Carlos Mauricio Hernández
Todo apunta a una inminente ruptura entre el actual alcalde de San Salvador y el FMLN para los próximos comicios. Debido a la alta popularidad de Nayib, que se fue forjando desde antes de las elecciones de 2015, se ha convertido en una figura con potencial para convertirse en el candidato presidencial con miras a 2019. Sin duda, tenía la simpatía y la aprobación de una buena parte de la militancia del partido efemelenista al igual que de personas que se declaran sin preferencia partidaria e incluso de alguna gente de derecha. Paradójicamente, las puertas hacia la presidencia no se las cerró Arena, ni la Sala de lo Constitucional, ni la dirigencia del Frente. Se las cerró él mismo con su actitud iracunda que simbolizó la agresión pública a su síndica municipal.
Además, le faltó asumir la responsabilidad para expresar con eficacia sus críticas al gobierno. Nayib tenía la posibilidad de sentarse frente a la alta dirigencia del FMLN, mirarles a los ojos y hacer las críticas que considerara pertinentes. Prefirió más bien comportarse como púber sin poder, cuyo único espacio para encauzar inconformidades es a través de redes sociales. Las críticas siempre son necesarias para cualquier partido político o institución que ejerza poder. Las dirigencias partidarias están en la obligación de escuchar a sus alcaldes y demás militancia. Este ejercicio democrático es válido y exige crear espacios de discusión serios, donde impere la fuerza de la razón y la apertura mental. Las verborreas de Twitter no encajan en este esquema. Bukele debió dar el paso con valentía al cara a cara con quien se tiene diferencias. No lo hizo. Quizá fue su inmadurez, quizá su mentalidad de empresario, donde al jefe no se le puede contradecir y decirle amén siempre por más que diga o pida las cosas con prepotencia.
La raíz del evidente descontento de Nayib con la estructura partidaria que le hizo ganar la alcaldía capitalina no parece estar en una diferencia ideológica profunda, sino en un capricho personal por no haber sido nombrado el candidato a la presidencia de 2019. Hace dos meses atrás el actual alcalde expresó que era preferible quedarse “en casa viendo televisión que ser candidato vicepresidencial”. En diversas encuestas él resulta ser un candidato presidencial del gusto de las mayorías. Muchos de sus seguidores de redes sociales, asesores e incluso militantes efemelenistas le han implorado ser el nuevo político que tome el control del ejecutivo. Tales condiciones, le llevaron a soñar pronto con ser el próximo presidente de la república. Pero ha cometido un error capital en la realidad política salvadoreña: vilipendiar el voto duro tanto de izquierda como de derecha.
En un audio que se ha hecho público, se evidencia uno de los tantos ataques contra la síndica, del mismo partido del alcalde, Xochitl Marchelli: “Vayan a hacer reuniones allá en la municipalidad [sede del FMLN]. Y que elijan a otro candidato. Tal vez sos tú. Va, mirá, tené. Una manzana… ¡bruja!” Marchelli ha explicado que ese tipo de agresiones “son antiguas” (ver https://goo.gl/ini6jn). Si a eso se suma los constantes ataques viscerales y con saña contra el partido al cual pertenece –no han sido solo contra la dirigencia–, no se puede esperar que la militancia o el voto duro del FMLN justifique al agresor ni puede ser fácil para la estructura partidaria pedir el voto para él de continuar como candidato a alcalde o a una supuesta candidatura presidencial.
Por coherencia Nayib debería de renunciar al FMLN o el FMLN expulsar a Nayib de sus filas. ¿Quién pierde más con esta ruptura? Bajo el criterio de ganar la presidencia, no ha faltado quien asevere con contundencia que el FMLN es quien más pierde. En sintonía con el alcalde, muchos analistas menosprecian el voto duro. Se sugiere que si Bukele forma un partido nuevo, automáticamente ganaría en 2019, como si los grandes bloques de votantes de Arena y el FMLN no existieran, como si contaran más seguidores en Twitter o Facebook que los votos en las papeletas. La candidatura de Antonio Saca en 2014 probó que por muy carismático que se promueva un líder político, por más presencia mediática que tenga en encuestas, no es fácil ganar sino se cuenta con el apoyo logístico y territorial a nivel nacional de uno de estos dos partidos.
En todo caso, la ruptura exige ser lo más cordial posible.
El trabajo hecho en San Salvador tiene aspectos que se han traducido en beneficios concretos de la población capitalina. Eso se le debe reconocer a Bukele. Pero también el alcalde debe reconocer el peso que tuvo la bandera partidaria que le permitió convertirse en el edil de la principal alcaldía del país.