Silvia Ethel Matus Avelar,
Poeta
Eran los años de la guerra fría y el pequeño país estaba convulso y adolorido por una cruenta guerra que dejaba miles de muertos y desaparecidos por el gobierno. Los azares habían llevado a N a viajar fuera del terruño. En ese país prestado, también asediado por una guerra, las fuerzas guerrilleras de su país, tenían sus redes de apoyo formada por refugiados propios como de ciudadanos solidarios del país prestado y demás aliados. N era parte de ese conglomerado anónimo de las fuerzas guerrilleras.
N la había conocido en México, a través de una amiga suya. ¿Que qué andaba haciendo N allí? Una buena pregunta, que pasaremos por alto. N y ella hicieron buenas migas, salieron a tomar chocolate con churros, ver museos, comprar libros. Pasaron algunas veladas juntas y con Calenda su amiga, hablando de todo y de nada frente a una botella de tequila. Una noche de esas Calenda las invitó a la fiesta de cumpleaños de Melvin, el erudito de su grupo de amigos. Llegaron al apartamento de Melvin que estaba a media luz, era un ambiente de “reventón”, bullicioso, libertino, donde parejas de diverso tipo bailaban y se metían mano. Donde no faltaba el tequila, mezcal, vino y mariguana. Bailaron juntas la salsa, el merengue, cumbias, boleros, blues, jazz, hasta que la fiesta fue quedando vacía. Calenda no se movía pues estaba con su amor de toda la vida, el poeta. N dijo sentirse adormilada. Ella se ofreció a llamar un taxi y llevar a N al apartamento de Calenda. Era de madrugada, la ciudad estaba llena de luces de neón y gotas de rocío, hacía frío, ella se arrebujó contra N, que se sobresaltó un poco y sintió el tibio cuerpo de ella pegado al suyo. Era una sensación extraña, casi incómoda. Ella era mayor 12 años que N, sabía varios idiomas, hija del destape español era divertida, directa y militantemente feminista, una historiadora y geógrafa que hacía una investigación sobre las mujeres migrantes españolas, durante la guerra civil y la dictadura de Franco. Cuando ella conoció a N, esta era un alma en fuga, o como N solía decirse, un alma en tránsito, eso significaba no ser de aquí ni estar allá, para no copiarle al bardo. No saber qué hacer, no saber dónde ir o para qué. Era un pozo de aguas revueltas que hacían ruido en su torbellino. Y es que todo se había movido desde hacía muchos años, las certezas se evaporaban, incluyendo el amor de su amado Julián. Esto abrió un telón de incertidumbres y fantasmas, que se paseaban obscenos por su mente cada tanto.
Pero regresemos a la noche mexicana. El taxi las dejó enfrente de la casa de Calenda, donde se hospedaba N. N comenzó a buscar las llaves de la casa en su bolso, no las encontró. Le pidió al taxista encender la luz. Vació las cosas del bolso para poder verlas mejor. No las encontró. Se bajó del taxi, pidiendo que la esperara y tocó varias veces la puerta del apartamento, nadie contestó. Ella sacó la cabeza por la ventana del auto: -¿Te vienes a dormir a mi casa?. N se sintió apenada, pero no tenía otra opción mejor que esa, o amanecer en la calle como una clochard aterida de frío. -Vamos, contestó.
Ella vivía en un apartamento pequeño de una viejecita española. Acomodó sábana y frazada en el sofá de la sala. N se acostó en el sofá cansada. Cerró los ojos, sintió que el cuarto le daba vueltas, fue al baño, el vértigo pasó cuando comenzó a respirar con fuerza y profundidad. Se acostó en el sofá y cerró los ojos. Ella se acercó y la veía. N abrió los ojos. -¿No puedes dormir?, preguntó tomándole la mano. Su mano era cálida. – No, contestó N. Comenzaron a hablar sentadas en el sofá, estaban muy cerca en la sala a media luz. Un sorpresivo deseo emergió de N y acercó sus labios a los de ella, se besaron. Y continuaron besándose en un abrazo interminable en aquél sofá angosto, donde hicieron piruetas para llegar al orgasmo. Amanecía.
Abrazadas recorrieron la ciudad, tomaron capuchinos en Sanborn´s y fueron a la cineteca. Esperaron la función en una cafetería. De pronto la bulliciosa cafetería se volvió un silencio espeso, tangible. Vio a su alrededor, era Ofelia Medina, la actriz que interpretaba a Frida Kahlo, que entraba bulliciosa con un grupo de amigas. Siguieron conversando.
-En unos días me voy al oriente del país, allí tengo mi casa, le dijo ella. ¿Quieres conocerla?. N dudó, vacilaba, años de conspiración le hacían vacilar. –Quiero, dijo.
Catorce horas de camino recostadas una en la otra y llegaron a una ciudad hermosa. Con templos coloniales e indígenas que vendían artesanías en la calle. El clima era templado. Ella compartía la casa enorme con una pareja de españoles, la mujer estaba embarazada.
