RENÁN ALCIDES ORELLANA
Escritor y Poeta
Napoleón Rodríguez Ruiz fue, pilule a la vez que fecundo escritor, help excelente Rector de la Universidad de El Salvador (UES), querida Alma Máter de muchos salvadoreños progresistas. Abogado, cuentista y novelista, Rodríguez Ruiz nació en Santa Ana, el 24 de junio de 1919 y falleció en San Salvador, el 3 de septiembre de 1987.
Su vida fue expresión significativa de la trilogía hombre-profesional- escritor, preocupado por los problemas del país, a cuya solución dedicó al máximo su tiempo y sus capacidades. Por su destacada trayectoria como intelectual, fue electo Rector de la Universidad de El Salvador (UES), período 1959-1963. También desempeñó otros altos cargos en la misma Alma Máter: Decano de la Facultad de Humanidades (1944), Decano de la Facultad de Derecho (1970) y otros. Fue Magistrado de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) y miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua, habiéndose desempeñado también en otros cargos importantes, a nivel nacional. Como escritor, su aporte a la literatura nacional se refleja en su narrativa de corte costumbrista, dentro de la cual destacan sus obras “Jaraguá” (1950), “Historia de las Instituciones Jurídicas Salvadoreñas” (1951), “El Janiche y otros cuentos” (1960), “Discursos Universitarios” (1962), y “La Abertura del Triángulo” (1968), entre otras. Esta última obra, muy comentada, fue galardonada con el segundo premio del Certamen Nacional de Cultura (1969).
Su paso por la rectoría de la Universidad de El Salvador fue acertado y de mucho provecho para la comunidad universitaria y para el país, especialmente si se toma en cuenta la problemática socio-política de aquella época y, dentro de ella, la participación decidida de la Universidad, bajo su conducción. Para la historia patria, destaca su participación en los sucesos de 1960, en los que como Rector fue capturado, vejado y lesionado gravemente por las fuerzas militares
Como estudiante de Humanidades, yo fui testigo de aquellos sucesos anti universitarios: La madrugada del 26 de octubre de 1960, un golpe de Estado derrocó al presidente de la República, José María Lemus. Durante los dos meses anteriores, la actividad insurreccional había sido intensa. La lucha universitaria recrudecía; la respuesta brutal del gobierno, también. Capturas, prisión, tortura, destierro, muerte. El 19 de agosto, una manifestación estudiantil fue reprimida, desde la tarde hasta bien entrada la noche. El 2 de septiembre, un nuevo enfrentamiento se dio en la Facultad de Humanidades, ubicada entonces con la Rectoría, casi frente a la Central de Telégrafos. Mi aula de estudiante de Letras estaba en la segunda planta del edificio que daba al Garaje Mundial. La manifestación de estudiantes universitarios, con enorme acompañamiento popular, había surcado las calles y avenidas centrales de San Salvador, desde tempranas horas de la tarde. La Facultad y la Rectoría fueron rodeadas por una gran cantidad de efectivos del ejército, que intentaban eliminar a las autoridades y a los dirigentes estudiantiles…
El Rector Napoleón Rodríguez Ruiz, el Secretario General, Roberto Emilio Cuéllar Milla y muchos estudiantes, fuimos blanco de insultos, atropello y la acción brutal con que se allanó esa noche nuestra Alma Máter. Recuerdo la expresión, entre sorprendida y reclamante, del Rector a las fuerzas invasoras:
– “Señores, ¿qué hacen..,? Soy el Rector…”. Y por toda respuesta:
– “Pues a vos es a quien buscamos, hijo de p…” y acto seguido, el ataque brutal a nuestras autoridades universitarias… y luego, su hospitalización obligada, por la gravedad de sus lesiones. Un ataque de lesa cultura.
Siguieron eventos similares. El 15 de septiembre, hubo un mitin conmemorativo de la fecha de la Independencia centroamericana, en la Plaza Libertad. Y otra vez, las fuerzas policiales combinadas con el ejército cercaban y atacaban a la muchedumbre. Hasta que llegó el día. La madrugada del 26 de octubre, José María Lemus huyó hacia Costa Rica, mientras el pueblo celebraba su triunfo. Y vino el cambio de régimen… (Sucesos descritos en mi libro autobiográfico “Allá al pie de la montaña”, (2002, Cap.14, 81-88).
El escritor/rector de méritos Napoleón Rodríguez Ruiz, seguiría su ruta de ciudadano honesto, interesado en contribuir al progreso socio-cultural del país. Una vida ejemplar que, como todas las de su estirpe, es parte ya de la historia nacional.
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Cierro este comentario con un fragmento de la obra “Jaraguá”, de Napoleón Rodríguez Ruiz: “Noche tropical. Han pasado las horas. Alígeras, atropellándose. La madrugada llanera sacude irritada su ropaje de luto. Las sombras se escurren sigilosas por las hondonadas húmedas. Y la aurora surge súbita, tendiéndose como inmensa muselina de rosa sobre los valles empapados de esperanza. En el horizonte, panzudo de lejanías, coágulos rojos parecen derramarse de una herida gigante. La limpidez del espacio se matiza de esmeralda, con una manada de pericos que hienden el aire con algarabía escuelera. Las palomas, como algodones flotantes, pincelan de blanco el paisaje. Los navajones saludan inclinando sus picos chatos y enormes. Al sol que se inicia con gallardetes rojo gualda…”
Como se ve, “Jaraguá” es una obra de corte costumbrista, descriptiva al máximo de nuestro paisaje. El lector no puede sustraerse al mágico atractivo de una obra tan de aquí, que con su lenguaje ameno nos hace sentirnos parte de parajes tan familiares, parajes tan cuscatlecos. (RAO).
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El café Bella Nápoles sigue ahí, después de varias décadas de ser alero sugerente de escritores y artistas. Para recuerdo triste e inolvidable, su protagonismo mayor, entre los cafés de su género, está en el hecho, literariamente histórico, de haber sido testigo silencioso e impotente cuando, en julio de 1980, los cuerpos represivos arrancaron de su seno al compañero poeta Jaime Suárez, lo esposaron, lo vejaron salvajemente y por el calvario de la tortura lo condujeron hacia la muerte. El cuerpo del hermano poeta fue encontrado horas después, en un predio de la zona sur de San Salvador, a inmediaciones de Antiguo Cuscatlán, evidenciando saña bestial y tortura inimaginable hasta el asesinato salvaje, de parte de los sicarios del régimen de turno.
Esta es una leve semblanza del poeta Jaime Suárez Quemain, el amigo, el compañero, el poeta a quien el tiempo le debe eternidades. También su país, al que tanto amó, le tiene deuda por lo menos de un recuerdo. Su prematura muerte todavía es deuda oficial, mientras los responsables de su crimen, intelectuales y materiales, pagarán caro su deuda a la cultura nacional, con el deambular eterno de su conciencia errante. (RAO).
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