Por: Rolando Alvarenga
El reciente abuso verbal en público por parte del entrenador español Ray Santana, contra una niña de la selección salvadoreña que participó en el Premundial de Baloncesto U-16, me hizo recordar a los reprochables entrenadores que rebasan sus atribuciones hasta caer en la humillación.
Encabezando la lista de instructores neuróticos -y podemos llevar el caso a tribunales si así lo desean- aparece el sargento serbio Milován D´Joric, que tenía fama de “bueno”, pero no fue capaz de echar huesos viejos en el fútbol de este país.
Le sigue el cubano del Tenis de Mesa, Carlos Esnard, que -ante la alcahuetería de las federaciones de 2000 al 2014- hizo y deshizo con un resto de jugadores y entrenadores recibiendo, al final, una jugosa indemnización, cuando lo correcto hubiera sido que lo multaran por abuso de poder. A ellos se une el “angelito» paraguayo del fútbol, Roberto “Toto” Gamarra, entre otros.
Iracundos y neuróticos personajes que, por más coraje que descargaron contra los atletas salvadoreños de todas las edades, nunca los hicieron ni campeones olímpicos, ni mundiales, ni panamericanos y ni regionales. Tampoco contribuyeron a cambiarles o moldearles la personalidad.
Más bien, dejaron sembrado para la posteridad un recuerdo de una especie de capataces con o sin el consentimiento federativo.
Aterrizando: una cosa es tener carácter y personalidad para trabajar dentro de un contexto integral pedagógico con atletas, en general, y otra es rebasar los límites del respeto hasta caer en la humillación ante la anuencia de federaciones indiferentes.
Es que, por dignidad y patriotismo, no se puede aceptar ni permitir que vengan extranjeros a ganar varios miles de dólares pisoteando a nuestros pobres atletas. Son vejámenes que, por dignidad y patriotismo, deben denunciarse. ¿Tamos?