París/dpa
El español Rafael Nadal agigantó todavía más su leyenda al tumbar al suizo Stan Wawrinka por 6-2, 6-3 y 6-1 en la final del Abierto de tenis de Francia para conquistar su décimo Roland Garros y su Grand Slam número 15.
Con un tenis estratosférico, digno de sus mejores épocas, Nadal aplastó a Wawrinka durante las dos horas y cinco minutos que duró la final en la cancha Philippe Chatrier, una victoria que le catapulta de nuevo hacia el número uno del mundo. Hoy, de momento, saltará del cuarto al segundo lugar del ranking.
A sus 31 años, Nadal superó los 14 Grand Slam de Pete Sampras y ya sólo tiene por delante en la lista los 18 del suizo Roger Federer.
Lo que nadie hizo hasta hoy fue ganar diez veces el mismo grande: el idilio de Nadal con la arcilla francesa dibuja la hegemonía más impactante que conoce la raqueta.
El español coronó así una nueva resurrección. Con la cuenta de grandes parada desde hacía tres años, el zurdo enterró un 2015 en el que las dudas se apoderaron de su mente y un 2016 marcado por una lesión de muñeca.
Lo hizo con una exhibición tenística en cada uno de los siete partidos que jugó en París. La última de ellas en el duelo decisivo y ante un jugador, Wawrinka, infalible hasta esta tarde en las grandes finales.
Es la tercera vez, tras 2008 y 2010, que Nadal conquista el segundo grande del año sin ceder un set, pero nunca lo había hecho perdiendo sólo 35 juegos.
Su récord hasta ahora eran los 41 que entregó en 2008, considerada su temporada más apabullante en París.
Wawrinka, que tumbó a Nadal en la final de Australia 2014 para celebrar el primero de sus tres grandes, llegaba al duelo con cinco horas más en las piernas que su rival y tras una batalla de cuatro horas y media en semifinales.
Por eso, el equipo de Nadal esperaba un Wawrinka extremadamente agresivo, un Wawrinka a tumba abierta para evitar un partido largo y extenuante.
El suizo es un jugador históricamente irregular a lo largo de una temporada. Talentoso como pocos y con un cañón en su brazo derecho, combina momentos valle con picos de juego sublimes, de calidad suprema. Y su tenis pletórico salió siempre en partidos importantes.
Necesitaba el número tres del mundo su mejor versión para poder doblegar a un Nadal que acumula 102 victorias y sólo dos derrotas en encuentros al mejor de cinco sets en arcilla.
Para sorpresa de muchos, Wawrinka no salió al todo o nada, pero aún así fue él el que disfrutó de la primera pelota de break del partido con 1-1. Se la negó Nadal, que al juego siguiente desaprovechó cuatro.
Fue a la sexta oportunidad cuando el zurdo dio el primer golpe al encuentro. Rompió y enseguida confirmó para poner el 5-2 en el marcador.
Con el primer set en el bolsillo tras 42 minutos, Nadal le dejaba claro a su rival que tenía que hacer un heroicidad si quería levantar la Copa de los Mosqueteros. Remontar a Nadal en la Philippe Chatrier, su templo, su casa, y con el español jugando a nivel tremendo.
Lucía el sol sobre París y brillaba el zurdo en el polvo de ladrillo como en sus mejores tiempos. Ya no tiene la juventud y la frescura de sus primeros años, pero a este Nadal le brota la confianza a borbotones.
Cuando el reloj de la cancha marcaba una hora, el español ya tenía abrazada media copa. Lucía en el marcador un 6-2 y 3-0 y apenas había noticias de Wawrinka.
Cuando Nadal se colocó 5-3 y 40-15 con un punto lleno de emoción, Wawrinka explotó. Rompió la raqueta contra el piso, después la remató del todo con la manos y cuando agarró la nueva se empezó a dar golpes en la cabeza. “Mal, mal, mal”, se decía a sus adentros el tenista de Basilea.
Nadal lo miraba con estupefacción y apretaba el puño. Las estadísticas marcaban en ese momento un abismo a ambos lados de la red: el español sumaba 18 winners por 11 errores no forzados, mientras que Wawrinka acumulaba apenas diez ganadores y 24 errores.
Nadal había conseguido lo que se propuso, que era mover por toda la pista al rival, que no golpeara desde posiciones cómodas. El guión no cambió en el tercer set y el español rompió en el primer juego.
“¡Rafa, la décima es tuya!”, le gritaron desde la grada. Él, en la pista, iba a lo suyo, mandando con el drive y con el revés, con la volea y con el saque, empujando a Wawrinka por los límites de la inmensa Philippe Chatrier.
Algunos de los casi 15.000 espectadores que se dieron cita en la pista ponían cara de incrédulos.
Rebozado en arcilla tras tirarse al suelo en el último punto, el “rey” del polvo celebró así su cuarto título de la temporada y el número 73 de su carrera.
Tras llegar a las finales de Australia, Acapulco y Miami en los tres primeros meses de 2017, Nadal puso velocidad de crucero cuando llegó el suelo naranja.
Ganó su décimo Montecarlo, su décimo Conde de Godó en Barcelona y después su quinta corona en Madrid. Ayer multiplicó también por diez sus coronas en Roland Garros.
Ningún hombre hasta Nadal había ganado ocho veces el mismo grande, mucho menos nueve o diez. La australiana Margaret Court, con 11 títulos en Australia entre 1960 y 1973, es la única persona que le supera en esa estadística.