de esta tierra?
¿Habrías llegado a ser la mujer
que querías, tan fuerte,
tan segura, tan decidida?
¿Habrías tenido trabajo
de nueve a cinco donde hubieras
dado todo lo que podrías dar,
donde te hubieran respetado y estimado
y pagado un sueldo para contribuir a la casa?
¿Habrías caminado con tu cabeza
erguida en este mundo de hombres
sin acomplejarte ante nadie,
sin bajarle la vista a nadie,
considerándote igual a cualquiera
aunque sabías que era más que cualquiera?
¿Habrías tenido los hijos
que hubieras querido
sin que nadie lo decidiera por ti?
¿O te habrías llenado de hijos
solo porque la religión lo ordena?
¿Habrías aprendido a conducir
para irte en tu coche a donde quisieras,
a los montes, a los ríos, a la ciudad,
dueña del mundo y tu libertad,
y sin pedirle nunca permiso a tu marido
para salir, para regresar cuando quisieras?
¿Habrías escogido a un compañero
que quisiera una compañera para todo,
a alguien que ayudara en casa,
que lavara los platos,
que sacudiera los muebles y cocinara,
o a uno de esos que todavía creen
que los hombres nacieron con una corona
solo por haber nacido varones?
Tú decías que no se puede hacer todo a la vez,
que primero era la lucha social
y después la de las mujeres.
Tendremos que continuar lo que empezaste.