Fueron días de gozo y deseo, hormonas en la punta de la lengua, labios en la boca sonrosada de una sonrisa vertical. Se contaron sus historias, N le contó de su militancia, ella se quedó callada. –Solo dime que no vas a renunciar a esto, le dijo. –No, nunca, dijo N.
Una noche en la ancha cama de madera, ella sonriendo dijo –Mira, no nos ha caído un rayo. Ambas rieron a carcajadas. Ellas estaban descubriendo lo que otros les habían vedado. –Mira como huele de rico tu vagina, habló ella. –Nunca me había detenido a pensarlo, dijo N. Como sus experiencias sexuales habían sido con hombres solamente, al intentar hacer las acrobacias que con ellos compartían, se sentían insatisfechas y frustradas. Así que encontraron nuevas vías, los dedos deslizándose suavemente al principio, vigorosamente después dentro de sus vaginas y frotando el clítoris con la delicadeza que la pasión permitía, alcanzaban el orgasmo. Otras veces los labios se frotaban con delicia contra su pubis, la nariz también se rozaba con lujuria contra los labios abiertos, un líquido tibio emergía de la caverna, el cielo estaba cerca, las estrellas estallaban en la oscuridad, jadeo, ¡ah!, ¡ah!, ¡ah!. Después dormían abrazadas.
La última noche en que N, debía dejar la ciudad y regresar a la ciudad de México y de allí partir al país prestado. Ella le dijo – ¿Y ahora qué?. N se sintió triste –Ahora quizá el olvido, dijo N. –No, no, no, vamos a ver que hacemos dijo ella.
N en la capital del país prestado retomó su rutina en la agencia de prensa revolucionaria. Meses después, un día, Roque le llevó el teléfono, -te llaman, dijo lacónicamente. –¿Aló, hola, quien llama?. – -Soy yo. Era ella, su voz era alegre. -¿Como estás amora?. N miró a todos lados y se fue a una esquina con el teléfono, estaba sorprendida, pero trató de ser natural. –Bien por acá en la agencia de prensa. Su corazón latía con fuerza y sentía la cara ardiendo. -¿Puedo verte?. – Sí, creo que sí. -¿Ahora mismo?. –No, después del trabajo. Quedaron de verse para cenar en casa de una amiga de ella. N caminaba con prisa, las piernas le temblaban cuando paraba. Llegó a la casa de France. –Hola busco a una amiga española que está hospedada acá. –Si pasa, siéntate. Ella llegó, vestía pantalones beige y una blusa naranja, estaba radiante.
-Amora, mi amora. ¿Cómo estás?. Se abrazaron largamente. France que las observaba intuyó algo. –Voy a ir al supermercado. Estás en tu casa, dijo y salió. Del abrazo pasaron a los besos, de los besos pasaron a tocarse el cuerpo, como para comprobar que el encuentro era cierto y no un sueño. Luego pasaron al cuarto de ella. Allí desinhibidas se desnudaron y se amaron de manera voluptuosa y tierna. La noche llegaba y ellas exhaustas una al lado de la otra tomadas de la mano, conversaban. –Es que no me lo creo, ¿en realidad eres tu?. –Si soy yo, la misma de la otra vez en México, pero acá me llaman diferente.
–¡Ah!, eres una caja de sorpresas!, rieron. – Quiero darte unos regalos, habló ella. Y se levantó de la cama para llevar una mochila, fue sacando libros, casettes y una blusa mexicana bordada con flores de colores brillantes. De reojo vio que, dentro del closet del cuarto de ella, estaba prendido con tachuelas, un afiche de la comandante Susana con uniforme guerrillero y flores en su regazo, N se sorprendió y le dio un fuerte abrazo. – Gracias por los regalos, gracias, las lágrimas asomaron a sus ojos. -¿Estás abrumada?. – No es que todo esto es tan intenso, que siento que me voy a desmayar. –Si vente, desmáyate aquí en mis brazos.
Los meses pasaron y ellas continuaron viéndose, no sin sobresaltos para N. Pues temía las fueran a ver los compañeros en algún lugar, en algún momento. Ella había conseguido un contrato con la cooperación y viajaba constantemente a la región. En cada viaje le llevaba regalos hermosos, N por su parte en cada visita le llevaba libros de su país adolorido y flores de su jardín. Se pelearon un par de veces, por diferencias políticas. Una de las veces, N salió del cuarto de ella, dando un portazo. Ella la siguió al menos una cuadra. –N ven, no seas tontita, no se acaba el mundo, no pasa nada si no pensamos de igual manera. N paró en seco y regresó sobre sus pasos. Viendo hacia todos lados se besaron y llegaron abrazadas a la casa de France. –Un vino, les ofreció France, que llegaba molida de su viaje de trabajo con las mujeres campesinas. Cenaron y tomaron vino, con France hablaban sobre ellas, sobre el país y el mundo, hacían y deshacían el rompecabezas de la realidad. –Es noche me voy, dijo N. –No querida no te vas, tenemos que hablar. La llevo de la mano a su cuarto y allí se besaron con desesperación, se desvistieron con prisa. Sentada en la cama ella le tendió la mano, N cedió y siguieron besándose, hicieron el amor. Abrieron sus piernas como una tijera. Pubis contra pubis, mujer contra mujer, las olas de placer las cubrían con su marejada, fue tal la sensación, que minutos después alcanzaron el orgasmo.
