(Por Colectivo de análisis Tetzáhuitl)
Bukele es un instrumento del imperialismo estadounidense, no es enemigo de Estados Unidos y mucho menos del capital financiero sionista, como sí lo es Daniel Ortega.
La situación que vive el país es tan compleja que da lugar a frecuentes equivocaciones en el análisis y en la interpretación de lo que está pasando con Bukele.
Hay analistas que consideran erróneamente que Bukele está siguiendo el mismo patrón de Daniel Ortega para perpetuarse en el poder.
Llegan al extremo de asegurar que Bukele quiere convertir a El Salvador en otra Venezuela, pasando primero por Nicaragua.
Nosotros no creemos que eso sea lo que está ocurriendo en el país con la inscripción de Bukele para buscar un segundo mandato presidencial, a pesar que lo prohíbe expresamente la Constitución.
Y tampoco con el autoritarismo que ha catectizado su gestión presidencial en todos estos años.
Es cierto que la reelección presidencial en Nicaragua estaba prohibida en la Constitución Nicaragüense y que una interpretación de la Corte Suprema de Justicia de ese país, controlada por Ortega, allanó el camino para buscar un segundo mandato consecutivo en el 2012, luego de haber ganado las elecciones en el 2007.
La diferencia con nuestro país es que en Nicaragua el artículo que prohibía la reelección continua e inmediata no era un artículo pétreo y por tanto podía ser reformado sin necesidad de convocar a una Asamblea Constituyente como en El Salvador.
Ortega siguió un camino que no estaba prohibido por ninguna Ley de la República.
La Corte Suprema de Justicia identificó en su interpretación del texto constitucional una colusión de derechos e hizo prevalecer el derecho que tiene cualquier ciudadano a aspirar a un cargo de elección popular por encima de la limitación constitucional que tiene un Presidente en ejercicio para ser candidato para un segundo período presidencial continuo.
Basado en esa resolución del Órgano Judicial de Nicaragua, Ortega fue candidato por tercera vez en el 2012, ganó la elección y ya con el control del órgano legislativo reformó el artículo que impedía la reelección inmediata.
Este nuevo escenario le permitió seguir buscando la Presidencia de la República sin que ninguna Ley, incluyendo la Constitución, se lo impida.
La situación de Bukele es muy diferente.
Primero, lo que hizo la Sala de lo Constitucional impuesta fue emitir una resolución sobre un asunto que no era objeto de interpretación ni tenía que ver con el fondo de lo solicitado por una demanda presentada ante la Sala.
El peticionario solicitaba que a una ciudadana que estaba promoviendo la reelección de Bukele se le despojara de sus derechos ciudadanos, tal como lo establece la Constitución.
A diferencia de lo que aseguran los bukelistas y algunos abogados afines a CAPRES, la Sala no emitió una sentencia sobre la reelección sino una simple resolución mediante la cual interpretó en forma absurda los artículos pétreos de la Constitución sin que ese fuera el objeto de la demanda.
Una simple resolución judicial no era ni lo es en estos momentos de obligatorio cumplimiento, tal como se ha asegurado.
Segundo, la Sala de lo Constitucional pasó por alto la naturaleza pétrea de por lo menos 5 artículos de la Constitución referidos al régimen político del país que no pueden ser modificados ni derogados sin que medie una Asamblea Constituyente.
Eso significa que las prohibiciones constitucionales a la reelección inmediata y continua siguen vigentes.
Tercero, los artículos en cuestión son claros al establecer que un mandato presidencial no puede prolongarse por más de cinco años y su violación obliga a la insurrección.
Al buscar un segundo mandato , Bukele, por haber ejercido la Presidencia en el período inmediato anterior al del inicio del siguiente período presidencial, está inhabilitado para seguir desempeñándose como Presidente de la República y por tanto debe ser destituido, por la Asamblea Legislativa o por una insurrección popular.
En Nicaragua ocurrió una colusión de derechos en la que terminó prevaleciendo el derecho ciudadano de aspirar a un cargo de elección popular.
Por eso es que puede seguir buscando un nuevo mandato por tiempo indefinido.
En El Salvador el escenario jurídico y político es muy diferente y es un error homologarlo con el régimen nicaragüense.
A diferencia de Nicaragua, en El Salvador Bukele es la mejor opción de Estados Unidos para mantener sus planes de expansión y dominación imperialistas en la región.
En Nicaragua, Daniel Ortega siempre ha sido un opositor al Imperialismo estadounidense.
La lucha que libró el Frente Sandinista y Ortega, y que derrocó a la dictadura somocista en 1979 siempre estuvo cargada de un sentimiento anti imperialista que viene desde la época de Augusto César Sandino a principios del siglo pasado.
