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No existe mi lugar seguro

No existe mi lugar seguro

 

Por Nathaly Campos

Esta noche, escucho las nostálgicas notas del violonchelo que mi vecino toca al otro la de la ventana. El reloj marca las doce y aún no termino el avance de mi anhelada tesis. Busco desesperadamente mi taza café y no la encuentro; no recordaba que ya no bebía desde hace más de diez días. Me distraigo y veo que afuera llueve, a cantaros, pareciera que el cielo llora sobre una ciudad inhabitada. Me inunda una profunda nostalgia de querer caminar en ella, de detenerme tras el aroma dulce de mi panadería preferida o del café vinilo al que solía ir con mi amiga.

Ya son las dos y no he avanzado, me pierdo en el umbral del tiempo; los recuerdos y las sensaciones surgen de la memoria, se me hace imposible avanzar, mientras tanto el tiempo corre, da pasos agigantados, corre y yo no logro hilvanar ideas. En mi habitación, las horas pasan en un abrir y cerrar de ojos, no existe lugar donde dejar las responsabilidades a un lado y simplemente respirar. No hay nada más que está habitación.

“El ser humano es relacional: la memoria urbana es una relación entre la vida y su representación, un constructo semiótico de lo dado culturalmente y lo creado subjetivamente.” Recordé haberlo leído en uno de los tantos libros y es que nuestra capacidad simbólica es increíble, inconscientemente le vamos otorgando significado a los lugares, nos expandimos en él y los recuerdos nos inundan haciéndonos volver a sentir y a vivir. Observo desde mi ventana la ciudad y nace un sentimiento embrollado de imaginarme nuevamente caminando entre los árboles y sentir la brisa en todo el cuerpo. No existe mi lugar seguro y es que esta nueva normalidad de la que todo el mundo habla, hace que la ciudad parezca que está dejando de existir y mi habitación se vuelve todos los lugares en uno, mi ciudad.

Afuera sigue lloviendo; deseo salir, bailar y llorar junto con las nostálgicas notas del violonchelo, para que mis lágrimas se mezclen con la lluvia y caigan en la tierra para que nazca una flor, pero ese deseo se desvanece y ahora me atormenta pensar que mi habitación ya no es ella en sí misma, ni el lugar donde puedo esconderme de mí o del mundo; una ciudad invisible con edificios de ropa sucia, de libros y papeles mal puestos, un caos donde no ha sido fácil no volverse loca.

Debo terminar, no he dormido y ya está amaneciendo; tecleo y borro, me arden los ojos. Suena mi celular, es un mensaje. Es mi asesor de tesis. No encuentro la manera de explicarle que no tengo un plan de trabajo, un plan de vida, que no tengo nada.

 

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