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No quería ser doctor

Carlos Burgos

Fundador

Televisión educativa

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Desde «chiquinice», Erick recibía las sugerencias de su madre sobre que estudiara para doctor, después de su bachillerato. Ella decía que deseaba médicos en la familia para tener garantizada la salud.

Crecieron los cipotes, ya en el segundo ciclo de Educación Básica les aplicaron pruebas vocacionales. Resultó que a Erick le comunicaron que su vocación eran los números, podría estudiar ingeniería, matemática o física, y a Robert, el mayor, que podría estudiar biología o química.

La madre, Victoria, maestra con mucha experiencia, aseguraba que esas pruebas estaban desfasadas, no medían lo que deberían medir, que su intuición le decía que Erick iba a ser médico. Y no cambió su corazonada. Yo estaba de acuerdo con los resultados de tales pruebas, pero no le contradije. Los muchachos no se preocuparon por los deseos de su mamá ni por los resultados de esas pruebas. Ellos vivían el mundo propio de su edad.

Siguieron creciendo. Ya en el bachillerato a Erick le aplicaron otras pruebas vocacionales, y los resultados fueron idénticos: su vocación eran los números. La madre reaccionó: «No lo creo, deben ser los mismos test viejos». Los muchachos sonreían, su preocupación era salir bien evaluados para graduarse del bachillerato.

¿Pero cuál fue la sorpresa para la madre? Erick decidió estudiar ingeniería civil. Yo no influí en esa decisión y respetamos el deseo del chico. Se destacó en los estudios de ingeniería y el siguiente día de su graduación fue nombrado profesor a tiempo completo en su misma Facultad como catedrático de Resistencia de Materiales y otras asignaturas. También trabajó en investigación con el padre John Cortina. Después obtuvo beca para estudiar Riesgos Estructurales en la Universidad de Búfalo, estado de New York.

Regresó a su universidad y continuó con su rutina en sus labores de educación superior. Pero un pajarito le dijo que había una muchacha que lo miraba y lo remiraba. Entonces quiso averiguar de qué se trataba y terminó casándose. Era una piedra preciosa, Esmeralda, una joven psicóloga, también con maestría. La cigüeña les trajo una niña.

No tardó mucho en aparecer en un listado de candidatos para seleccionar al nuevo jefe del Departamento de Ingeniería Civil. No quería participar por dos motivos: uno, era muy joven y dos, los docentes habían sido sus maestros. Lo animamos aduciendo que sus maestros le demostrarían su responsabilidad y rigor científico en su trabajo, no se expondrían a sus llamados de atención. Aceptó tal responsabilidad pero conservó una cátedra y sus proyectos de investigación.

Lo invitaron a un congreso internacional de ingeniería antisísmica en Taiwán. Presentó su ponencia sobre construcción con material preparado a base de llantas usadas con lo que los edificios podrían bailar y bailar en lugar de desplomarse durante los zamaquiones de un terremoto. Y tronaron los aplausos internacionales, y las consultas específicas de los asistentes.

Por fin, un día decidió satisfacer los deseos de su madre: iba a ser doctor. Se rebuscó en muchas universidades de Estados Unidos para estudiar doctorado. Obtuvo beca junto con su esposa, ambos estudiarían doctorado. Ella en Psicología Clínica y él en Sismología. Llevarían a su «depende», su hijita de 5 años, para quien obtuvieron media bequita en el kínder de la misma universidad, de modo que los tres serían universitarios. Y volaron para el Norte.

Cierto día me encontré con un amigo, humilde, y me preguntó:

–¿Y Erick dónde trabaja?

–Estudia en los Estados Unidos –le respondí.

–¿Qué carrera estudia?

–Doctorado en Sismología.

–¿Sismología? ¿Qué es Sismología?

–Todo lo relacionado con los temblores –le aclaré.

–Qué bueno. Cuando vuelva vamos a consultar con él.

–¿Sobre qué?

–Quiero que me le quite los temblores a mi mujer, no la dejan  en paz.

 

 

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