Ortega nunca ha sido una opción para los EEUU y desde que alcanzó la Presidencia en 1980 por primera vez siempre buscó desestabilizarle.
Cuando volvió a ganar la Presidencia en el 2007, el Imperialismo estadounidense aliado de lo que quedaba de la derecha somocista trabajó para botar su gobierno.
El intento más reciente fue el financiamiento de los “tranques” golpistas en el 2018, cuando Estados Unidos sin ningún escrúpulo financió a un sector de la derecha empresarial contraria al régimen y a la ultraderecha vinculada al somocismo y a sectores políticos anti sandinistas que desde hace varias décadas residen en ese país.
Estados Unidos promovió la desestabilización y el intento de un golpe de Estado que fue controlado por Ortega y la Policía Sandinista.
Esta no es la situación que vive en estos momentos El Salvador con Bukele.
Mientras en Nicaragua el Departamento de Estado, el Congreso de los Estados Unidos, la CIA y el capital sionista de Wall Street apoyaron diferentes candidaturas presidenciales de la oposición y promovieron una serie de sanciones económicas contra el gobierno de Ortega, en nuestro país la tolerancia de Estados Unidos hacia los abusos y excesos autoritarios de Bukele no tiene comparación.
El apoyo público a su candidatura y a su reelección por Brian Nichols, Subsecretario de Estado Adjunto para Asuntos del Hemisferio Occidental, es la muestra más reciente de esta tolerancia.
Ortega nunca ha sido una opción para Estados Unidos y nunca lo será.
En cambio, Bukele lo ha sido desde antes de ser candidato y Presidente de la República.
El autoritarismo de Bukele tiene un origen y un propósito diferente al que se le señala a Ortega y a su gobierno.
Bukele no es igual que Ortega.
Bukele, como lo hemos sostenido en otros artículos, es la mejor opción que tiene Estados Unidos para consolidar sus planes imperialistas en la región, mientras que Ortega en Centro América es algo así como “la piedra en el zapato” que impide que ese país y sus grupos de poder sigan manteniendo el control y la hegemonía en su “patio trasero”.
El gobierno de Ortega no es ni pro Oligáquico y mucho menos pro Imperialista como el de Bukele.
No hay nada en la gestión presidencial de Ortega que nos haga pensar que tiene una alianza con el imperialismo y con la oligarquía criolla para mantenerse en el poder.
Una gestión autoritaria y violatoria del Estado de Derecho y de las libertades fundamentales es funcional al establecimiento y consolidación de un modelo de gestión económica neoliberal y pro oligárquica.
Y ese no es el caso de Ortega.
En cambio, diferencia de lo que ofreció en la campaña del 2019, Bukele ha conservado los privilegios de la oligarquía salvadoreña y su gestión económica favorece los intereses corporativos del capital financiero sionista de Estados Unidos.
La alianza con los grupos oligárquicos nacionales y los grupos hegemónicos que en Estados Unidos manejan los hilos del poder es indispensable para mantener ese modelo de acumulación y dominación política que gerencia Bukele desde el 2019.
Bukele necesita ejercer un régimen autoritario y excluyente que le permita enfrentar la rebeldía y resistencia ciudadana y consolidar el modelo de acumulación de capital oligárquico y pro imperialista.
Bukele no puede darse el lujo de abandonar el poder del Ejecutivo y el control del Estado.
Al hacerlo lo más probable es que corra con la misma suerte que el ex Presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández.
En la medida que deje de ser útil para Estados Unidos, acabaría preso en una cárcel Federal de ese país como ha ocurrido con otros mandatarios que fueron aliados en el pasado del imperialismo.
Bukele sigue en el poder porque le resulta funcional a los Estados Unidos.
El día que deje de ser útil va para fuera y se convierte en un estorbo para los intereses imperialistas y oligárquicos, tal como le ocurrió al Dictador Hernández Martínez a mediados del siglo pasado.
Eso no ocurre con la Presidencia de Daniel Ortega.
Se mantiene en el poder a pesar de la oposición del imperialismo y de la oligarquía heredera del somocismo.
Los sectores y las mayorías populares no forman parte de la oposición a Ortega y a su gobierno.
La oposición que ha debido enfrentar en los últimos años son golpistas y desestabilizadores financiados y apoyados políticamente por el Imperialismo estadounidense.
Entre esta oposición, en su mayoría en el exilio, y la contra nicaragüense de los años 80, apoyada económica y militarmente por el gobierno de Reagan, no hay mayor diferencia.
Homologar el régimen político de Bukele con el de Ortega y hasta con el de Maduro en Venezuela es un tremendo error de análisis político que no ayuda al fortalecimiento de la rebeldía y la resistencis ciudadana y menos a identificar la naturaleza oligárquica del gobierno derechista de Bukele.