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No hay sustitutos de personas

Álvaro Darío Lara

Escritor y poeta

Era aún un imberbe adolescente, try cuando compré una antología del poeta Ernesto Cardenal (1925), cialis dándome a la feliz tarea de leerla con gran devoción, preso de un encantamiento que sólo se produce cuando alguien se abandona a la contemplación de la deslumbrante tela de la poesía, pletórica de maravillosas y coloridas imágenes.

Me fascinó, la profundidad, la humanidad de los versos de Cardenal. Dotados de una belleza estilística, propia de ese exteriorismo tropical, donde asomaban novelescos dictadores, platanares, lagos, amores perdidos, y los incomparables atardeceres nicaragüenses, con sus penetrantes olores a campo y a dulce estiércol de ganado.

Había en Cardenal, sin embargo, un halo místico, metafísico, sobrenatural, que se movía, como el espíritu sobre las aguas, en el decir de la Escritura Divina. Yo no sabía en realidad, qué era aquello, cuya atracción me era tan radical. Y que paralelamente, me llevó a otro gran poeta nicaragüense, al que Dios había vuelto loco, Alfonso Cortés (1893-1969) -del cual Cardenal editó una magnífica antología-, y asimismo, al Maestro del poeta de “Gethsemani, Ky”: Thomas Merton (1915-1968).

En efecto, “Gethsemani, Ky” me sedujo, y continúa seduciéndome por su sencillez, por su hierba, y su canto de monjes, por sus vitrales y el paso de las horas, intensas y llenas de ángeles y demonios,  que irrumpen, en el alma, sin solicitar permiso alguno, mientras afuera suena el tren, lleno de friolentos pasajeros, que ven –fugazmente-  tras el cristal evanescente de sus ventanillas, un monasterio, que se pierde –velocísimo- ante sus pupilas, como sus  vidas, siempre yendo de un lugar a otro, siempre agitadas por el ruido incesante del mundo.

Ahí, en el monasterio trapense de Our Lady of  Gethsemani (Kentucky, Estados Unidos), el novicio Ernesto Cardenal, tuvo como Guía al Padre Louis (es decir, a Merton), un hombre de intensa espiritualidad, nada divorciado de la época tumultuosa que le correspondió vivir. Su palabra se anunció en todo el globo, abordando muchos temas urgentes y polémicos, desde una perspectiva enraizada en su auténtica condición espiritual.

En el clásico libro “Poemas”  (UNAM, México, 1961) que reúne poesía de Merton, traducida al castellano, por  Ernesto Cardenal, con hermosas ilustraciones de Armando Morales, leemos este fragmento: “Y yo he sido un hombre sin silencio,/Un hombre sin paciencia, con demasiadas/Preguntas. He echado la culpa a Dios/Creyendo echar la culpa sólo a los hombres/ Y defender a Quien no necesita que lo defiendan”. (Poema: “Elías-Variaciones sobre un tema”).

Para aquellos mis ojos de 1987, esta era una poesía que sentía mía, de forma puramente intuitiva; pero que encerraba una medular verdad, que sólo el tiempo se encargaría de revelarme.

Por ello, volver a los seres humanos, a la naturaleza, a todo lo que es emanación unitaria del Absoluto, es esencial en la ruta de la paz interior y del amor. Finalizo citando de nuevo a Merton, en esta sabia reflexión: “Por grandes que sean los libros, por más amigos nuestros que puedan ser, no son un sustituto de las personas, son apenas un medio de comunicación con grandes personas, con hombres que tenían mucho más que su propia cuota de humanidad, hombres que eran personas para el mundo entero y no sólo para sí mismos”.

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