Natalia Montesinos

Alexander Hernández

Escritor 

 

Todas las mujeres que alguna vez fueron mis amantes ahora me desprecian; ¿Cómo podrían amarme? Voy a cuestas con una vejez prematura, mi cuerpo ya no las atrae y mi voz parece un chillido de un animal extraño… pero al fin y al cabo, eso no me preocupa.

Voy a exponerles mi tragedia sin tantos detalles, pues no hacen falta. La he llamado tragedia aunque en el fondo de mi ser estoy alegre porque conocí lo que los mortales llamamos amor verdadero.

A mis veintisiete años yo tenía fama de ser todo un Don Juan, y en verdad lo era, cada año me proponía enamorar por lo menos a cinco jovencitas, y siempre lo lograba sin mayor esfuerzo, pero un día todo cambió de golpe.

Hace un mes conocí a Natalia, la mujer más hermosa que mis ojos han visto, ni siquiera encuentro palabras para describir a tan exquisita mujer; tiene la piel blanca como la leche en su punto, la punta de los dedos de sus pies y manos son tímidamente rosados, tan claros que a veces juro que dejan pasar la luz. Su cabello castaño y ensortijado hace un feliz juego con sus ojos tibios y grises.

La conocí un domingo cuando cruzaba el parque del pueblo, supe desde entonces que debía ser mi mejor conquista. Me levanté de la banca donde había estado sentado durante horas y me dispuse a hablarle, ¿pero qué le diría? Se me ocurrió preguntarle dónde había comprado esas flores tan frescas que cargaba en sus manos, así lo hice. Corrí para acercármele y cuando estuve a un metro le dije que disculpara mi atrevimiento pero le suplicaba que me dijera donde había comprado esas flores tan hermosas, casi tanto como ella. Sorprendida me respondió señalando el lugar con su delicada mano, pero al notar que mis ojos no se alejaban de su rostro, me preguntó: “¿me está oyendo?”, a lo que respondí sin titubear: “claro que sí”. Luego le hice más preguntas bobas, como el precio de las flores y la variedad que tenían donde las vendían. Me explicó todo sin mayor entusiasmo, entendí que no quería extender la conversación, aun así caminé a su lado por un momento sin que ambos pronunciáramos palabra alguna, hasta que Natalia se paró frente a mí y me pidió de favor que me regresara, desconcertado le pregunté si las flores eran para alguien en especial. Contrario a lo que podía esperar, vi como sus ojos tiritaban y estaban a punto de llorar, inmediatamente la invité a sentarse en una banca, sin decir palabra aceptó. Ahí me contó que hacía cinco días de la muerte de su esposo y que las flores eran para él.

Tal historia me conmovió y estuve a punto de tomar su mano pero me contuve. Me ofrecí a acompañarla al cementerio. En el camino me dijo su nombre: Natalia Montesinos. Eran casi las cinco de la tarde cuando llegamos a la tumba de su difunto esposo. Ella empezó a sollozar, observé el nombre sobre la lápida: Fernando Santamaría, que había muerto a los treinta y dos años, al mirar a Natalia calculé que ella no debía tener más de veinticinco. Estuvimos en el cementerio menos de una hora.

Cuando regresábamos, sorpresivamente me invitó a tomar café a su casa, midiendo mi alegría le contesté que sería un gusto.

Era una casa pequeña, sólo tenía lo necesario para vivir. Empezamos hablando de temas dispersos; el calor en esta época del año, el sabor del café, etc. Me fijé que tenía una colección de obras literarias clásicas, que databan de más de cincuenta años, eso me interesó, así que le confesé mi obsesión por los escritores rusos como Gorki, Tolstoi, Dostoievski y Pushkin… ella me habló de escritores poco conocidos, casi míticos como Omar Khayyam, un poeta persa del siglo XI d.C.

Seguimos hablando cerca de dos horas, pronto descubrí que su pasión principal era la Historia, sabía mucho sobre los últimos tres siglos de nuestra Era, como si de verdad hubiera vivido en esas épocas.

A pesar de la conversación tan amena que manteníamos, sentí que algo misterioso se ocultaba en ella.

A las nueve de la noche me despedí con un tímido beso en la mejía, no sin antes convenir que la próxima semana regresaría de nuevo a tomar café. Al salir de su casa una maléfica sonrisa se dibujó en mi cara; todo estaba saliendo según mis intereses, Natalia sería mía.

