Nelson Martínez
Mucho se ha escrito sobre el caso Flores-Taiwán, viagra y de seguro mucho más se seguirá escribiendo. Este es un tema inagotable que llegó para quedarse en la memoria histórica. A este caso han de recurrir las futuras generaciones para entender sus propias realidades y resolver sus propias problemáticas y, con base a su veredicto, han de juzgarnos para bien o para mal.
No tiene sentido replantear aquí el caso ya que está suficientemente bien documentado por la televisión. La población ha visto y escuchado el testimonio del expresidente de su propia boca –fuente de primera mano, y no como reconstrucción, montaje o novela de conspiraciones- y a partir de él, cada quien puede formular sus propias valoraciones. Si bien se ha abordado el caso desde la conducta del expresidente, buscando dimensionar, estructurar y entender en detalle el caso; y si bien es ineludible abordar el tema desde las leyes y la institucionalidad, la ética y las aspiraciones del pueblo, también es necesario abordarlo desde otras perspectivas: la de la fiscalía y de la historia.
Cada caso que llega a la fiscalía es un caso que pone a prueba el sistema y la institucionalidad. Cada caso es una oportunidad para construir y consolidar el estado de derecho. O por el contrario, cada caso solo es un caso más que demuestra las fallas, las incongruencias e ineficiencias del sistema. Todos los casos tienen trascendencia y dimensión ética ya que todos afectan a las personas. Pero el caso Flores-Taiwán no es cualquier caso. No sólo pone a prueba el sistema ni afecta a unas cuantas personas, sino que incide en toda una nación, tiene relevancia mundial y trasciende la historia.
Ciertamente, tener la obligación legal y moral de poner en el banquillo de los acusados a un expresidente, algo sin precedentes en la historia de El Salvador, es una tarea titánica y una carga abrumadora que no cualquier espalda puede soportar. La presión que genera dicho caso para el fiscal lo pone en la encrucijada de enfrentar el capital oligárquico y el poder político por un lado; las leyes, la justicia, la institucionalidad y el estado de derecho por otro; las aspiraciones de justicia del pueblo y su necesidad de creer y confiar en el sistema, por otro lado; al mismo tiempo que lo confronta con sus propios principios, valores y obligaciones. A algunas de esas presiones ha de sucumbir o someterse el fiscal, esperemos que sean las correctas. Insisto, no es tarea sencilla, pero igual debe hacerse, y hacerse bien.
De ahí que, está bien que el fiscal no ceda a las presiones del actual presidente. Está bien que no acepte presiones del poder económico y político de los grupos de derecha, o de cualquier otro grupo. Está bien que pida espacio y tiempo. Está bien que maneje el caso con sigilo y confidencialidad. Está bien que demuestre autonomía e independencia, madurez y sensatez, valentía y apego a la ley. Después de todo, la verdadera presión para resolver el caso viene de la población… y de la historia, y ninguno de ellos olvida ni perdona.
Por eso, hay que tener mucho cuidado con las señales que el fiscal manda a la población con respecto al avance de la investigación. Estas señales deben ser claras y certeras, sin ambigüedades ni sospechas. Los silencios prolongados, las declaraciones escuetas, las respuestas evasivas, las frases prefabricadas, la sensación de que pasa el tiempo y no se hace nada son malas señales. Comunican incertidumbre y falta de diligencia, levantan sospechas, bajan la moral y generan zozobra en la población.
Pero sobre todo, por esas mismas razones, la fiscalía debe tener especial cuidado en construir un caso sólido. Para eso ha tenido todo el tiempo, el espacio y los recursos. Lo que menos se espera de la fiscalía es que presente un caso mal estructurado, débilmente fundamentado, y con fisuras y vacíos legales. Lo que menos se espera de la fiscalía es que el caso se le caiga por falta de argumentos jurídicos o negligencias técnicas. Lo que menos se espera de la fiscalía es que el factor tiempo opere en contra de los procesos y se convierta en la “excusa” por la cual se pierde el caso. Tampoco se espera que se haga un montaje, una farsa o una caricatura de juicio. Eso sería nefasto y antihistórico. En opinión de la población -que es crítica, pensante y está muy bien informada-, la fiscalía tiene todo para sustentar y ganar el caso.
Más allá de las consecuencias políticas que el caso pueda traer, más allá de los intereses sensibles y poderosos que puede afectar, de las pasiones que pueda levantar y de las presiones a favor o en contra, que han de ser muchas, el caso Flores-Taiwán necesita ser investigado, esclarecido, la verdad expuesta y las consecuencias legales de estos actos, impuestas. No hay excusa para no hacerlo. Este ya es un caso sustentado por testimonio del mismo expresidente, y es del conocimiento público. Por tanto, no hay forma de evadir esta responsabilidad que es en realidad una cita con la historia.
La historia de El Salvador ha de recoger este caso, sus actores –con nombres y apellidos- y su veredicto. Costa Rica, Guatemala y otros países del mundo ya escribieron su historia con casos similares, hoy es el turno de El Salvador. Esta es la oportunidad de oro que se presenta para reivindicar nuestra historia, que ha sido la historia de los privilegios, la impunidad y la inmunidad. Por sí sólo, este caso constituye un hito –impensable en otros tiempos, nunca antes visto en estas tierras- que parte la historia moderna del país en un antes y un después. Es un hito histórico que marca la diferencia entre ser una república bananera y ser una nación soberana donde predomina el estado de derecho.
La fiscalía tiene la oportunidad de reescribir nuestra historia. Al hacerlo también reescribe la historia de la misma fiscalía, ya que históricamente ha estado, lo mismo que la Corte de Cuentas, en función de los gobiernos de turno y de los grupos de poder. Esta es la oportunidad del Fiscal General de la Nación para inscribir su nombre en la historia y solo lo puede inscribir de una de dos formas posibles: El fiscal que con independencia y valentía, contra todas las presiones de sectores interesados, hizo valer la justicia en el Caso Flores-Taiwán. O por el contrario, ha de inscribirse como el fiscal que, teniendo testimonio confeso, de forma inexplicable y sospechosa, perdió el Caso Flores-Taiwán y con eso traicionó las aspiraciones de justicia del pueblo –que dicho sea de paso, es noble pero no tonto-. De una de esas dos formas lo va a juzgar y registrar la historia. Pero claro, esa es una historia que nuestro Fiscal General todavía está por escribir.