Los días transcurrían sin sobresaltos en el trabajo para N. Un día en la agencia, Adela la interrogó –¿Quien es la mujer con quien te vieron tomando cerveza en La Piñata el otro día?. –¡Ah!, una cooperante, una amiga. –Segura que no es una espía? -Segura respondió N. Otro día, le pareció haber visto a un compañero entre la arboleda frente a la casa de France. ¿Una coincidencia?, tal vez, pero no dejó de perturbarse.
En la Cineteca, pasaban un ciclo de cine sueco, parecía no existir un campo de batalla lejano donde se libraba la lucha por la soberanía del país prestado. Llegaron al cine, la película era el “Jardín de los Cerezos” de Igmar Bergman. Se sentaron cómodamente en el cine que había sido propiedad del dictador y ahora era propiedad del gobierno. Se tomaron las manos. A la media hora N, estaba dormida, el intimismo de la película y el cansancio la habían derrotado. La película terminó. –Me he quedado dormida dijo N. -¿Cómo es posible quedarse dormida con el “Jardín de los Cerezos”, le respondió ella. Jajaja pues sí, rió N. Tres filas atrás, vio al mismo hombre que había aparecido cerca de la casa de France el otro día. N se preocupó, se puso seria. –Vámonos ya. – No íbamos a cenar, reclamó ella. – No, estoy muy cansada, dijo N.
El 19 de julio quedaron de verse e ir a la plaza a celebrar el aniversario de la revolución del país prestado. Se encontraron en un chalet y bebieron un par de cervezas. N estaba muy callada, solo conversaba a medias, su mente estaba en otra parte. La parte de la triple clandestinidad: en su país, en el país prestado y como lesbiana entre sus compañeros. ¡Lesbiana!, esa palabra la asustaba, tanto que se negaba a aceptarse. Pero si son revolucionarios deben comprender este amor, se decía y otra vez no, no porque era prohibido, no porque los homosexuales en las filas revolucionarias no estaban permitidos, no porque…Llegaron a la plaza, una multitud coreaba consignas. Ellas se fueron entremezclando en el alegre corifeo. Terminó el acto central, se escuchaba música en los altoparlantes: “Hay Nicaragua, Nicaragüita, la flor más linda de mi querer”. N estaba abrumada, ¿Cómo seguir con un amor así?. – Te pasa algo. – No, no me pasa nada. –Si te pasa algo, ¿porque no me lo dices?. – No puedo seguir contigo, no puedo seguir con esto. Ella se quedó perpleja, calló un rato. –Tu me prometiste. – Lo siento, fui una inconsciente, una irresponsable. Se abrazaron. –Tu como estás acostumbrada a los cortes bruscos en tu vida no lo entiendes, ella estaba enojada y triste. N la miró con tristeza – Tu no sabes, concluyó. Los altoparlantes continuaban con canciones y consignas. N se fue huyendo como un ladrón con cartera ajena. La noche llegaba. El patriarcado había ganado la partida. Los días fueron largos y las noches de insomnio para N. Los recuerdos llegaban como ramalazos de imágenes donde se encontraban juntas y dichosas y lloraba.
Las fuerzas guerrilleras de su país, preparaban una ofensiva militar de gran envergadura, los preparativos incluían la limpieza de todo aquel elemento que fuera un posible infiltrado. Se cometieron barbaridades e injusticias en el frente de guerra, como quitarle la vida a aquella sicóloga Ethel, amiga suya. N estaba muy confundida. Sus superiores les ordenaron a todos los combatientes en el país prestado, hacer un listado de todos sus contactos: cooperantes, amigos, aliados, vecinos, etc. para detectar posibles infiltrados. N hizo su propia lista de amigos, conocidos, cooperantes ya de todos conocidos, pero allí no se encontraba ella. Ella seguía guardada como un tesoro intacto, en su cuerpo y en lo profundo del cofre de su corazón.
La última vez que N vio a Ella, fue después de muchos años en el aeropuerto de San José, en su país ya habían firmado los Acuerdos de Paz, y N viajaba para obtener apoyos para una organización feminista, creía que, fortaleciendo el poder de las mujeres, los amores entre mujeres podrían ser mejor comprendidos. Se dieron sus señales y se despidieron con un abrazo. N suspiró largo, era tarde y llamaban su número de vuelo.
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