La siguiente semana regresé puntual a las seis de la tarde. De nuevo, la conversación empezó disparatada, saltando de tema en tema sin profundizar en alguno, hasta que cometí la imprudencia de preguntarle cómo había muerto su esposo Fernando. Cambiando de tono, pero sin exaltarse, me ilustró toda su historia amorosa; se habían conocido en este pueblo hacía dos años, Natalia ya había estado casada con un español que también había muerto poco después de la boda. Ya estando viuda y triste, decidió dar un recorrido por estos países latinoamericanos. Mientras estaba en nuestro país conoció a Fernando, quien -según sus palabras- era todo un caballero del período romántico. Mostrándome muy interesado por su relato, me fui acercando hasta tomarle una de sus manos, ella siguió describiendo a su último esposo pero yo en un santiamén ya le estaba besando la frente, Natalia era una mujer sublime. Estuvimos hablando cerca de una hora, sin que pasara mayor cosa, aunque yo me había propuesto que esa noche estaría con ella.

Seguí llenándole la cara de besos hasta encontrarme con su fresca boca; nos besamos como si nuestra vida dependiera de ello. La cargué en mis brazos y la llevé hasta su habitación mientras ella me besaba el cuello. Al desnudarla noté que tenía una horrible cicatriz en el pecho, no le di importancia y seguí con mi empresa. Finalmente, cuando ambos estábamos desnudos, Natalia se negó a continuar. Puse en práctica todas mis artimañas sin obtener mejor resultado, en cada intento por penetrarla sentía una brusca resistencia de su parte que me obligaba a retroceder. Estuvimos un rato así: desnudos escuchando a la noche, hasta que el reloj de la sala dio las doce, entonces Natalia me tomó con ambas manos la cabeza y sin parpadear me dijo que si yo estaba dispuesto a dar mi vida por ella que continuara. Como es común en esos momentos, no lo pensé mucho y sin perder tiempo le contesté que haría eso y más si fuese posible, mientras me tendía sobre ella.  Esta vez no hubo resistencia, claramente sentí una diferencia entre todas mis conquistas anteriores; era extraño pero agradable, por un momento tuve un poco de miedo. Era como si mi piel se marchitara, como si ella me absorbiera palmo a palmo. Esa noche había ganado el amor de Natalia, aunque por un precio superlativo.

A la mañana siguiente, la encontré más joven y alegre, parecía una niña probándose muchos vestidos que tenía en su armario, yo en cambio estaba débil, al acercarme al espejo de su habitación vi mi rostro viejo y demacrado, mis extremidades habían enflaquecido. Me quedé perplejo pensando en la noche anterior, las imágenes daban vueltas en mi cabeza, no sabía si era un sueño o una alucinación. Había envejecido por lo menos diez años en una sola noche. Me vestí apuradísimo para salir a la calle y saber si afuera el mundo seguía como el día anterior. Natalia, viéndome desesperado, me rogó que me sentara con ella en la orilla de la cama y me dijo que el amor verdadero sólo se comprueba con el sacrificio, y que mi sacrificio ya había sido cumplido. Seguidamente, me pidió que ya no la buscara, porque solamente estaría una par de días más en el país, que se marcharía a México a conocer Yucatán. Finalmente, me tomó del brazo y me señaló la salida.

Todavía absorto de lo que pasaba, le insistí que me recibiera ese mismo día en la tarde porque necesitaba aclarar las cosas, asimismo le reproché que no podía irse después de lo que había sucedido entre nosotros. Natalia se negó rotundamente a quedarse y me afirmó que lo hacía por mi bien.

Me marché con la cabeza llena de dudas, todo el día me la pasé durmiendo en mi casa para que antes de la seis de la tarde ya estuviera de nuevo tocando el timbre de la casa de Natalia. Ella se asomó por la ventana. Aun sin poder oírle, yo sabía que me estaba diciendo que me marchara, pero no le hice caso. Toqué el timbre repetidas veces, golpeé la puerta y grité: “¡Natalia, Natalia!”, pero la puerta no se abrió. Transcurrió más de una hora, me senté en las escaleras de su casa y ahí pensaba quedarme si fuera necesario hasta la mañana siguiente, pero antes de las ocho de la noche abrió la puerta, casi saltando de alegría entré. Me rogó que me fuera lejos y que la olvidara para siempre, me dijo que tenía una maldición que mataba a los hombres que se atrevían a amarla. Yo ni siquiera le puse atención a sus palabras; estaba loco, y sólo quería el vino de su cuerpo como la noche anterior. Natalia insistió en que una noche bastaba, porque la segunda podía ser fatal. A esto le respondí que a mí no me bastaba ni una ni dos ni tres noches; quería quedarme a vivir con ella, porque al fin había encontrado una mujer que condensaba a todas las demás; ni su belleza ni su inteligencia eran de este mundo. Al decirle lo anterior, ya estaba quitándole medio ropaje y la encaminaba hacia la habitación, ella sollozando me abrazó y dejó que la besara, en el fondo yo sabía que también me amaba.

