Santiago Vásquez
Escritor y poeta
Bajo el ardiente sol, sick Juanito se prepara para un día de mucho trabajo en la escuela, treatment las campanadas dan el aviso del comienzo de la jornada. Todos los niños y niñas se manifiestan muy complacidos de un nuevo encuentro por aquellos corredores que son mudo testigo de gritos, doctor risas y por momentos llanto de algunos niños de párvulo que no hayan a su maestra. El profesor, con una mirada seria y muy atenta a lo que pasa a su alrededor, espera en la puerta del salón, ninguno se atreve a entrar sin antes recibir la orden de: “PUEDEN PASAR”
Juanito y sus compañeros entran en completo silencio al salón de clases, adornado con un sinnúmero de carteles, dibujos, lecciones y algunas frases que hacen recordar que debemos practicar la cortesía: disculpe, gracias, con permiso, muy amable, por favor y otras más.
-¡Muy buenos días mis queridos astronautas!
-Buenos días querido profesor- contestan todos en un ambiente alegre y muy familiar.
Don Baltasar entra sintiéndose muy orgulloso de ejercer la profesión de maestro en aquella escuela, todos los alumnos, padres de familia y compañeros lo quieren y lo respetan por su carisma y su don de ayudar a los demás.
-Vamos a ver, saquen su cuaderno de Estudios Sociales, hoy vamos a estudiar el tema: LA IGUALDAD.
-¿Qué es la igualdad profesor?- pregunta Fabricio, un niño muy inquieto a quien el maestro le llama seguido la atención por sus travesuras en el grado y si no fuera poco, su padre es llamado con mucha frecuencia a la dirección.
-Veamos queridos terrícolas, las niñas ¿Pueden jugar al futbol? ¿Pueden jugar carritos?
-¡No!- contesta Juanito
-¿Por qué? Replica don Baltasar.
-Porque son niñas y las niñas deben hacer oficio en la casa.
-¡Muy bien! ¡Muy bien!
-Así es como piensas tú, Juanito.
Pues, para que lo sepas, estás equivocado mi querido amigo.
¿Quién está de acuerdo con lo que dice este terrícola?
El profesor Baltasar cuestiona a sus alumnos bajo su mirada que se tienden como un manto de verdadera protección y orientación.
En aquel ambiente de mucha concordia y felicidad, nadie levanta la mano; pero, una de las niñas le pregunta al profesor:
-¿Y los hombres lloran?
-¡No!
Contesta nuevamente Juanito muy serio
-los hombres no lloramos.
-¿Por qué?
Preguntan en coro todas las niñas
-Porque somos hombres.
Contesta aquel valiente chiquillo.
En aquella dinámica de preguntas y respuestas estaban, mientras el tiempo se escapaba a toda velocidad cuando sucede algo inesperado.
De pronto, un grupo de niños de otro grado entró al salón huyendo de un panal que habían alborotado y las avispas los iban persiguiendo, tres cobardes insectos picaron en el ojo a Juanito y este corrió despavorido pidiendo auxilio y llorando, gritaba: ¡Mamá! ¡Mamá! En aquel terrible incidente todos salían corriendo para defenderse del ataque de aquellos furiosos avispones.
El profesor no le quedó de otra que salir huyendo detrás de sus alumnos ya que a él también le habían picado en la oreja y se le habían metido en los pantalones, después de aquel susto, todos volvieron a entrar y el maestro concluía su clase diciendo:
¡Mis queridos astronautas! Como seres humanos, todos somos iguales, aunque tengamos algunas diferencias, hay cosas que nos hacen iguales, por ejemplo, los sentimientos, todos lloramos alguna vez, al igual que todos reímos otras veces.
-Juanito, ¿Te dolió la picada de la avispa?
El niño, todavía con lágrimas en los ojos contestó:
-Si profesor.
-¿Lloramos los hombres Juanito? Replicó el maestro dotado con una gran paciencia, cariño y bondad.
-Si profesor.
-Esa es la igualdad, reconocer que somos seres humanos y merecemos igual trato, iguales oportunidades y sobre todo, saber que tenemos las mismas obligaciones que cumplir y los mismos derechos, así como los hombres lloramos, así también las niñas pueden jugar al fútbol, o a los carritos, los juguetes no distinguen edad, sexo ni color.
Las campanadas de la escuela anunciaban el final de la clase, don Baltasar guardaba sus libros en su maletín de cuero, el día se tragaba las horas inexorablemente.
Juanito guardo un viejo cuaderno y su pedazo de lápiz en su bolsón de tela, emprendió su viaje de regreso a su casa.
Aquel hombre de mirada seria y profunda, se sentó en un viejo tronco, sacudía sus percudidos lentes, sacó un libro y leía en voz alta para si, mientras pasaban las horas de su breve descanso del medio día:
“TRATA A TODOS POR IGUAL, SI QUEREIS QUE OS TRATEN BIEN”
El profesor Balta miraba al infinito sin perder ningún detalle, una honda pena se le clavó en su pecho, mientras una golondrina hacía su nido en la rama de un aceituno.