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¡No sea llorón, que no duele!

¡NO SEA LLORÓN, QUE NO DUELE!

Por Marlon Chicas El Tecleño Memorioso

El temor a las vacunas o agujas es una de las fobias más comunes en niños y adultos, que con el paso del tiempo se supera, la inoculación de vacunas genera anticuerpos contra diversas enfermedades infecto-contagiosas u otras que pongan en riesgo la vida, como en la actualidad con el Covid-19, lo anterior sirve de marco a una nueva crónica del baúl del recuerdo de mi madre, mientras descansa en su inseparable mecedora, dejando en evidencia el importante papel de los enfermeros y enfermeras de nuestro país.

Todo ocurrió en una mañana de 1938, en el viejo solar de la familia ubicado en Barrio Belén al norte de Santa Tecla, del que solo quedan recuerdos, el primo Neto único hombre en casa además de sagaz, solía descansar sus jóvenes asentaderas en las frías cunetas de la zona, observando el ir y venir de transeúntes así como el paso de carretas cargadas de leña de las fincas aledañas, cierto día divisó a unos hombres de blanco, portando hieleras en las que guardaban vacunas y otros utensilios médicos provenientes de la Sanidad, la misión de estos enfermeros era inyectar a cuentos niños fuera posible en sus casas de habitación, evitando con ello la propagación de la polio, sarampión, fiebre escarlatina entre otro menú de enfermedades.

El primo Neto era tripanofóbico (miedoso a las agujas), por lo que ipso facto se incorporó y corrió al solar a ocultase, entretanto mi madre y mis tías jugaban alegremente a las muñecas, casi sin respiración y con cara de susto, les alertó con estas palabras, – ¡Cipotas escóndanse que vienen vacunando! – seguidamente hizo un nudo en el falso del cerco al estilo de la “Benemérita”, que ni el más diestro podría desatar, a continuación escondió a cada una de ellas en lugares específicos advirtiendo no hacer ruido para no ser descubiertas.

A la tía Emilia, la escondió en el recinto de una gallina clueca que empollaba sus huevos, a mi madre bajo una montaña de ropa, por su parte la tía Lidia como toda una experta contorsionista fue encerrada boca abajo en un viejo baúl de madera, en tanto nuestro personaje subió a un árbol de mango de frondoso follaje por el cual divisaba los acontecimientos.

En el instante que los trabajadores de salud se acercaron a la entrada principal de la casa, una enfurecida gallina atacó a la tía Emilia, ante la usurpación de su territorio, procediendo a picotear sus sensibles glúteos, lo que provocó un grito despavorido y sangrado en dicha parte, alertados por los chillidos de la susodicha, los enfermeros logran soltar el nudo gordiano, exclamando – ¡Qué barbaridad, han dejado a estas niñas encerradas! – entretanto la tía Lidia al borde de la asfixia, fue sacada de su encierro empapada en sudor y casi inconsciente, por su parte mi madre no tuvo más opción que descubrirse al no tener ya razón de esconderse.

Entre lágrimas y risas cada una de ellas recibió un leve pinchazo en sus infantes brazos, sin que nadie delatará al autor de todo, por su parte el primo Neto traicionado por los nervios soltó en llanto, siendo descubierto y bajado del árbol por los enfermeros, ante la burla de sus hermanas y reprimenda de los trabajadores en salud con estas palabras – ¡No sea llorón, que no duele! Agregando – Que barbaridad amigo, mejor las niñas no lloran, – por lo que, lo afirmado por el cantante argentino King Clave en su canción “Los hombres no deben llorar”, queda desvirtuado.

Sirva esta humilde crónica para felicitar la labor de enfermeras y enfermeros de nuestro país, como verdaderos héroes de la patria.

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Amaneceres de temblores y colores. Fotografía de Rob Escobar. Portada Suplemento Cultural Tres Mil. Sábado,16 noviembre 2024