Estuvimos juntos toda la noche, y de nuevo sentí que perdía media vida al copular con ella, terminé muy cansado y me costaba trabajo respirar; en ese momento yo juraba que eran malestares pasajeros.

A la mañana siguiente, desperté más tarde de lo habitual. Natalia estaba irreconocible, tenía el cuerpo de una adolecente, su aspecto era angelical. Contrario a ella, yo sentía molestias hasta para caminar, mis huesos tronaban a cada paso. Al verme en el triste espejo encontré a un anciano de unos setenta años, entonces lancé un grito de horror: ¿Qué magia o brujería era esta? Me abalancé sobre Natalia, quería respuestas inmediatamente. Ella empezó a llorar amargamente, lo que iba a decirme cambiaría mi visión del mundo y del amor.

Natalia me invitó a sentarme a su lado y empezó diciéndome que a pocas personas les había contado su historia. Todo sucedió en 1713 (un año maldito según ella), era hija de españoles puros. Su padre Rafael Montesinos había sido un comerciante rico, amante de la Alquimia y del Ocultismo. Su madre Socorro Campos fue hija de agricultores y, antes de casarse con Rafael, tuvo un novio llamado Federico que ante la negativa de los padres de Socorro, no se casó con ella.

Rafael Montesinos había leído en textos desconocidos sobre la imposibilidad de la existencia de la Fuente de la Eterna Juventud, él se negaba a aceptar tal cosa, si bien no creía en una fuente pero aseguraba que debía existir una forma de prolongar la juventud. Natalia era hija única, gozaba de todo el amor de su familia, aunque el deseo de Rafael de alcanzar la vida eterna era superior a cualquier emoción o sentimiento que podría provocar una hija. Cuando Natalia cumplió los 12 años, su padre la ofreció en sacrificio a un demonio llamado Testis Unus, a cambio de la supuesta eterna juventud.

Era una noche de octubre cuando Rafael tomó del brazo a Natalia, sin que Socorro se diera cuenta, y la obligó a caminar hacia el bosque. Rafael había preparado un lugar entre los árboles y había esparcido sobre la tierra partes de animales como cabras, conejos, venados y vacunos. Se sentía un olor repugnante. Los corazones de estos animales estaban ordenados alrededor de una enorme roca, sobre dicha roca estaba inscrita la leyenda latina: In saecula saeculorum (por los siglos de los siglos). Rafael, que no tenía ni idea del destino terrible que le esperaba, ató a Natalia de pies y manos sobre la enorme roca, mientras ésta daba guiños y gritos. En un santiamén la tenía lista para el sacrificio, luego empezó a murmurar frases indescifrables, al mismo tiempo que el cuerpecito de la niña se movía frenéticamente, casi convulsionando. Sin explicación alguna; un puñal apareció en la mano de Rafael, quien de un solo intento se lo clavó a Natalia del lado del corazón.

Hasta aquí recordaba Natalia sobre aquella funesta noche. Cuando recobró la conciencia estaba en la cama de su casa, habían pasado dos días. Se enteró que su padre se suicidó esa misma noche con un objeto filoso, destrozándose el corazón, y que al día siguiente varios campesinos encontraron los dos cuerpos; milagrosamente Natalia estaba viva, aunque con una profunda herida en el mismo costado que su padre. Para todos los que se enteraron de tal acontecimiento, los hechos no dejaron de ser supuestos, ya que nunca encontraron el puñal o cuchillo con el que se cometieron ambas heridas. Natalia se negó a hablar de sus recuerdos durante años, hasta que al fin superado el trauma, le contó a su madre cómo habían sucedido los hechos. Su madre la escuchó atenta y también le confesó que Rafael Montesinos no era su verdadero padre, ya que cuando estaban recién casados ella siguió viendo en secreto a su antiguo novio Federico y, sin desearlo, se embarazó de él. Sin embargo, Socorro nunca había dicho esta verdad a nadie.

Con el paso de los años, la explicación más creíble que Natalia daba a los sucesos era que al brotar sangre de su pecho, el demonio se dio cuenta que no era sangre legítima de Rafael Montesinos, por lo cual debió de exigirle un auto sacrificio, siendo el beneficiario directo de la eterna juventud la persona más cercana al ritual, es decir; Natalia. Rafael, enloquecido al ver frustrado su malévolo deseo y entendiendo que todo estaba perdido, habría actuado quitándose la vida.

