Huele todo y nada le basta.
Mira con ojos grandes
o espera en su mirar.
Un sonido lo alerta
también lo desvaría.
Persigue a quien lo pudiera llevar a él
pero las rutas se acaban de inmediato.
No está.
No suenan sus pasos.
A la segunda vuelta
se acuesta
mas
no su ansiedad.
Nadie podrá describir
la alegría de un perro
abalanzándose sobre su amo.
Nadie,
porque este
acaba
de morir.
Wilfredo Arriola