Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Una de las épocas más esperadas del año, ed es la navidad. Para nosotros, ask situados en el corazón del trópico, viagra este mes, reviste una especial fascinación. Fascinación por el entorno climático y místico que se aviva singularmente, como en ningún otro tiempo.
Cielos abiertos de Cuscatlán, intensamente azules, con un lujo de nubes, de atardeceres rosa, de vientos inigualables y de estrelladas noches. Y es que, en este final del 2014, las heladas del hemisferio norte, nos han hecho sentir esas colas de bajas temperaturas, que nos refrescan y ensueñan. Todo parece entonces, adquirir un brillo, un estado íntimo de felicidad y placidez. Desde luego, esta magia anual, tiene su gran conexión con el viaje solar, que hace llegar sus efluvios bienhechores a todo el orbe. Por ello, la sensación de paz y alegría, no es casual, sino al contrario, constituye un regalo inapreciable de la Creación y del Absoluto, que pese a nuestros yerros, continúa colmándonos de su protección y abrigo.
Grandes escritores, como Salarrué y Claudia Lars, nos dejaron páginas preciosas donde la navidad es el gran escenario que envuelve la vida, a veces sufrida, a veces dichosa, de los salvadoreños.
Este mes tan especial, ha ido perdiendo con el tiempo, su sentido espiritual y de maravillosa ingenuidad, para irse tornando en un pretexto más del consumo masivo, del comercio despiadado, que rompe los escasos bolsillos de las personas, y que les hace creer que el mejor regalo, es aquél cuyo valor metálico es mayor. Nada más extraviado. Desde cualquier condición social, la navidad debe abrirnos el corazón, dejar que nuestro ser interno fluya en amor, amistad, perdón, y solidaridad con el otro, sobre todo, con el más necesitado.
Los romanos celebraban este solsticio de invierno con solemnes ceremonias. Para ellos, era la fiesta del “Natalis Solis Invicti” (el Nacimiento del Sol Invencible), una tradición que tomaron de los persas. La gloriosa victoria de la luz sobre la oscuridad, que luego el catolicismo convirtió en la Natividad de Jesús, situándola el 25 de diciembre. Esta es la razón por la cual, los grandes avatares, nacen – o se les hace nacer- en estas fechas. Así, Jesús, Buda, Krishna, Zoroastro, Mitra, Horus-Osiris y otros, vienen al mundo en esta época.
Yendo a la infancia, al pasado hermoso, ¿quién no recuerda la tradición de los nacimientos que se instalaban en la mayoría de los hogares católicos de antaño?, milagros delicados de la alfarería de Ilobasco. Ahí el misterio de San José, la Virgen, el Niño, entre la mula y el buey; el pesebre, acolchonado con musgo, y los pastores, con sus trajes de algodón y sus cayados, apacentando decenas de ovejitas; los reyes magos sobre sus pintorescos camellos, y luego todo un entorno de personajes: las vendedoras del mercado; las sirenas y los patos en el espejito, o en el plateado papel que simulaba un lago, o un río; las molenderas, los guardias nacionales, la siguanaba, la banda de músicos, la gente humilde del pueblo haciendo sus compras; y el infaltable diablo, rojo y negro, blandiendo su lanza amenazadora.
Importantísima era la gastronomía: no había fiebre de pavos de importación, era el “chumpe” criollo, la gallina y el lomo relleno, los reyes y reinas de la mesa; además de los ricos tamales de carne de ave y de cerdo; los tamales de azúcar, con sus respectivas pasas; el arroz especialísimo y las ensaladas al gusto; el chocolate, el café, los refrescos, acompañados de marquesote y variado “pan dulce” en las cantarinas posadas; y, por supuesto, el ponche con piquete y las bebidas espiritosas siempre presentes.
Qué esta navidad -sin peligrosa cohetería y sin excesos adultos- haga posible nuestro pleno renacimiento a todo lo noble, para que así, renovados con el mayor regalo espiritual que nos trajo el Maestro Jesús – el amor que todo lo transforma- podamos vivir en paz y armonía, a lo largo del próximo año ¡Feliz navidad!