Por Álvaro Darío Lara
Es muy común, en la actualidad dolorosa que vivimos… En estos tiempos de pandemia, cuyas oleadas, lejos de aquietarse, parecen crecer dramáticamente, y donde todos hemos perdido amigos, conocidos, familiares entrañables o hemos sido afectados directamente por la enfermedad o por sus consecuencias, escuchar expresiones como esta: “¡Me siento afligido, preocupado, no sé qué ocurrirá!” o “¡Estoy pasando grandes aflicciones!”.
Si vamos a cualquier diccionario de la lengua española, seguro que encontramos una definición del vocablo (aflicción), que apunta en términos generales, a la siguiente: “Abatimiento y tristeza. Molestia o sufrimiento físico”.
Expresa la escritora espiritual Mrs. Cowman en su obra “Manantiales del Desierto”: “La aflicción revela profundidades desconocidas que existen en el alma y aptitudes desconocidas de experiencia y servicio (…). La aflicción nos hace que marchemos más despacio y juiciosamente, y examina nuestras tendencias e inclinaciones (…) Podemos imaginar a una cierta clase de personas descuidadas, que viven en una gran extensión de terreno al pie de una montaña y que nunca se atrevieron a explorar los valles y cañadas de la otra parte de la montaña; y un día una tormenta atronadora les aparece y convierte los valles ocultos en trompetas resonantes, y les revela los escondrijos interiores del valle, lo mismo que las enroscaduras de una grandísima corteza. Entonces dichos habitantes se sorprenderán de los laberintos y los valles sin explorar que hay en una región tan cercana a la suya y que les es poco conocida· Así sucede también con muchas almas descuidadas que viven en el borde exterior, por así decir, de su naturaleza, hasta que una grandísima tormenta de aflicción les revela profundidades ocultas interiores, que hasta entonces no sabían que existían”.
Toda aflicción, toda situación aparentemente tempestuosa de dolor físico o psicológico, nos debe llevar, tarde o temprano, a la paz. Una vez superada la circunstancia, nos damos cuenta, que, todo problema, encuentra, en la mayoría de los casos, su propia solución. Pero, para llegar a él, el alma, debe aquietarse en el silente reposo, que constituye el medio a través del cual nuestro ser interno, nuestra partícula divina, nos manifiesta la bendita salida. No conviene desesperarse, cualquier aflicción por muy grande o pequeña que sea, es pasajera.
Por su parte, el Sabio de Ojai, Krishnamurti, nos dice: “La mente tranquila implica también el valor que da ánimo para afrontar sin temor las pruebas y dificultades del Sendero; significa, además, la firmeza que permite soportar fácilmente las molestias de la vida cotidiana y evitar la angustia incesante por cosas sin importancia, que absorbe la mayor parte del tiempo de mucha gente”.
Así mismo la consejera de comportamiento humano, Deborah Smith Pegues, nos expresa: “Las personas seguras andan en paz porque han aprendido a inmovilizar sus pensamientos negativos, aunque sus circunstancias negativas puedan predominar. Están libres de la turbulencia emocional”.
Es muy fácil caer en la tentativa de la oscuridad. Sabemos que permitir que este tipo de pensamientos aniden en nuestra mente, sólo nos lleva directo a “programar” un escenario desastroso, que se manifestará en nuestros actos una y otra vez. Por el contrario, mantener la calma, no precipitarnos; disminuir ese terrible acelerador con el que manejamos nuestra vida, nos conducirá a buen puerto. No hay duda de eso.
H.C. Trumbull, otro autor espiritual, cuenta una fascinante historia: “Las inundaciones se llevaron la casa, el molino y todo lo que un pobre hombre tenía en el mundo. Cuando las aguas se calmaron, el hombre estaba descorazonado y sin aliento en el lugar donde sufrió esta pérdida, cuando vio que por las orillas brillaba algo que las aguas habían descubierto. Desde lejos parecía oro. Se acercó a ello, y era oro en verdad. La inundación que le había empobrecido, lo enriqueció. Así sucede a menudo en la vida”.
Por ello, cuánta razón asiste a mi querido amigo, Mario Roberto Ramírez, cuando me dice, en su mensaje semanal, al hablar del dolor, la pérdida y la felicidad: “Tú y toda la gente toman diferentes caminos en busca de la felicidad. Sin embargo, el hecho de que tú o ellos no estén en su camino, no significa que lo hayan perdido”.
Siempre de la crisis, de la angustia, de la aparente aflicción, tendrá que erguirse, pasada la tormenta, la flor magnífica de la recompensa vital ¡Nunca renunciemos ni a la fe ni a la esperanza!
Dejo, finalmente, con ustedes, una joya, que, en lo personal, ha logrado confortarme en momentos difíciles, la Oración de la Serenidad, y puedo asegurarles, de su poderosa acción benéfica: “Dios concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, /el valor para cambiar las cosas que puedo, /y la sabiduría para reconocer la diferencia”.