NO REPLICAR LOS ABUSOS DEL PASADO
Por Wilfredo Arriola
Una de las premisas más importantes en la vida es: “No hagas lo que a ti no te gustaría que te hicieran” o, dicho en otras palabras, si fuiste maltratado no maltratar. A pesar de las consideraciones que uno tiene al respecto de esta situación es muy natural que personas que hayan vivido una agresión, o un maltrato lo escondan, y el esconder este tipo de percance hace que continúe un ciclo de violencia que no para.
Hagamos un ejercicio: supongamos estuviéramos en un pleno y a la hora de dirigirme hacia ellos usara una dinámica de referencia, para saber quiénes actualmente están casados, tienen hijos, o viven bajo un mismo techo con su familia, les pediría que levantasen la mano. Por el otro lado, solicitaría la asistencia de quiénes no, que viven con sus padres o cualquiera que sea su condición. Con seguridad sé que a la encuesta imaginaria todos levantarían la mano para hacer parte del sondeo del momento. Es un tema normal, es un tema visto con cotidianidad en el entorno. Ahora bien, si cambiáramos la encuesta y la pregunta fuera: ¿Cuantos de ustedes tuvieron agresiones o abusos en su niñez? El resultado fuera otro, porque hablar de este tema es muy controversial y lo polémico resulta interesante. Hablar de lo que no se conversa con todos es un tema muy recurrente en nuestras vidas, y en ese contexto también resulta incómodo no poder tener la confianza para contárselo a alguien y lo valore de forma seria y empática.
Quizás fueran muchísimos los que están dentro de este hipotético pleno los que tienen historias por contar o por callar. Y quienes lo han vivido se sienten dañados, estigmatizados, y no saben que también hay otros que lo malvivieron de la misma forma o peor que ellos. Guardarse ese dolor es una carga que pesa como una piedra a lo largo de la vida, nos quitan momentos importantes de nuestro desarrollo natural, de nuestra adolescencia y esto puede ser un detonante para replicar los daños a terceros. A nuestros hijos o a personas que puedan convivir en nuestro mismo hogar.
El abuso infantil es una falta grave para el desenvolvimiento en la niñez. A esta idea se suma otra elemental y es la siguiente: “Nunca un niño puede ser causante de su abuso”. Si es por su indumentaria, o por su condición cultural de belleza, o por cualquier otra característica que ostente, no será él o ella el causante de una agresión física o psicológica. Si no más bien un adulto o incluso un adolescente con traumas de su pasado y que por haber sufrido y callado sus secuelas, éste las replica. De acuerdo con las investigaciones el mayor número de agresores son hombres por distintas razones: por un aumento de testosterona, por formas de ociosidad y de vínculos sociales reducidos, por baja autoestima sexual, una demostración de poder bajo sus víctimas o la misma resistencia puede ser una excitación para el agresor, esto, en cuanto a este perfil de agresión sexual. Existen sin lugar a duda otras formas de daño físicas como el maltrato infantil, por disciplinar de la misma forma como se nos trató en la infancia, volver a poner en evidencia los mismos castigos fuertes e incomprendidos de aquellas épocas con el argumento de que solamente así se aprende, “cómo aprendí yo”. Hablar de una manera inadecuada, subiendo el tono de la voz, hablando de manera errónea y olvidando o desconociendo que cada persona tiene un universo diferente en cuanto a temperamento, carácter y personalidad que se va formando en los primera etapa de la vida.
Pero lejos de hablarle al padre, madre, educador, que le enseña a su hijos, patrones de conducta estables y se les educa con la comprensión y la mayor afectividad posible, me gustaría hablarle para quien sufrió abuso sexual o de otra índole en su niñez. Es muy complicado contarlo. Puede pasar décadas, y siempre es complicado, ya que consideran que hablar en algún momento del tema resultará revictimizar las heridas. Sabemos que lo es, y también sabemos que esa una carga que resulta incomoda y no solo para nosotros en nuestra intimidad sino también por la conducta que formamos a partir de esa represión. Es necesario valorar la exteriorización para quitarse esa ancla pesada que nos acompaña siempre. Por los niños que están a nuestro lado, tanto como para ellos y nosotros.
Por otro lado, hay que prestar rotunda atención y creerles a los niños cuando nos quieren decir algo que les dañe, que le has ha ocurrido, cuando se sienten incomodos con cierto tipo de personas. La transparencia de los niños siempre resulta una bandera a la cual es necesario prestar atención. En muchas ocasiones tomarle la palabra a un niño resulta un abordaje serio para lo que ocurre y dentro de esas acciones a tomar es probable que muchas cosas puedan suceder, separación de vínculos, atención más seria para el entorno del niño. Sin embargo, la cultura de la actualidad es tan precaria que en muchas ocasiones la misma familia se organiza para desacreditar la versión del doliente (los niños) y no tomar cartas en el asunto, por las mismas repercusiones que esto conllevaría. Inventan o deducen que el niño “soñó” su versión, que dista de la realidad, que inventa mucho y una larga descalificación hacia quien lo dice.
Hay maneras de poder acercarnos a la realidad, por medio de lo que el niño dibuja, por su actitud que se muestra anormal, y consideraciones al respecto. De tal manera que cuando todo esto sucede, la cultura del hoy conviene que es más fácil negarlo y solo hablar de manera privada con la víctima y que todo siga su curso normal. Y eso generará achaques para un adulto funcional del futuro que perfectamente hoy en día pudiéramos ser usted o yo.
Mirarlo de frente es complicado pero necesario, también es un compromiso social atender a estas irregularidades. En muchas ocasiones quizá no lo hemos vivido, pero si sabemos de casos cercanos a nuestra vida. En las investigaciones al respecto conviene decir que este tipo de abusos o agresiones rara vez ocurren fuera del hogar, es un entorno intimo el que propicia esta disyuntiva. Tenemos que alzar la voz, y tratarnos para no replicar esos abusos del pasado para colaborar con una sociedad sana, libre de cadenas que nos aten en nuestro diario vivir.
Promuevo esa sensación de poder transmitir o buscar ayuda para quien fue abusado en su infancia. Nadie puede ser mirado con desprecio o con desdén por haber sido abusado. Lejos de eso se les mira con honor de haber construido una vida digna después de ese atropello. Desde ahí empieza otro momento de la vida cuando nos separamos de aquello que nos vino atormentando a lo largo de mucho tiempo. Esa forma sanadora de la confesión para buscar un reparo en nuestra salud física e integral. La vida es nuestra y podemos reparar cualquier herida del pasado.
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