Solamente así se explicaba por qué ella no murió esa noche, ya que la herida debía ser mortal. No obstante, el misterio más grande era saber ¿por qué la necesidad del sexo con los hombres para rejuvenecer? Natalia aún no encontraba respuestas claras a esa pregunta, solamente me aclaró que a los veinte años se casó la primera vez, hasta ese momento envejecía como toda mujer, pero una vez que se acostó con su esposo, en pocos días rejuveneció asombrosamente, al contrario de su esposo Felipe que se fue haciendo más viejo, hasta que al cabo de un mes murió anciano.

Natalia sufrió la pérdida de su primer esposo y ya no pensaba en buscar pareja, hasta que pocos años después se dio cuenta que su piel estaba envejeciendo a un ritmo incontrolable, los huesos los sentía débiles, su cabello tomó un color gris plomo. Recordó a su esposo muerto y se dio cuenta que si no se juntaba con otro hombre moriría en pocos meses, por ello se volvió a casar, esta vez con un portugués rico y, de nuevo, toda la juventud de su nuevo esposo fue absorbida por ella, le contó su historia pero él la encontró ridícula. A los tres meses el portugués ya estaba muerto.

Natalia no tardó mucho en juntarse con otro hombre, luego vino otro y otro… Así fue haciéndose viuda una y otra vez, acumulando disimuladas riquezas gracias a las herencias que recibía de cada esposo muerto. En casi dos siglos había viajado por las principales ciudades de Europa, África y parte de Asia; residía menos de diez años en cada lugar que visitaba, se casaba una o dos veces dentro de un mismo país, y luego se marchaba a otra nación lejana, esto lo hacía para que los habitantes de cada zona no se dieran cuenta de su perpetua juventud. Ahora estaba en nuestro país y se disponía a seguir viajando.

El lector podrá imaginar mi cara de espanto y sorpresa al saber que la mujer con la que había dormido dos noches seguidas tenía más de trescientos años. ¿Cómo creer semejante historia? En ese momento, Natalia me tomó de la cabeza como si quisiera arrancármela, y me preguntó si de verdad estaba creyendo sus palabras. Me dijo que además de robar la juventud, su belleza atraía locamente a los hombres, esa era otra razón para no prolongar su estadía en los lugares que visitaba. Por un momento pensé ver a todos los hombres del pueblo envejecidos por culpa de Natalia. Sacudiendo mi cabeza me daba cuenta de que nada tenía sentido; si mi aspecto y mi fuerza no hubieran sido los de un anciano, hubiera jurado que era una mentira de Natalia para que ya no la molestara, pero mi arrugada piel y mis débiles huesos eran la prueba más convincente.

Sintiendo que mi vida la había perdido en dos noches, empecé a llorar sobre su hombro, ella me abrazó y me pidió que la perdonara. Estuvimos lamentándonos varias horas hasta que acordamos que ella se haría cargo de mí durante el tiempo que me quedaba de vida.

Ahora mis dolencias cada vez son mayores y no creo que resista más de un año. Tampoco puedo acostarme con ella, si lo hiciéramos de nuevo seguramente moriría sobre su cuerpo, tal como les sucedió a varios de sus esposos.

Han pasado dos semanas y Natalia cumple su palabra de cuidarme. Mandé una carta a mi familia diciéndoles que estaría fuera del país un par de meses. No puedo dejar que me vean así como estoy. Algunos de sus esposos que estuvieron en mi situación les dijeron a sus allegados que sufrían de una extraña enfermedad que los hacía ver como ancianos. Yo no quiero mentirle a nadie. Hace dos días salí a la calle a comprar algunas de mis medicinas y encontré a una ex novia llamada Raquel, quien se puso a verme curiosamente como si este anciano le recordara a alguien más joven, yo traté de hablarle pero mi voz hiriente la hizo alejarse. Al regresar a casa, Natalia me pidió que no volviera a salir, pues solamente ella puede comprarme lo que necesito.

Esta noche Natalia duerme, si me lo propongo todavía tengo fuerzas para llegar hasta su cama. Ya le entregué mi juventud, aunque sólo le servirá por un tiempo, ella envejece a una velocidad infernal, no quiero imaginar a cuantos hombres ha matado con esa maldición. Aquel día, cuando me lo confesó todo, me dijo que ya no buscaría otro hombre, que moriríamos juntos y viejos, que se dejaría matar por la vejez. A pesar de sus palabras, sé que cuando yo muera ella se irá de inmediato a buscar otro hombre. La amo pero me cuesta imaginar que sólo soy uno más que le regala su vida, hasta he pensado en terminar el trabajo de Rafael, clavándole un puñal en el pecho para que por fin muera en mis brazos, y así salvar a muchos hombres que vendrán a ofrecerle sus vidas…, pero no soy capaz de tal atrocidad. Hoy sólo quiero dormir con ella, no me importa si la vida se me va en un suspiro; hay instantes que deberían ser eternos.

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