Carlos Burgos
Fundador
Televisión educativa
Las manos muestran quiénes somos, cuál fue nuestro pasado y qué será de nuestro futuro, decía Melvin Oswaldo, mi hijo, a un grupo de cipotas que le habían hecho rueda, y quedaban asombradas de sus predicciones. Se dejaban tocar las manos y con algunas caminaba por los andenes tomados de las manos y a veces del codo.
En la Prosalegre anterior decíamos que a finales de la década de los ochenta, Melvin organizó y orientó la siembra de cinco millones de arbolitos con los niños, los maestros y padres de familia en el país, y les dieron atención hasta el final del año lectivo.
Las autoridades del MINED lo propusieron como candidato para Agrónomo del Año, en reconocimiento a su labor en favor del medio ambiente. Pero esto no pasó a más y sus amigos reaccionaron.
–¿Qué paso, Melvin? ¿Por qué no ganaste?
–Yo no merecía ese reconocimiento sino los niños de las escuelas.
–¿Por qué dices eso?
–Ellos, con sus manitas abrieron los hoyos y sembraron los arbolitos y con sus maestros los cuidaron hasta fin del año.
–Pero sin tu esfuerzo no…
–Fue un extraordinario ejemplo de participación de los niños para demostrar que no se necesitan grandes inversiones para recuperar el medio ambiente. Un ejemplo vivo de cooperación. Se requiere motivación y esta mueve la voluntad para actuar con creatividad.
En cierta ocasión Melvin viajó a México para asistir a un curso especial sobre tratamiento personalizado a las plantas. Este estudio implicaba cómo hablarles e interpretar sus reacciones, cómo detectar cuándo están alegres, tristes o estresadas.
Una de las prácticas consistió en conectar los cables de un aparato sensor de reacciones biológicas a un árbol. El maestro lo abrazó y le dijo «qué hermoso estás» y sobó su corteza. La aguja del aparato giró hacia el cuadrante positivo, de aceptación. Los agrónomos estudiantes aplaudieron.
Por otra parte, el maestro encomendó a un campesino que derribara el árbol con el hacha. El hombre se acercó, y sin contemplación descargó el primer hachazo, de inmediato la aguja giró hacia el cuadrante negativo, de rechazo. Pararon al hombre y el árbol quedó herido.
Con este ejercicio se comprobó que las plantas como seres vivos, sienten, tienen emociones biológicas y que se deben tratar bien para su desarrollo y cosecha.
Estando en México, Melvin aprovechó otras jornadas para recibir un curso de Quiromancia y otro para Tirar las Cartas. Dos disciplinas que requerían concentración y cierto poder psicopragmático.
Cuando regresó al país, sin ponerse turbante ni manejar una bola de cristal, atendió a jóvenes y señoritas, sin pretensiones de obtener ingresos, más que todo como pasatiempo entre amigos.
Yanci, una amiga, le pidió que leyera su mano, de líneas bien definidas. Ella lo hacía por bromear y reír. Melvin se asombró por lo que observó. Ella esperaba sonriendo y él no quería decirle lo que había descubierto para no preocuparla.
–¿Qué ves en mi futuro, Melvin?
–No me vas a creer, Yanci.
–No importa, de todos modos estamos bromeando.
–Pero yo no bromeo, creo en la Quiromancia.
Ella insistió en querer saber, entonces Melvin comenzó por las noticias buenas y le dijo:
–Te vas a enamorar, contraerás matrimonio y tendrás tres hijos.
Melvin guardó silencio mientras miraba y remiraba su mano. No se atrevía a decirle.
–¿Qué más ves en mi mano? –preguntó ella.
–Vas a tener una enfermedad incurable, pero si le andas rápido, podrías contralarla y te quedará latente.
–No te creo nada –sonriendo– estamos bromeando.
Yanci se retiró contenta, recordando que las predicciones de su amigo eran para reír. A los cinco años ya era casada y con tres hijos. Le apareció una enfermedad que nunca se le curaba, y después la mantuvo latente. Por fin creyó en las predicciones y contó a todas sus amigas, y ellas escondían sus manos cuando Melvin quería saludarlas con apretón de manos.
–¡No, no mires mis manos!… Y reían a carcajadas.