Myrna de Escobar,
Escritora y docente
El mundo a distintas horas se prepara para celebrar el festín más emblemático de la era cristiana, el natalicio del Dios que se hace hombre hace más de dos mil años; y he aquí que un niño nos ha nacido, reza el sermón de La Misa del Gallo.
En nuestro país, la celebración de la víspera de la Navidad y el Año Nuevo está precedida de bullicio, caos vehicular, accidentes de tránsito y un comercio que se incrementa aún más en las principales arterias del gran San Salvador. El Aeropuerto Internacional, ahora denominado Monseñor Oscar Arnulfo Romero, y las terminales de buses se preparan para recibir la afluencia de visitantes del extranjero o del interior del país. Muchos son sueños repatriados por las circunstancias que les tocó enfrentar en el pasado, otros son oriundos del campo que frecuentan a la familia en estas fiestas.
El deseo y la oportunidad de reencontrarse con los seres queridos y las tradiciones culinarias de nuestras raíces mueve a muchos turistas que aprovechan la estancia en nuestro país para disfrutar de las playas y la cocina criolla de la tierra Cuscatleca. El pavo, el Chompipollo, la Gallina India, el Lechón, los tamales de gallina, el pollo en Salsa Navideña, las pupusas, el café, el pan, las uvas, y las bebidas embriagantes son un gran deleite en estas fiestas. En los hogares salvadoreños, estos banquetes se proveen con el aguinaldo de la clase obrera, y para algunos representa la única comida fuerte del año. Los menos afortunados deberán conformarse con el obsequio de la empresa, una canasta navideña decorada con colorido papel Celofán y unos cuantos productos dentro.
El amor, la pasión, la inocencia y la generosidad de muchos se desbordan por doquier. El espacio cibernético se llena de postales digitales, que han sustituido a las tarjetas navideñas que por años decoraban el árbol navideño. Las casas son remozadas con una nueva dosis de pintura. Afuera, las vitrinas se iluminan con coloridos ornamentos para seducir el consumismo, las ventas de pirotécnicos; cuyo uso hoy se cuestiona, se preparan para ofrecer petardos, luces, estrellas, morteros, volcancitos, y silbadores que iluminaran los cielos al filo de la media noche. Durante mi infancia, los pirotécnicos se usaban desde las primeras semanas de diciembre, hoy solo se escuchan en las horas previas a la celebración.
En la noche, y al ritmo de la Cumbia y la Salsa, niños y adultos se preparan para estrecharse en un abrazo común que revive el encanto y la magia de la época. Muchas emociones encontradas se dejan sentir en los corazones, los pequeños reciben sus regalos según su condición, los ebrios con muchos tragos de más ponen la nota triste, el uso irresponsable de la pólvora pone a los quemados más graves en el principal hospital de niños Benjamín Bloom; a inmediaciones de la Universidad de El Salvador. Las víctimas de las quemaduras, en su mayoría infantes, inician un doloroso tratamiento de reconstrucción de sus cuerpos mutilados y las madres que dan a luz a media noche, reciben un presente de los principales hospitales públicos del país, y del Seguro Social.
El sórdido bullicio de los petardos continua, las doce campanas anuncian que el año viejo se va, y al ritmo de Tony Camargo muchos salvadoreños se preparan para fundirse en un abrazo fraternal y abrir los presentes.
En otros ámbitos, hospitales, asilos, delegaciones policiales, estaciones de bomberos y demás instituciones de servicio la celebración es muy distinta, pues deben trabajar y celebrar como se pueda. Los indigentes, por su parte reciben un plato de comida que consiste en un tamal, un pan y un vaso de chocolate caliente en los portales y/o calles que les sirven de albergue. Iglesias y demás organizaciones juveniles cooperan con este noble apostolado de hacer feliz a alguien en estas festividades. Previo a la navidad, los niños de escasos recursos reciben juguetes de parte de las iglesias, y la ayuda de una estación televisiva que gestiona por su medio la colección de juguetes para repartirlos, de manera que muchos niños ven una sonrisa dibujada en el rostro, aunque sea en esta festividad.
Cuando el calor de esta mágica celebración para muchos niños termina, unos cuantos cohetes se escuchan. El pueblo se dispone al descanso; los envoltorios de regalos y los restos de comida afean las calles y aceras. A la mañana siguiente, el recalentado espera a casi todos en la mesa, otros duermen todo el día producto del cansancio o la resaca. Algunos pequeños imprudentes se disponen a descubrir algún cohete sin quemar sin pensar en el riesgo que esto representa, y son sorprendidos por una explosión.
Por muchos años, el hombre ha revivido a su estilo una tradición católica que, aunque hoy es de carácter más comercial que cristiana, se presta para que otros también celebren pues las vacaciones lo permiten, y casi nadie puede escapar al regocijo que envuelve esta celebración en nuestro terruño, El Salvador.