@renemartinezpi
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En un tan solo segundo que vive como si fuera un siglo bisiesto, ailment paso de la razón a la locura al saber, prescription sin comprender, sickness que no estás aquí, que no hay forma de que estés aquí aunque lo quieras y lo quiera, viéndome jugar con los pocos adjetivos y gerundios y metáforas sencillas y verbos insurrectos con los que te explicabas todo tu universo, el cual abarcabas con sólo abrir los ojos de par en par; viéndome cómo los torturo, sin tregua ni piedad, para que confiesen todo el amor que tú guardabas en el armario de tu pecho atolondrado por las pérdidas. Y en la confesión arrancada se destaca la afirmación que siempre hacías, al finalizar tu cigarro sin filtro de la noche, de que es una pérdida de tiempo discutir con cretinos constitucionalistas y falsamente rectos porque eso distrae y hace blasfemar sin necesidad.
Y entonces ya son las 4 de la noche en punto y es catorce de mayo, y mis dedos se quiebran y revientan para delatar un sentimiento febril que no sabe de horarios, ni estaciones, ni cronogramas oxidados, ni formas del rigor mortis, ni protocolos de investigación amanerados, porque los sentimientos más profundos no se miden, ni se pesan, ni se grafican, ni se maquillan, ni se suben al Facebook que nos roba la enculturación y la conciencia; tan sólo se gozan o se sufren hasta lo indecible del suicidio del imaginario cuando se mira fanáticamente a los ojos de enfrente, como si el amor fuera un larguísimo túnel que estamos ansiosos por cruzar para tocar la luz que en fondo titila.
Qué pena que no estás aquí, junto a mí, viéndome tendido sobre tus manos de anciana memorable cómo recuerdo tus sueños conmigo; viéndome feliz cómo platico y bromeo con ellos para que, en confianza, me cuenten todos tus misterios embrujados, olorosos a alcanfor y ungüento de altea, que eran capaces de desviar las balas genocidas, o como el de esa obstinación que tenías y tienes de reírte impunemente del tiempo y de la muerte y, entonces… ya son las 4 de la noche en punto y es catorce de mayo, otra vez, y la calle en la que deambulan, tiritando de mártires, los fantasmas de la miseria colectiva que fueron juramentados como escuadrones de la muerte, abrirá sus brazos como pétalos negros para abrazar tu silueta luminosa y bienaventurada que no sabe de la soledad ni del frío desde que se enhebró con la mía en busca de la utopía de los pobres, esa utopía que hiciste tuya desde que escuchaste por primera vez las homilías fulminantes del Monseñor Romero de los pobres en el rincón de la cama y, sin levantarte, me dijiste, me ordenaste en nombre de Dios, que debía luchar.
Qué pena que no estás aquí en mayo y, entonces… ya son las 4 de la noche en punto, otra vez, y este es el momento propicio e indeclinable de la historia para llegar, sigiloso, hasta tu espalda tibia y cansada de tanta burocracia cruel y taparte los ojos para preguntarte al oído, muy quedito: ¿Adivina quién soy? y tú, sintiendo mi aroma a eucalipto recién cortado -porque ya son las 4 de la noche en punto y es catorce de mayo- me responderás con un beso cortito en la mejilla y con otro beso muy largo en la frente que quedará tatuado en el medio día de mi corazón, exactamente a las 4 de la noche de mi desnudez ideológica…
Qué pena que no estás aquí y, entonces… ya son las 4 de la noche en punto, esa hora del suicidio en la que no puedo olvidar el tedio mortal de la de sociología funcionalista que no usa el zapato izquierdo, ni la primera retirada después de un “golpe de mano” a la policía de hacienda, ni la primera emboscada que le tendí a la injusticia, ni la primera puteada al político fornicario que se enriqueció de la noche a la mañana, ni el primer espanto que vi y que me hizo ser, muchos años más tarde, tremendamente humano.
Y aunque no estés aquí, permaneces cerca aunque te cobijes con la distancia del pasado; aunque no toques mi sombra que intuyó tu partida en mayo. Por eso, no hay forma… no la hay, de que burles el retén que mis brazos de nostalgia le han tendido a tu recuerdo de flor remota y esquiva que regateaba los dóndes, los cómo y, sobre todo, los cuándo en el mercado. No hay forma… no la hay, de que tu cuánto de abuela que aleteaba tus madrugadas secretas se aparte del amor que, silenciosa, razonabas en tu pecho y en tus abrazos que volaban hasta mis besos, burlando las ventanas dormidas de la cárcel clandestina que me magullaba el cuerpo, escalando los techos del cuartel donde le dieron choques eléctricos a mí conciencia, rompiendo el manto de obsidiana que quería convertirme en otro más de los miles de desaparecidos por la dictadura militar… pero tú hallaste la forma de sacarme ileso y con las mismas ilusiones.
Qué pena que no estés aquí en mayo, pero no hay forma… no la hay, de que las viejas angustias escatológicas que quedaron dormidas en mis huellas más remotas no salgan corriendo, desesperadas, en busca de la solitaria angustia de vida que hoy clausura mis sueños para enseñarle cómo sobrevivir, a pesar del desprendimiento de las hojas de mi otoño, a pesar del pesar, a pesar del pañuelo blanco que anunciaba cementerios insondables a las 4 de la noche.
Pero no hay forma… no la hay cuando son las 4 de la noche en punto y es mayo, porque si dejas de envolver con tu mirada de miel-misterio todas mis ilusiones y utopías hechas carne, todas mis ansias hechas vuelo, yo tendré que recordarte y de nuevo serás mi abuela en el embrujo, y de nuevo sentirás cuando te amé en silencio junto a tu ataúd.
No hay forma… no la hay, de que de mí te alejes, porque si te pierdo o dejas de cuidarme de las balas de saliva que suplantaron al plomo, de todas formas te inventaría de nuevo con la misma cara… los mismos brazos… el mismo hechizo, porque serías el mismo sueño de justicia; porque de ese invento depende mi vida, porque de eso penden mis alas de zompopo de mayo que tú pusiste en mi espalda.
*René Martínez Pineda
Director de la Escuela de Ciencias Sociales, UES